Tomás LüdersOpinión: Ciudad de Espaldas

Tomás Lüders25/10/2014
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Por Tomás Lüders

Si Rosario era la ciudad que le daba la espalda a su río, Venado es la que se la da a su paisaje rural. La plaza San Martín es nuestra Oroño.

Al mismo tiempo que se jacta de haberse beneficiado con “la mejor tierra del mundo”, el venadense se queja de vivir en una región “sin paisaje”.

Nuestra planetaria pampa, como la llamaba Neruda, parece carecer de cualquier encanto para el hijo del colono que hace tiempo se mudó a un pueblo al que insiste en definir como ciudad (como si eso fuera mejor por alguna extraña razón). Prefiere admirar una pared antes que su horizonte infinito. Un pueblo que, para colmo, sigue midiendo sus espacios con la tacañería del centímetro en lugar de la inteligencia de la planificación.

Venado fue y continúa siendo montada comiendo obsesivamente sus espacios verdes. Lo salva solamente una arboleda que alguna vez mandó a sembrar un intendente sin consultar al hijo del colono, que al igual que se padre y abuelo reniega todo el tiempo de las hojitas otoñales que le “ensucian” las baldosas.

En lugar de una bendición que debe cuidarse, árboles y pastos son considerados invasores malditos: cada vereda nueva que se construye debe llegar sí o sí hasta el cordón. Cuando no hay acera, la hierba es yuyo descuidado o barro sublevado… y se ansía la hora de que sea conquistado por el civilizado cemento. ¿Habrá comprendido algún abuelo nuestro a qué se referían las nostalgias de arrabal que cantaba el tango?

Aunque viva del campo, el venadense de pueblo aún idealiza un imaginario urbanizante no del siglo XX, sino propio del XIX. Está rodeado de naturaleza, pero solo ve belleza en aquella que puede domar en sus macetas o en la que compra muy caro cuando se va bien lejos para hacer de turista (atravesando lo más rápido posible la “despojada” pampa). Recién ahora, que empieza a temerle al crecimiento de la panza y el reblandecimiento de los glúteos, mira de soslayo y desde la veredita a las pocas y muy disciplinadas plazas sobrevivientes.

Le fascina tanto lo que viene del “afuera desarrollado” y sin embargo sigue reproduciendo modas paisajísticas –si acaso eso– ya muy vencidas: hace rato que el Tiergarten berlinés o el Central Park neoyorquino (primera y segunda foto) son parques que intentan parecerse a paisajes naturales en el corazón de dos enormes metrópolis a las que ayudan a respirar. Una hierba algo desprolija o una florcita “fuera de lugar” no se aplastan, si no que se celebran casi como una bendición natural.

Pero no hace falta irse tan lejos. Una ciudad cercana como Junín, con un presupuesto más reducido que Venado y una población algo mayor, posee dos bellos y enormes parques públicos. Uno de ellos, el más nuevo, aprovechando arboledas y una  franja del basto campo: de proporciones más que justas para la gente de aquella ciudad, con mínima o nula pérdida productiva.

Esos espacios son además de uso poli-clasista, posibilitan una igualación imposible en medio de un sistema desigual. Aquí en cambio, el que puede, escapa a un club cerrado o, si tiene más suerte, a una cercada quinta. El que no, debe tomar sus mates en al orillita de verde que queda entre la ruta y la ciudad. Del otro lado del alambrado, no se reserva una mísera franja de árboles para el uso compartido.

Creo que esto pasa más por nuestro desprecio por el paisaje propio que por mezquindad del propietario, o quizá sea por ambas cosas.

Lo cierto es que los chicos de acá terminan estando tan lejos de un maizal, una vaquita o un molino que un pibe del Barrio Norte porteño.

….

Así las cosas, el venadense sigue extendiendo su ciudad y el único verde sobreviviente es el de los lotes sin vender. Una pequeña joya que uno sabe que pronto será devorada por un progreso para pocos (convengamos que hay ser rico para tener una modesta casa de clase media baja) y que por ahora solo se animan a disfrutar los chicos cuando sus padres no los ven…  si los atrapan, los espera un baño completo en Espadol.

Eligiendo ignorar que las grandes plagas nacieron con la urbanización, el venadense de pueblo piensa que la mugre está en la tierra, y no en una ciudad que se llenó de edificios-pajareras y semi-rascacielos para japoneses. Vive cada vez más apretado en medio de la abundancia territorial.

El mercado inmobiliario –una de las menos creativas y menos riesgosas actividades económicas– ha llevado a que un cuadradito de pasto en el arrabal valga cientos de miles. Digo mal, que lo que valga cientos de miles sea la posibilidad de sepultar en “material” a ese pobre cuadradito, sus pastitos y sus bichitos.

Y sin embargo, para que ello suceda, la “libre iniciativa” del capital inmobiliario necesita que nuestro glorioso estado interventor y redistribuidor –hoy reforzando su barniz anti-capitalista– decida hacia dónde crece el pago. Que declare qué es residencial, qué industrial y qué rural. Sin esa decisión, una hectárea adyacente a la ciudad valdría tanto como una de la misma fertilidad a veinte kilómetros del casco urbano.

Es cierto, hacia algún lado tiene que crecer la urbe, y la cercanía termina volviendo a la tierra más cara, pero aun así el inversor necesita del estado, de su decisión y su infraestructura pública financiada por todos, para hacer rendir su inversión.

Sin embargo, y estamos siendo benévolos, el Ejecutivo y el Concejo locales  han demostrado ser incapaces de poner condiciones a la expansión del negocio inmobiliario, de proyectar cuánto puede reservarse para el uso público de la tierra privada: la ley ya permite prerrogativas y,  por fuera de ella, deberían negociarse con el propietario las mejores condiciones posibles. Después de todo, de eso se trata gobernar. ¿No era que habíamos vuelto a poner a la política en el centro?

Pero se prefieren pregonar grandes consignas anti-capitalistas antes que ponerse a trabajar con seriedad para que el Estado cumpla con su rol equilibrador en una sociedad de mercado. Durante lo que todavía es llamada (¡sin ironías!) “Década Ganada” es a lo mínimo que deberíamos aspirar. ¿O no se nos dice, una y otra y otra vez, que vivimos en una ciudad “para todos y todas”?.

Si siendo moderados hablamos solo de falta inteligencia política, siendo realistas debemos hablar de un municipio (Ejecutivo y legislativo) que se ha encargado de asistir al especulador inmobiliario (¡como si le hiciera falta!) y se han sumado al negocio. Todo en desmedro terrenos accesibles y más espacio recreativo público.

(TL)

Foto: crédito Andrés Harambour

 

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