Tomás LüdersElecciones: cambio de elenco para una grieta que sigue vigente

Tomás Lüders17/11/2023
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Desde hace tiempo que la sociología y la ensayística social han descartado conceptos que suenan tan metafísicos como “personalidad” o “carácter” nacional. Está directamente prohibido para la academia acercarse siquiera al concepto de “ser nacional”.

Usar el concepto de manera literal, es, sin dudas, un exceso de metafísica. Un acto de fe más panteísta que sociológico. Creo, igualmente, que aunque ya no nos atrevamos a darle entidad a tales generalizaciones sí hay creencias compartidas fuertes, creencias que traspasan tanto a las circunstancias como a los individuos. No sabría ya cómo llamarlas. Desde hace décadas, el campo de las ciencias sociales se dedica eliminar concepto “fuertes” para no reemplazarlos por nada. Siendo así, apelando a una retórica más lírica que académica, podríamos decir que hoy nuestro “ser nacional” está frustrado, oscila entre la depresión y la ansiedad.

Vamos de nuevo, porque, hay que hacer otra aclaración, el concepto de “ser nacional” proviene de del gran campo discursivo que es la izquierda nacional. Un campo que hoy no produce los textos de otro tiempo pero que, más allá de la erosión conceptual, ha legado creencias que han vuelto a circular con fuerza a partir de mayo de 2003 y no han dejado de hacerlo hasta hoy. Aunque se haya perdido la densidad argumentativa de aquellos 60s y 70s, se mantiene eficaz la noción de que Argentina es “el país al que los grandes Poderes Mundiales no han dejado ser lo que estaba llamado a ser”.

En la vereda de en frente también sigue circulando, también con menos densidad teórica, la noción de que Argentina debió ser un gran país, solo que para este lado el obstáculo no fue el Imperialismo y sus tributarios actuales, sino un elemento que es a la vez interno y a la vez extraño, un elemento que habría terminado comiéndose todo el cuerpo social: el populismo peronista.

Esto es lo que ha sido condensado con el significante “grieta” en las últimas décadas. Se dice que la metáfora ya perdió eficacia simbólica a partir de la caída en desgracia de Juntos por el Cambio. Sin embargo, me permito afirmar que estamos simplemente frente a un cambio de actores empíricos que representan los papeles “metafísicos”. Después de todo, la rotación ya sucedió antes: en este relato de antagonismos, Juntos por el Cambio fue un sucedáneo de “el Campo”.  Hoy, es Javier Milei y su Libertad Avanza la que viene pujando por ocupar ese lugar.

El cambio de elenco para representar los mismos papeles no solo se ha producido de un lado, al otro también tenemos un nuevo dirigente que pide ocupar su lugar en ese centro dividido del escenario político argentino: Sergio Massa.

Explicar cómo llegaron a ser ellos los representantes de esta narrativa de enfrentamientos, esa que aunque esté erosionada desde lo teórico aún produce dos polos cargados de pasión, nos demandaría elaborar otro análisis, análisis para el que aquí no hay lugar. Se pueden recomendar dos buenos textos para acercarse al tema, El Arribista del Poder de Diego Genoud y El loco, de Juan Luis González.

Para explicar qué representan o cómo intentan representar lo que intentan representar, quedémonos con los títulos, que ya dicen mucho: un arribista y un loco.

Hablar de un político arribista en Argentina es casi un pleonasmo. Sin embargo, Massa parece ser, y creo que efectivamente lo es, la quinta esencia del dirigente trepador capaz de cambiar de ideas y programas como si se tratara de sábanas en verano. Pero ahí está. Es candidato después de haber ido a la delantera de la llamada “ancha avenida del medio” e incluso después de cometer la herejía de decir que metería presos a todos “los ñoquis de la Cámpora”. Hoy, este tigrense que inició su carrera desde lo más rancio del liberal-conservadurismo, será votado por los que piensan que Argentina es la nación a la que los países capitalistas centrales y su actual punta de lanza, el FMI, no dejarían ser.

Para el otro lado, para el que cree que Argentina sigue siendo en potencia el país del Mundo Civilizado Occidental que alguna vez fue pero que no termina de volver a ser porque está enfermo de populismo, aparece algo más original: ese outsider arrebatado que logró meterse dentro del juego electoral haciendo de sus arrebatos virtud.

Esas son las dos opciones para los dos polos en los que aún se divide esa Argentina metafísica que se hace tan real a la hora de configurar su identidad, que es una pero dividida en dos partes que se necesitan. Hay pesimismo en ambos lados, el horizonte se ve oscuro, y sin embargo, aún se cree en el juego del Bien y el Mal.

Massa peca por “ser poco” más que por traidor. Sus incoherencias duelen, sin embargo, más duele que su conversión haya sido a medias. Para él no hubo un cómic del “Capitán Beto”. Pero es lo que hay para que el otro no gane.

El otro, en cambio, peca por exceso. Su vicepresidenta abiertamente pro Dictadura, lo de creer y proponer que hasta el trasplante de órganos es más eficiente si los riñones o los corazones se venden en lugar de donarse, escandaliza incluso a muchos librecambistas que creían serlo a ultranza hasta que Milei les corrió la línea. Pero, por este lado también, es lo que hay para que el otro no gane.

Muchos lectores, creo que con cierta justicia, podrán protestar y decir que están o estamos los que escapamos a semejante polaridad. Pienso, no obstante, que de una u otra forma, todos terminamos absorbidos por ese imaginario en mitades que se demandan entre sí. No hay argumentos razonables, ni matices que puedan contra ella, todos terminamos cayendo.

Defiendan la educación, la salud o… ¡el Incucai! son muchos los que creen que Milei es lo único que puede parar al populismo. Milei los asusta, es un reflejo súper exagerado de sus propias pasiones, pero una victoria de Unión por la Patria los deprimiría.

Por la otra parte, aunque se sepa que Massa no es un auténtico convencido del Modelo Nacional y Popular, se asume que es el único que puede evitar un nuevo desguace del “Estado Presente”.

Massa sabe a resignación y Milei sabe a miedo, pero lo otro se les hace peor.

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