CulturaTato Zattara: hacer teatro, esa forma de vida

Juan Miserere19/06/2023
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Pasaron 45 años del debut de Tato Zattara como actor, un momento que marcó un quiebre en su vida, en el que entendió que “era el lugar donde quería estar”, por eso lo sigue haciendo con la misma vitalidad y el entusiasmo inicial. Al fin y al cabo, hacer teatro se transformó en su manera de dejar un sello dentro de esta comunidad, creando, interpretando, dirigiendo y también generando espacios.

Cuando hace el repaso, Zattara enumera varias salas que fueron tomando forma a partir de su participación (nunca en soledad, por supuesto), pero no como una jactancia sino como una demostración de que “hacer teatro” en Venado Tuerto no implica solamente aprender un texto, ensayar y estrenar. Hay que poner el cuerpo por completo para que las cosas sucedan.

Y hoy, 45 años después, ahí está Tato preparando un nuevo personaje para el estreno de “Perfume de campeones”, la obra escrita y producida por Paul Citraro que le permitirá compartir escenario con varios de los que siguieron un camino parecido en las últimas décadas. Ya hay fecha de estreno: el miércoles 1° de noviembre habrá una avant premiere y luego cinco funciones confirmadas: 3, 4, 5, 10 y 11 del mismo mes en el Teatro Ideal.

A mí me gustaba cantar, siempre quería ser cantante, pero era muy desafinado; entonces tenía que buscar otra forma de expresión”, admite Zattara, quien se crió en una casa con muchos discos y libros, donde la cuestión humanística siempre estuvo presente y marcó el rumbo suyo y el de sus hermanos. Su primer contacto con el teatro fue durante la secundaria con Natalio Perillo, en una experiencia muy elemental, y años más tarde lo haría de manera formal.

El pan de la locura. Zattara y Karen Vigetti, 1978.

En el medio se fue a vivir a Buenos Aires, donde se acercó al teatro pero como espectador, y cuando volvió en el ‘77 “porque allá estaba peligroso”, justo se iniciaba un grupo de teatro en la Biblioteca Alberdi, donde participaba su hermana. “Estaban empezando a preparar una obra, que era El pan de la locura, iba a hacer un personaje muy chico, pero se bajó uno de los actores principales, y Enrique Diez que era el director me preguntó si me animaba y fue la primera vez que hice teatro en un grupo independiente”, recuerda.

Ahí estaban Tito Visentín, Oscar Barotto, Karen Vigetti y mucha gente que después no siguió en el teatro. “Desde ese momento me di cuenta que no quería cantar más”, recuerda ahora con una sonrisa.

Multiplicar teatro

Aquel grupo se dividió cuando el director Enrique Diez, que era militante del PC, le habían allanado la casa y tuvo problemas políticos por los que tuvo que abandonar la biblioteca, siguió por otro lado. “En ese momento con Tito lo seguimos, mientras que Oscar y Karen se quedaron en ese lugar”, repasa.

Junto a Mirna Castro en “El jorobadito, 1983/4.

Entonces se dio una experiencia muy particular. Donde hoy está la Secretaría de Hacienda de la Municipalidad (25 de Mayo y Belgrano) funcionaba el Banco de Intercambio Regional (BIR), y pegado, donde hoy está el Credicoop, funcionaba el autobanco, “que era un garaje donde sin bajar del vehículo ponías el depósito en un buzón y salías por 25 de Mayo. Estaba en desuso y por alguien que estaba en la comisión del banco obtuvimos el permiso y montamos un teatro en el fondo. Hicimos la obra ‘Ha llegado un inspector’, pero eso se desarmó muy rápido porque evidentemente alguien le hizo ver a los del banco que le estaban dando el lugar a gente que hacía teatro. En plena dictadura”, expone.

El grupo se fue dispersando, pero en 1981 Tato Zattara llega a la Bilbioteca Ameghino empujado por el presidente, su ‘tocayo’ Tato Narvaiz, que lo empujaba a llevar el teatro al lugar. “Pero no teníamos gente, entonces fui a buscar a los amigos que jugaban al básquet, y ahí aparecen el Ñoti Martínez, el Zurdo Peanovich, Villegas, nos pusimos en contacto con Rodolfo Aldasoro que vino como director y fue el germen del Grupo Apertura”.

De allí viene otra historia, porque eso daría lugar al nacimiento del Galpón del Arte, espacio que perdura con plena vigencia. No obstante, Tato Zattara se fue en el segundo año y estuvo un tiempo alejado de las tablas. “Hasta que Claudio Oliva y el Pino Sola, que habían sido alumnos míos, me fueron a buscar y volvimos a la Biblioteca Ameghino, donde fundamos el grupo Teatro Libre en 1992. Hicimos ‘Decir sí’ de Griselda Gambaro”.

Durante la inauguración del Galpón del Arte.

Ya con la incorporación de Andrés Pieli hicieron una adaptación de la Opera do Malandro de Chico Buarque, en la Sala Castalia, lo que daría nombre al Teatro Malandra, con el que se mantiene trabajando hasta estos días.

Pero en el medio “Oscar Barotto, con quien seguíamos en contacto desde siempre, nos ofreció el Ideal para ensayar y hacer las obras, hicimos Historia de nuestra América, El Argentinazo, Las manos de Eurídice y trabajamos hasta el 2005 en que me fui a vivir a Brasil”, enumera.

