Tomás LüdersLa Revolución ya se hizo y fue filmada

Tomás Lüders15/02/2020
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Hubo una época en la que se discutían teorías, doctrinas, programas. Celebridades y películas mainstream eran eso. Celebridades y relatos audiovisuales que podían entretener o no a la vez que generaban un multimillonario negocio. Eran, sin dudas, la cola del diablo.

Viví esa época de doctrinas versus industria cultural como estudiante, pero ya en su agonía. Había caído el Muro hacía un lustro. Permanecían, sí, algunos films “contestatarios” y sus directores de referencia. Costa Gavras todavía se mencionaba y hasta aparecía lo de Ken Loach.

Lo que no se nos ocurría era pensar que una película pudiera ser revolucionaria. No en el sentido político del término, sí, todavía, en lo estético. La cuestión era si contribuía a la Revolución, no si la hacía. Nos importaba que no repitiera las mismas estructuras o temas trillados. Valorábamos si además era independiente y no parte de los grandes estudios (todavía sospechados de ejercer “colonialismo cultural”, al menos desde la facultad de sociales)

Pero hoy no hay revoluciones estéticas. Todo parece pastiche de pastiche. Repetición de lo ya repetido.

Eso sí, instalada hace rato la mediatización, los relatos no parecen estar más en función de las cosas, sino las cosas en función de los relatos. De ahí a la proliferación de artículos que discuten si la del Joker es violencia pura o si tiene un sentido que la trasciende. Si la sorpresa de los Oscars, Parasite, contiene la lucha de clases o solo expresa (perdón, contiene) el resentimiento entre pobres y ricos.

Lo mismo con sus actores, ¿fue un gesto rupturista el de Joaquín Phoenix? ¿no se olvidó sin embargo mencionar lo de Ruanda? Más cercano (y barato): ¿Se equivocó Jimena Barón al anunciar su nuevo disco copiando el estilo de los anuncios de servicios sexuales?

Es cierto, todavía hay críticas que marcan la diferencia entre el signo (la película) y lo que supuestamente representa. Entre un actor y un dirigente o un militante que pone los pies en el terreno.

Pero lo cierto es que el descontento se ha vuelto onanista. Y disfruta de quedarse discutiendo horas y horas: ¿Era la reina Daenerys de la malograda GOT una reencarnación de nuestra Evita?

La separación entre “comercial” e “independiente” se ha vuelto irrelevante. Los grandes estudios ya no son grandes estudios sino ramas de fondos de inversión que, a su vez, compran emprendimientos indie a partir de sellos como Warner o Disney; análogamente a Facebook o Google, que absorben compañías startups antes de que terminen de nacer, a veces para adelantarse a cerrar un potencial competidor, otras, para transformarlas en una inversión capaz de generar suculentas utilidades.

La Revolución, cultural, al menos ya se hizo –después de todo, las demandas “posmateriales” (preocuparse por qué se come antes que por quiénes comen) son las únicas que parecen importar, y su satisfacción solo es relevante si alcanza a quienes pueden pagar la entrada a un Multiplex o mantener el abono de Netflix–.

Los Oscars son nuestra Sierra Maestra. Y es un gran negocio.

(TL)

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