Columnista invitadoOpinión: Apuntes

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Por Carlos Del Frade

-Es una líbero – esa es la principal acusación contra María Eugenia Bielsa, la mujer más votada en la provincia de Santa Fe en las últimas elecciones provinciales como primera candidata a diputada.

 

La crítica tiene la presentación, la cáscara que generalmente exhiben las corporaciones. Cualquiera debe ser, por sobre todas las cosas, leal a la mesa chica interna. El afuera está en segundo término. A pesar de que se depende del afuera a la hora de los votos, la verdadera legitimación de la política.

La mesa chica de los partidos juzga niveles de militancia y condena la libertad personal que, en ciertas personalidades públicas, es bienvenida cuando trae réditos a esos mezquinos lugares donde se cocina la siempre viva vieja política.

Pero esa es la cáscara. Hay una verdad que se impone: el manejo del dinero. Eso es lo que debe permanecer inalterable. Y para ello hace falta alguien del riñón de las mesas chicas que siempre son transversales.

En lo público, en la realidad política de los últimos veinte años, Rubeo, devenido hoy en kirchnerista, fue uno de los principales impulsores del menemismo rubicundo, junto a su padre, una figura de turbio y pesado pasado. O la mujer de Pedro González, la señora Coteluzzi, emblemática síntesis de los años noventa reciclada en el presente. Otros casos son los de Oscar Urruty, un hombre que viene del socialismo con lo cual el certificado de calidad peronista desde la cuna tampoco corre para el hombre del partido que lidera Héctor Cavallero. O la militancia de Ricardo Luján, funcionario que medró a través de la administración de la privatización del dragado del Paraná, negocio que está seriamente cuestionado por la Sindicatura General de la Nación, en proceso judicial y con varias denuncias en el parlamento argentino.

Una vez más el esquema es que las minorías, las mesas chicas, se imponen a las mayorías populares. El gran problema es el descrédito que van sembrando en nuestro pueblo, la idea del que voto no será respetado, aún cuando –como en el caso de María Eugenia Bielsa- haya sido una de las principales figuras legitimadas por decenas de miles de santafesinas y santafesinos.

La soberanía popular santafesina no goza de buena salud.

-Sin torturas no hay información – fue la frase que eligió Eugenio Segundo Zitelli, nombrado Monseñor por el Vaticano en el año 2000, para explicarle a su ex compañero, Angel Presello, los métodos utilizados por las bandas criminales de la Jefatura de Policía de Rosario, entre 1976 y 1983. Zitelli sabía muy bien a lo que se refería porque él mismo integraba la fuerza desde el año 1964.

El jueves de la semana pasada, el padre Giménez, de la Catedral rosarina, lo reivindicó de manera pública, en medio de una misa.

Una defensa corporativa que busca, entre otras cosas, desviar la atención sobre la corresponsabilidad que tuvo la cúpula eclesiástica regional y nacional en el terrorismo de estado.

Una clara demostración del parecido que tienen ciertos funcionarios de la iglesia más con Poncio Pilatos que con Cristo.

El asesinato de Cristian Ferreyra es estructural. Pone de manifiesto la matriz del modelo extractivo que en provincias como Santa Fe, Santiago del Estero, Chaco, Formosa y muchas otras tiene en el sojalismo su nueva máscara. Es el mismo modelo extractivo que después adquiere la careta de minería a cielo abierto, depredación ictícola en el mar Argentino y explotación forestal en Misiones.

Y es estructural porque el ejército de parapoliciales y paramilitares que se ponen al servicio de los nuevos dueños de la tierra, comenzó a formarse hace meses atrás con la complicidad del gobierno de la provincia que no quiso investigar las denuncias que hicieron los integrantes del Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero.

Pero no solamente hay responsabilidad del ejecutivo santiagueño, sino también –seguramente en menor medida- del nacional cuando parece no haber alternativa a la hora de impulsar el desarrollo que vaya más allá de la explotación y extranjerización de los recursos naturales.

A esto hay que sumar el poder judicial provincial que también colaboró para la impunidad en la actuación de estas fuerzas de choque de los que empujan el desmonte para la posterior ampliación de la frontera sojera.

Por otro lado, ¿dónde estuvieron los diputados provinciales y nacionales de Santiago del Estero a la hora de amplificar aquellas denuncias realizadas por el MOCASE?.

Detrás del gatillo del matador material de Cristian, entonces, no solamente hay un hombre, sino también un sistema reflejado en la inacción de los miembros de los tres poderes republicanos: ejecutivo, legislativo y judicial.

De allí que el crimen de Cristian Ferreyra sea un asesinato estructural. Algo que puede repetirse en otras provincias, como ya sucedió en Tucumán, Formosa y que, posiblemente, se verifique en las orgullosas y poderosas Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.

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