Tomás LüdersAjuste: paternalismo o malthusianismo, hay que elegir, Mauricio

Tomás Lüders17/12/2017
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El Gobierno debería definirse. O maneja un discurso liberal o maneja un discurso conservador. O apela a la sociedad que se construiría en base a la habilidad individual, y entonces pierde el que se lo merece, o termina de apelar al esfuerzo comunitario.

Quizá la indecisión se produzca porque la retórica oficial y los contenidos dichos dependen de una lectura mecánica, literal y sin casi interpretación de algoritmos y encuestas. Lectura que se impone sobre una clase, la alta,  en la que ambos imaginarios suelen mezclarse o yuxtaponerse sin demasiada coherencia.  Ya vimos qué sucedía con algunos candidatos oficialistas y funcionarios cuando algo quedaba librado a la espontaneidad. A muchos les brotaba el malthusianismo sin atenuantes. Grasas a remover, pibes a encarcelar, demasiados viejos. En fin, sobrantes por todos lados. Pero cuando lograba actuar la represión-compasión, el deseo de eliminación terminaba cuasi-sublimado en paternalismo. Y ese parece ser el tono con el que se termina intentando vender el ajuste jubilatorio que el gobierno acordó con los gobernadores (incluido el socialista Lifschitz, que ahora mira para otro lado).

Entonces, cuando hay que ajustar sobre los que ya no pueden ajustarse, aparecen las diluciones, los tecnicismos para oscurecer, para disfrazar de “cosa de expertos” lo que hasta un chico que aprobó matemática de segundo grado entiende: los viejos van a pagar el acuerdo gobierno-provincias con la escasa plata de su bolsillo. Cuando la subestimación intelectual no alcanza, aparecen las emociones para reforzar la retórica paternalista….  o maternalista (después de todo, por qué usar solo el masculino, estamos en un contexto de cuestionamiento al patriarcado a la vez que tenemos a María Eugenia, santa Madre Protectora si las hay, entre las principales beneficiarias del ajuste). Aquí es cuando el discurso apela la necesidad de hacer esfuerzos conjuntos. Convoca a poner el hombro entre todos, a que cada uno se sume a pelearla…  desde su lugar, claro.

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Pero la dificultad que tiene esta forma más pulida, más condescendiente, de lo que no es sino una reedición del viejo llamado a “pasar el invierno”, es que está resultando demasiado evidente que los esfuerzos no son conjuntos. Para peor, el presidente ni siquiera intentó disimularlo más allá de lo que salía de su boca. Basta recordar el arreglo con el Correo de papá Franco, el blanqueo para el hermano de sangre Gianfranco y para el hermano de la vida Nicolás −que dicho sea de paso, está entre los empresarios que más aumentaron su facturación durante la gestión de Cambiemos−.

Así las cosas, desde ese lugar retórico se justificarían los palos. Son el duro, durísimo chas-chas de Papá Comunidad a los hijos egoístas que objetan la justa Ley −o de Mamá en su faceta negativa, que es la Gendarme Patricia, Nota 1: por cada sonrisa de Maru, este gobierno parece regalar 100 balas de goma de la Ministra−. Y convengamos que el dispositivo venía resultando bastante efectivo cuando el hijo indisciplinado tenía barba y profesaba ideas disgregadoras.

El problema que tiene el gobierno ahora es que la disconformidad parece mucho más amplia. No es para menos, porque la mayor carga de lo que se intenta vender como un esfuerzo conjunto (mientras se refuerzan las asimetrías impositivas, se estimula la timba financiera, se suben tarifas y precios sin mayores argumentos), la vuelven a poner los viejos. También, claro, madres e hijos que cobran la AUH, pero convengamos que la imagen en torno a ellas tiende a no generar mayoritaria compasión. Entonces, hasta las bien pensantes Carrió y Mirtha Legrand se indignan sobre el té con scons de las cinco en punto.

Es demasiado, parece. Paternalismo sí, jerarquías, también. Pero no nos olvidemos de la caridad, Mauricio.

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