EstampasEstampas: Ecografía de la pampa I

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Por Nicolás Manzi

Cuántas veces miramos la infinidad de la pampa y nos preguntamos algo. Por ejemplo, con qué comparar lo infinito: al mar, a lo inadmisible. Y sin embargo, si nos tomáramos el trabajo, podríamos contar los granos de… ¿tierra? ¿polvo? Se deshace en tus manos la tierra. El humus no es como la arena, que por ser de piedra no se deshace tan fácilmente. Se parte en cuatro, en ocho, y sucesivamente, en infinitas partículas que eligen volar y meterse en la casa por la ventana, y mientras un rayo de luz las ilumina podemos apreciar su vuelo.

Mamá, ¿qué son esos pajaritos que vuelan en mi habitación? No hijo, es el polvo, es la tierra, que acabamos de barrer, y se ha levantado, nada.

El rayo del sol cae en diagonal, se desmarca de la nube, cae límpido sobre la cama, a la hora de la siesta en invierno. Cae es una forma de decir. Se establece un juego de luces y sombras, y el pequeño filósofo empieza a reflexionar sobre ellas: ¿cuál es el límite de la luz? ¿Acaso la cosa? ¿Qué son esas cosas precursoras de la televisión? Sombras chinescas en el medio de la pampa húmeda, a la hora de la siesta en invierno, el día en que el sol ha regresado luego de varios días nublados, ese sol agradecido y amado.

¿Acaso es amor? La pampa, las vaquitas ajenas, los caballos ajenos, el grano ajeno, el polvillo ajeno. Lo propio de la pampa es lo que uno ama, como cantaba el viejo adagio: dime con quién andas y te diré quién era.

El pequeño filósofo se despereza, la siesta ha terminado. Le quedan dos días más en el campo y ya podrá regresar al pueblo, no tan lejano, a volver a jugar con los amigos vecinos. Se pone una camiseta que la madre le ha dado limpia, pero ya está sucia de tantos días en el campo. Quizás al día siguiente al mediodía, cuando haga un poco más de calor, le dará una lavada con un pan de jabón blanco, en el estanque, y la dejará que se seque al sol, para no volver con la camiseta hecha una mugre a la casa. Eso si no se le ocurre una bella cabalgata, buscando otra laguna para que el Romero se moje las patas, chapoteando, y él jineteando y disfrutando a galope firme.

Todavía no se pregunta bien el pequeño filósofo, todavía no se pregunta por la nada, por la muerte, por la insignificancia de la palabra humanidad y las convencionalidades del tiempo ante el infinito que se esconde detrás del horizonte y de la noche.

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