Mauro CamillatoA 36 años del Golpe. Sensaciones

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Por Mauro Camillato

El 24 de marzo de 1976, solo tenía 10 años, andaba por el 5º grado de la primaria en la Escuela Nº 496, y pretendía querer entrar a la adolescencia (aunque me faltaba bastante, ya me sentía un adolescente). Por supuesto, mucho no recuerdo de  ese día puntual, menos aún que esa sería una fecha que marcaría a fuego la historia Argentina.

Solo en mi memoria quedan sensaciones de aquellos momentos, más que hechos concretos, algunas imágenes fugaces.

Un par de años después, el recuerdo más fuerte fue el campeonato mundial de fútbol. La consagración de nuestra selección fue rara, había algo que no me cerraba. Con mis 12 años desconfié del 6 a 0 o a Perú, me hacía ruido, sin comprender por qué, los uniformados festejando.

Por lo demás, las primeras rebeldías eran orientadas a un sistema escolar que funcionaba como un fiel reflejo del espíritu de época. Nosotros sentíamos (con mis compañeros) que estábamos “sujetados” y no sabíamos a qué. De hecho empezábamos a escuchar rock, solo como un modo de rebeldía “en bruto”.

Ya en el secundario, el sentimiento de que algo extraño estaba pasando en nuestro país era cada vez más evidente. Ese sistema represivo, que por un lado desaparecía y mataba compatriotas (sin que nos enteráramos), a nosotros nos imponía extrañas reglas. Así, nos prohibían escuchar a algunos músicos (o a algunos temas específicos), a leer determinado autor, y no nos dejaban ver ciertas películas o, peor, las cortaban o usaban unas bandas negras para tapar las “partes pudorosas”.

Más aún, nos metían presos solo por portar zapatillas, tener el pelo largo o vaya a saber por qué otras tantas cosas que ni siquiera nosotros entendíamos. Un solo ejemplo personal: una noche de domingo con dos amigos estábamos hablando en la esquina de Rivadavia y Belgrano, llegó una comitiva policial y nos detuvieron. Cuál fue la “justificación” que nos dieron: que teníamos el pelo algo largo y que mis amigos portaban guitarras (yo no, siempre fui bastante “sordo”), graves signos de rebeldía en aquellos años.

Las llamadas razias policiales eran habituales. Claro, nosotros las padecimos, pero nuestro sufrimiento era escaso ante lo que les pasaba a otros.

La sensación con los años fue creciendo, ya cuando cursaba el segundo año en una materia que insólitamente se llamaba Educación Cívica (en plena dictadura), la profesora de turno nos dio un repaso sobre los tipos de gobiernos existentes. Nos enseñó que existían monarquías, democracias, totalitarismo, etc. Ante la descripción que nos daba de cada uno de ellos, cometí la osadía de decirle a la docente que el nuestro era más parecido a un totalitarismo que a una democracia. Consecuencia: terminé en la dirección por atreverme a farfullar semejante digresión. Ahí comprendí que en la Argentina había cosas que no se podían decir.

La sensación, esa extraña sensación de que algo pasaba era cada vez más fuerte, pero en ningún momento me/nos imaginaba/mos lo que realmente sucedía en su verdadera dimensión.

Ya en los últimos años del secundario mi rebeldía se empezó a manifestar de otras formas con mis primeros escritos. La participación, aunque más no fuera de cadete en alguna revista subterránea, y el intento fallido de integración en algún grupo de teatro (la actuación no era lo mío).

Pero fue la inentendible guerra de Malvinas la que nos terminó de despertar. La sensación se transformó en un comienzo de saber. Así se forjó mi primera participación política con la creación de un Centro de Estudiantes en 1982 (tuvimos que luchar para que nos dejen formarlo), y la realización de una revista estudiantil que llamamos “Búsqueda“, en homenaje a una reconocida frase de Jorge Luis Borges, que decía “buscar por el solo hecho de buscar y no de encontrar”.

