Tomás LüdersMassa, ¿el nombre del orden posible?

Tomás Lüders31/07/2022
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Es cierto, Sergio Massa tiene tanto o más nivel de rechazo que los otro cuatro o cinco dirigentes que lo acompañan el podio de los “presidenciales”.

Es cierto, como recuerda Martín Rodríguez en su nota de hoy en el Diario.ar, Maurico Macri le pegó una etiqueta indeleble: “Ventajita”. Hasta cuesta imaginarse entre sus actuales adherentes (se cuentan casi con las dedos de las manos) alguien que sea capaz de consignas como “la vida por Sergio”.

Pero …  ¿y si le sale bien? Y si logra evitar que 2022 sea otro 1989, 2001… 1975.

Massa puede tener un elevadísimo nivel de rechazo, pero si algo demostró el colapso de la imagen de Néstor y Cristina Kirchner post-125 es que las encuestas no miden intensidades. No todos los rechazos acumulan la misma cantidad de odio. Las pasiones, a favor y en contra, son para unos pocos. En estos últimos lustros Cristina Kirchner y Mauricio Macri, en ese orden y con bastante ventaja para la primera, son las únicas dos personas capaces de suscitar odios y amores apasionados.

A los demás, el rechazo o aprobación hay que evaluárselo en función de su eficacia. Alberto Fernández intentó ser Alberto Fernández sin llegar a poder serlo: un dirigente de centro tirado hacia la derecha, pero pragmático, algo así como un Horacio Larreta del peronismo hegemonizado por el kirchnerismo, pero no pudo serlo. Se dejó correr por “izquierda” por quien es la dueña del núcleo duro y casi inamovible de los votos (y las pasiones) del Frente de Todos y el dólar se le fue de las manos. Tiene, en consecuencia, altísimos niveles de rechazo. Pero nadie lo odia de manera “teológica”. No es anatema para nadie. No es ni pasará a la historia como un ser casi-demoníaco para la mayoría y mártir para algunos. Si esto estalla, será el De la Rúa del peronismo. Ridiculizado, quizá despreciado, pero nunca entrará en el orden del “rencor sagrado”.

Tampoco el segundo Carlos Menem  –no el de la campaña del 89, el primero, sino el segundo – entró en ese orden. Cuando fue popular, lo fue en un sentido muy simple: encarnó para quienes era popular un orden posible. Ofreció estabilidad y generosas cuotas de consumo para la mayoría (en todos los sentidos de la palabra cuota), mientras otra porción de la sociedad sufría el fin de una época. O mejor dicho, todos atravesábamos el fin de una época, pero algunos con mayor capacidad de consumo y otros en la lona total (en una relación de algo así como el 65 a 35, si es que se pueden ofrecer valores absolutos).

Massa puede llegar a parecerse más a ése Menem o puede terminar pareciéndose Alberto o, si “esto le explota a ellos”, como esperan las ansias más antiperonistas, incluso puede caer hasta ser él De la Rúa del peronismo; después de todo, como también dice Rodríguez en su nota de hoy, le han “tercerizado la economía”, si le sale bien todos se harán responsables de haberlo designado, si le sale mal todos dirán, “yo no fui, fue la derecha dentro de mi partido”.

Vivimos en una economía del día a día. La crisis no se nota en algunos sectores porque el no tener moneda hace que todos se saquen los pesos de encima a alta velocidad. Por eso hay récord de consumo y a la vez se evidencia una pobreza creciente que todavía no llega a ser incendiaria porque está el paliativo de los planes sociales y porque el oficialismo controla a la “pobreza organizada” vía movimientos sociales. Pero la cuestión no podrá sostenerse así.

Puede haber distintas lecturas sobre la causa de la crisis (tengo la mía, que no es solo mía), pero no es éste el lugar para discutirlas. Lo que sabemos todos es que faltan dólares y que al ajuste hay que hacerlo con el aval de FMI. También lo sabe el kirchnerismo más bolivariano, por eso la vicepresidenta dio su tácita pero fundamental luz verde para esta suerte de primer Primer Ministro ad hoc.

Y todos sabemos qué pasará con el hombre de Tigre. Si le sale bien la mayoría relativizará sus contradicciones como avivadas de un político genial pero cínico, como hacía la mayoría con las extravagancias y las coimas de Menem. Y si le sale mal, pasará definitivamente a la papelera de la historia, en lugar más oscuro que el del riojano, cerquita del que ocupa De la Rúa. En uno u otro caso, no habrá massistas fervientes. Solo quienes lo aprueban y lo votan sin gritarlo a viva voz.

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