El grupo siguió a cargo de Claudio Oliva, hasta que Tato regresó en 2009 y apareció la chance de alquilar la sala de calle Colón donde había funcionado el Boga Boga Clú. “Después que falleció mi esposa María Rosa yo tenía el tiempo para involucrarme y entonces armamos el primer taller en 2010 con el teatro en construcción, que se inauguró en agosto de ese año con La herencia maldita”.

Zattara destaca que “habíamos conseguido instalarlos en la sociedad, lo que no es fácil, pero cuando cumplimos los diez años (en 2020) nos tuvimos que ir porque se vendió parte del inmueble”.

Entonces apareció el espacio donde está actualmente, en calle Juan B. Justo, donde funcionaba un centro de jubilados que pertenece a la Unión Ferroviaria. Se hicieron las gestiones, y con apoyo de la Municipalidad a través de Miriam Carabajal les cedieron el inmueble en comodato. “Hubo que arrancar otra vez desde cero, ya estamos con la sala de adelante armada, tenemos el patio y estamos tratando de terminar la sala principal. La idea es ponerle mucho trabajo y que se pueda comprar el lugar”, confía.

Construir cultura

Con todo ese recorrido, Zattara es palabra autorizada para afirmar que “hacer teatro es una lucha permanente, pero uno no lo piensa desde ese lugar. Yo nunca me planteé armar cuatro teatros, pero cuando tenés una elección de vida hacés lo que es necesario. A los más viejos, como Oscar, Ñoti y yo, nos tocó construir los espacios donde no había nada, por lo menos en el 78 cuando arrancamos con Arlekinos. Y sostenerlo nos costó mucho”.

Además destaca que no es sólo una cuestión edilicia, porque “en los primeros grupos traíamos al director de afuera, hasta que en un momento nos fuimos formando a los tumbos y nos animamos a dirigir. Se hace en la medida que aparece la necesidad, en lo edilicio y lo artístico”, aunque “ya merezco un descanso”, dice entre risas.

En La isla desierta, con Colo Pieli y Elida Pujadas.

Con todo este bagaje encima, el actor y director garantiza que “el movimiento teatral de la ciudad es muy importante, aunque siempre hubo altibajos”, y destaca la existencia de dos salas de teatro independientes, el Ideal y ahora se suma Espacio Runciman. “Que se haya hecho en nuestra ciudad la Fiesta Nacional de Teatro en 2013 no es casualidad, sino producto de que hay un movimiento importante y un reconocimiento hacia eso. Rosario tiene muchas salas, pero muy chiquitas, y por momentos no tuvo el movimiento permanente que acá se sostiene, y se demuestra en la cantidad de gente, porque nosotros cuando empezamos en la Biblioteca Alberdi trabajábamos para seis personas y hoy tenés un público que se mueve, un poco más o menos, con temporadas que funcionan mejor que otras, pero se puede mantener la estructura”, analiza.

Y otro elemento es que se haya instalado el Profesorado de Teatro, porque “Venado tiene un peso específico y es bárbaro que exista. Esto permite una transición, porque -quizás por falla nuestra- faltó una generación intermedia, pero ahora los que vienen de abajo están descubriendo un montón de cosas”.

Perfume de reencuentro

Aunque siempre hubo agoreros que sostienen que el teatro está en crisis como expresión, Zattara ya no les cree: “Hace 45 años que escucho lo mismo, sin embargo seguimos subsistiendo. Hay una energía de la comunicación y el mano a mano que no lo reemplaza ni la mejor tecnología, por eso el teatro se va a adaptar y se hará de otra manera, pero seguirá existiendo”.

Tato Zattara en La razón blindada, en la sala Malandra.

Y en eso andan con Oscar Barotto, Ñoti Martínez, Andrés Pieli, Agustín Di Mella y Verónica Pipelo, bajo la dirección de Roberto Corvatta, encaminando a este Pefume de Campeones que genera gran expectativa, y ya tiene fecha de estreno. “A mí me cierra por todos lados, porque hace 45 años que no trabajo en un escenario con Oscar, y con el Ñoti debe hacer 35. Pero hay algo que siempre se mantuvo, especialmente con Oscar cuando nos cruzábamos siempre decíamos que teníamos que hacer algo juntos y nunca lo concretamos. Hay una cuestión estética que cada uno defiende, pero en el sentido humano me sigo sintiendo hermano de ellos. Con el Ñoti no nos encontramos por un buen tiempo, y cuando lo hicimos fue como si el tiempo no hubiese pasado, porque seguimos conversando lo mismo, cada uno en su espacio”, relata.

Incluso cuenta que “a Agustín Di Mella, que es un poco más nuevo y está en Murphy, hace un tiempo que estaba con ganas de llamarlo, tal vez para dirigirlo yo en alguna obra”, mientras que “a Vero la conocí ahora, pero forma parte de una generación posterior y tenía ganas de hacer algún trabajo con gente más joven”.

Pasaron la etapa de lectura de texto y ya empezaron los trabajos con el director: “La obra generó un entusiasmo en todos los participantes y eso se nota, nos divertimos mucho trabajando esta obra. Lo hago porque tengo ganas y me hace bien. Yo soy el Payaso Pipino, es un personaje lindo, me gusta porque todos tienen un lado tierno y querible, pero es gente que tiene menos años de vida que los vividos, y sabe que en algún momento va a llegar el final”, cuenta.

Por ahora nadie piensa en que se baje el telón, sino en disfrutar una nueva aventura que los va a encontrar jugando como el primer día: sobre las tablas de un teatro buscando la complicidad con sus pares. Y el aplauso del público.

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