Luego de la rendición en Malvinas, las primeras manifestaciones de un puñado de vecinos por la calle Belgrano, de las cuales participaba casi tímidamente. Nunca olvidaré las caras de asustados de quienes sentados en el bar del Riviera, miraban extrañados a los pocos participantes de aquellas primeras marchas.

El encuentro cultural realizado en la Plaza San Martín que se llamó Luz y que fue un hito histórico de la ciudad que alguna vez habrá que contar.

Poco a poco se fue cayendo el velo, un velo que tardó mucho tiempo en caer del todo (y que quizás todavía falte para que eso suceda). De pronto nos enteramos de los desaparecidos, de los secuestros, de la tortura y de la apropiación de hijos, todas atrocidades cometidas por el Estado, aquí nomás al lado nuestro. Por un Estado que para colmo era ineficiente, ya que además impuso una matriz económica (todavía no desarticulada del todo) que empobreció al país y lo hizo cada vez más injusto.

Pasaron los años en el comienzo de la democracia, que vino con el viento de aire fresco que significó el juicio a la Junta. Aunque después todo se enturbió con la ley de Obediencia Debida y posteriormente con la nefasta ley de Punto Final. Y ahora sí llegaron las marchas más masivas reclamando por juicio y castigo, ya en Rosario en mis primeros pasos por el mundo universitario, donde sí se hablaba de lo que había pasado.

Y llegaron los 90 (una nueva década infame), el fin de mi carrera universitaria y el indulto que intentó borrar de un plumazo parte de la historia Argentina.

De ahí en más vivimos acelerados en el tiempo, convertibilidad, corrupción, neoliberalismo extremo, crecimiento de la deuda pública, caída de las utopías, etc, etc. Y la sombra de la dictadura que permanecía intacta.

Pero aquella sensación de mi adolescencia sobre lo pasado entre el 76 y el 83, seguía retumbando en mí. Para colmo en los 90 el tema continuaba siendo tabú para buena parte de la sociedad.

Por aquella época, quizás para intentar apaciguar aquella sensación que me atormentó por mucho tiempo, en 1991 escribí una larga nota publicada en la revista “El Perseguidor” sobre la historia de Ángel Tacuarita Brandazza, el primer desaparecido según la CONADEP. Es que a Ángel (vecino de Venado Tuerto) lo desaparecieron un 28 de noviembre de 1972.

Una historia que a 20 años de sucedida, nadie había contado en nuestra ciudad. Después esa nota se convertirá en un film que realizamos con el director rosarino Gustavo Postiglione, llamado “El Paradigma Brandazza’.

Lo cierto es que en el 91 hablar de esos temas todavía seguía siendo difícil: Es más fue complicado encontrar a entrevistados que quisieran dialogar de lo sucedido. Algunos de ellos, que hoy participan activamente en los actos de la Memoria, no querían saber nada con enfrentarse a un grabador. Es más, me decían algo así como “para que meterte en semejante historia”.

Finalmente, después de la terrible crisis casi terminal del 2001 todo pareció cambiar. Las Madres de Plaza de Mayo empezaron a entrar a la Casa Rosada, primero en el fugaz gobierno de Adolfo Rodríguez Saá y luego con Néstor y Cristina Kirchner. La condena a la dictadura militar se convirtió en masiva. Hoy es muy difícil que alguien defienda lo ocurrido después del 76, por lo menos públicamente. Es cierto que muchos realizan denodados esfuerzos para no hacerlo.

Pero más allá de todo esto, que hoy se realicen actos públicos por el día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, es un triunfo de los argentinos. Aunque que me sigue haciendo ruido la participación activa de muchos que en los 90 aprobaron el indulto menemista o por lo menos se callaron al respecto.

A pesar de todo esto y del uso (a veces) maniqueo que realizan desde algunas órbitas del estado del tema, bienvenido sean las manifestaciones para que en nuestro país la historia nunca más se vuelva a repetir. Y que “la sensación” que teníamos los que estábamos entrando a la adolescencia en aquella época, no la vuelvan a sentir nunca más las generaciones venideras.

Ver: Trailer de El Paradigma Brandazza –
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