Tomás LüdersVanguardias Proletaria y Burguesa (*)

Tomás Lüders14/03/2014
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Hoy hay pocas percepciones sobre la etapa política que se inició con la jura de Néstor Kirchner, casi ninguna, que sea compartida unánimemente por los argentinos. Sin embargo, no nos resulta difícil coincidir en afirmar que durante los pasados diez años se caldearon, y mucho, los ánimos políticos. Y hasta ahí llega el acuerdo sobre lo que es alternativamente llamado, y sin muchos grises “década ganada” o “década desperdiciada”. La dicotomía tiene sin embargo un alcance social bastante menor del que nos parece. Nos captura a quienes, por recursos simbólicos o materiales, intentamos ubicarnos a la mitad de la prejuiciosa escala social. Al resto, más arriba o más abajo, la discusión le sobrevuela las cabezas sin preocuparlo demasiado.

Vanguardia estatista
Para quienes se identifican plenamente con el colectivo que tuvo su acto fundacional el 25 de mayo de 2003, “la política” reapareció para hacerse cargo de las cosas frente a “la economía”, salvando a los desfavorecidos de “los males del mercado”. Desplazada durante décadas por las finanzas, “la política” habría vuelto para hacerse cargo de reorientar la patria hacia su destino de gloria.

Es cierto que se abusa de la retórica de otras épocas, pero viejos y nuevos “pibes para la liberación” ya no postulan la posibilidad final y definitiva del “socialismo nacional”. Sin embargo, rencores y odios están a la orden del día con una intensidad que recuerda a la de la época de los “ajusticiamientos populares”. Así las cosas, los antagonismos que tanto entusiasman se tienen que justificar entonces con términos menos mesiánicos: se trata de recuperar el valor del conflicto –“en favor de los menos tienen”– por sobre un falso consenso –con el que “la derecha oculta la hegemonía imperialista” –.

Aunque dicen ser parte de un “bloque nacional y popular”, a esta prédica no la escuchará usted en barriadas trabajadoras o villas miserias. Como ya sucedió antes, quienes tienen que vivir en los estratos inferiores de la sociedad están urgidos por la necesidad, entonces privilegian lo que asumen como concreto y evidente antes que las Grandes Promesas: por eso ya “las masas trabajadoras” de los 70s eligieron mayormente el “peronismo de Perón” (y los burócratas sindicales) antes que el de los “imberbes” recién llegados. Y por eso hoy quienes tienen laburo se limitan agradecer con el voto a quien gobierna, sin importarle un cuarto cuál sea la perorata de turno que se largue desde el atril. Y si ya fueron expulsados del ámbito del trabajo, privilegian los vínculos directos y prácticos con los caciques políticos locales, que hoy dicen “kirchnerismo”, pero ayer decían “menemismo”.

Sin que reemerja posibilidad de una Revolución que conjugue Leninismo con Peronismo, para este sector de las clases medias los problemas se justifican, incluso hasta la evidente y generalizada corrupción, desde el argumento de que cualquier inconveniente de la politica es mejor antes que quedar a merced de la “injusticia fundamental del capital”: “Es preferible la corrupción del Estado antes que tolerar al más corrupto de todos, que es el mercado” (J.P. Feinmann dixit). Pero sin recetas socialistas a mano, ni Bloques Soviéticos ni Albas, a la causa no le queda otra que financiarse a partir del “demoníaco libre-mercado”. Eso sí, las formas efectivas con las que se conjugarán de manera sustentable redistribución y producción son detalles aburridos para los que “la causa” parece no tener tiempo: “que el capitalismo acate y punto”. Y sí, el capitalismo suele ser cobarde, pero antes que acatar opta por la alternativa de rajar (Señor lector, no me confunda por un defensor a ultranza de un supuesto libre mercado, simplemente uno reclama su derecho a dudar de la viabilidad de la supuesta alternativa que se está defendiendo hoy).

Pero seamos justos, aunque la “pequeño burguesía” que adhiere al nuevo modelo nacional y popular no escuchó nunca hablar de programas y planes, y odia por neoliberal a la palabra “gestión”, confía en la bala de plata del Gobierno del Pueblo: “la intervención estatal”. Es así que más allá de las ideas y vueltas del elenco gobernante, sostiene su profunda Fe en que el Estado argentino resucitó aquel 25 de Mayo de 2003 como un Fénix “keynesiano popular”. El Estado Argentino, claro está, nunca dejó de ser: gozó de manoseos varios, quiebras, repartijas y redistribuciones bien anti-populares… y no hay evidencias de que la cosa haya cambiado (por eso aunque se aumenten presupuestos, no se mejoran resultados). Sin embargo, Feinmann y sus lectores se resisten a que las evidencias les arruinen su creencia: este Estado es la hegeliana Conciencia y Brazo del pueblo, si algo parece andar mal, es porque Clarín Miente.

Siguen confiados en que todo gasto público equivale a redistribución equitativa del ingreso. Convencidos de que los malos quedaron del otro lado, se resisten a ver quiénes son los beneficiarios principales de la repartija.

Vanguardia librecambista
Del otro lado, también en el marco de las clases medias, aparecen quienes vuelven a pedir la muerte del Estado en nombre de intereses que no son suyos. Compran gustosos el reflejo inverso de lo que se construye desde la vereda nacional y popular: la Plata del Estado se va en mantener vagos y parásitos (i.e. “los negros“).

Han querido convencerse de que la alternativa es el librecambismo, e ignoran totalmente que en este país no hay “alta burguesía” al margen de costosos favores “públicos”. Por eso confían en que Mauricio Macri es el modelo: un empresario exitoso por mérito propio que no necesita un peso del estado. La cosa parecería un chiste si no fuera un mito muy efectivo, porque Mauricio y papá Franco se hicieron millonarios sin arriesgar un solo peso propio, ayudando a forjar la patria contratista y disfrazando importadoras de autopartes de “industria automotriz”.

Convengamos que es cierto que muchos empleados estatales se han acostumbrado a acomodarse a la lógica feudal de quienes hacen del patrimonio público su patrimonio privado, pero ellos son la parte más débil del eslabón, no quienes comandan.

Dicotomía mentirosa ésta que apasiona a los más discutidores de entre los que se ubican en el medio. Es tedioso tener que aclararlo, pero resulta necesario seguir diciéndolo frente a tanta necedad “ideológica”: en este país “Estado” y “Mercado” solo existen de forma pura y perfecta en algunas cabezas. Por estas latitudes –y no solo por éstas–, Poder Político y Poder Económico han ido siempre juntos, y a no dudar de que los recursos que han precipitado hacia abajo no se han extraído del bolsillo de una dirigencia empresarial forjada al calor de contratos públicos y regulaciones a medida.

Por eso, aunque desde hace diez años las discusiones se nos disfrazan de épica que enfrenta a “ricos contra pobres”/ “productores contra parásitos” , lo cierto es que quienes tienen que orbitar por el subsuelo social no participan de la discusión; necesitan reservar su saliva para “negociar” su subsistencia dentro del único modo de sobrevivir que conocen: la dependencia clientelar. Quienes se acomodan más arriba reservan sus jetoneos públicos para momentos muy puntuales, el grueso de sus palabras resuena en el lobby.

 (TL)

(*) Adaptado de un texto publicado por el autor en el semanario Firmat 24

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