CiudadSocialesYuliana, a dos años de la aprobación del cupo laboral trans en Venado

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Hace algo más de dos años se aprobó en Venado Tuerto, por unanimidad, la ordenanza de cupo laboral trans. Así poco después se incorporaba, Yuliana Aguilar, a la planta municipal como la primera mujer trans en ocupar un cargo público; como coordinadora del Centro de Día para el Colectivo LGBTI

Las políticas públicas son una excelente herramienta para modificar realidades. Pueden transformar la vida de las personas, la historia de Yuliana lo confirma.

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Cuándo tenía 11 años mi abuela me mandó a hacer un mandado y me rompieron la nariz. Pasé por una  esquina  donde había una tipos tomando cerveza y empezaron a agitar- ¡maricón, maricón!- y uno me pegó.

En esa época, Yuliana, llevaba nombre y  ropa de varón. Vivía en un barrio de casas y monoblocks separados por un terreno baldío: el barrio Ciudad Nueva de Venado Tuerto.

Cada uno cuenta su propia historia con pequeños retazos de recuerdos y emociones. Yuliana elije, casi siempre, obviar las roturas en el tejido de la memoria y aferrarse a las partes sanas; o a los remiendos.

Está tan llena de palabras que se  precipitan de sus labios con cierto ritmo; alterado solamente por dos cosas: el amor y el dolor.

Suena  firme y segura cuando habla de leyes, derechos y deberes. Asombra el conocimiento que tiene sobre los derechos de la comunidad LGBTI, el VIH, el ejercicio de la prostitución y la enfermería. Todos esos pequeños mundos forman el suyo.

La avenida por donde transcurre su relato se vuelve callejuela, pasadizo, cuando roza los afectos.

El mundo de Yuli empezó a desintegrarse casi al mismo tiempo que el mundo comunista. Su madre abandona la casa familiar en  tiempos de globalización, desasosiego político y levantamientos militares contra el gobierno de Alfonsín, en Argentina.

Mientras el austral soportaba los embates de una primera corrida cambiaria controlada a fuerza de la venta de dólares en el mercado libre, los Aguilar terminaban en el lugar donde habían aprendido que no valía la pena, ni siquiera, pasar un domingo.

 –Era horrible estar ahí. Un horror, un horror. Yo los odiaba cuando era chica. Eso nos lo enseñó mi mamá. Siempre discutía con mi papá para no ir a comer los domingos.

¡Qué vamos a ir a comer a la casa de esa vieja! Si ni comer se puede, ¡están todos amontonados! ¡No se puede pasar un domingo tranquilo! relata  Yuli, con un último resquicio de aire sobre un tono afligido.

 – ¿Y tu abuela?- indago.

Y, mi abuela era buena onda pero tenía hijos a bocha, ¿me entendés? Era gente muy humilde-  me cuenta, arrastrando las palabras de tal forma que imagino que un lápiz dibuja, para mí, aquella casa, aquella escena, aquel dolor.

 –Mi papá tendría que haberse esforzado un poco más en sostener la familia, en cambio vendió la casa y nos llevó a la de su madre, me dice Yuliana. Su flequillo negro recto llega casi al límite de unos ojos vivaces.

 –Mi hermana se fue de mi tía porque estaba terminando el primario y empezando el secundario, tenía una prima de su edad con la que había empezado a salir y se  llevaban bien. Mi tía vivía de otra forma. Cuando pasó todo esto se la llevaron a vivir ahí para que ella que era mujer … ,no termina la idea.

No es muy difícil de imaginar, una familia desarmada, en aquella época, porque la mujer se fue (con otro) y dejó a su marido y a sus hijos. Había que preservar a la nena, llevarla donde se le asegure la estabilidad económica y social.  El varón y el puto se quedaron con los Aguilar. Yuli se ríe con picardía cuando recuerda cómo los hacía explotar de la bronca; a mayor rechazo mayor provocación.

Estamos en un departamento del barrio “El Cruce”, a los 42 años, Yuliana, logró tener un lugar que le agrada y que reconoce como propio. Me recibe con un andador en el que se apoya para caminar. Tiene la pierna izquierda enyesada, un auto la atropelló saliendo del Centro de día LGBTI que coordina, gracias a la Ordenanza de Cupo Laboral Trans.

Ella participó de la redacción de la ordenanza y luchó por su sanción.  Gracias a su trabajo tiene obra social, derecho a la cirugía y a las prótesis mamarias que estaban por colocarle.

Si no fuera por el accidente ya tendría mis prótesis– se lamenta. –Después de la cirugía en la pierna tengo que esperar un año por lo menos.

 -¿Tanto?

Sí. Me tengo que cuidar, hace más de 10 años que tengo VIH. El médico me dijo que espere. Si no ya tendría unas tetas hermosas. ¡Prótesis y no aceite de avión! Antes, las  compañeras se ponían aceite de avión.

– ¿Vos te pusiste aceite, Yuli?

¡No, yo soy re miedosa!

¿Cómo te ponés aceite de avión?

– Son otras compañeras que aprenden.

– Ah, entre ustedes.

Son compañeras que aprenden y tienen la posibilidad de conseguir el líquido y se hace. Eso se bombea.  Yo nunca me dañaría así. O sea, yo estudié enfermería. Te dicen de usar una aguja trocar, ¡esa una de las agujas que más calibre tiene! Te inyectan eso, van bombeando hasta que toma forma. Vos pensá que eso va desprendiendo la carne del músculo. Eso genera ardor, dolor, se puede infectar. Yo lo veía como enfermera que soy, por eso nunca se me dio por hacerme nada. Además, me tengo que cuidar. Aunque estoy fantástica, no me siento enferma. Pero la medicación diaria para el HIV me joroba un poco el estómago.

Si hay algo que Yuliana sabe es luchar para conseguir lo que quiere. A los 19 años se inscribió en la Cruz Roja de Casilda y  obtuvo el título de enfermera. Hizo sus prácticas nocturnas en la clínica de la UOM y diurnas en el Hospital San Carlos. El acceso al curso no fue un problema. El acceso al mundo laboral, en cambio, sí lo fue.  Era 1997  y hacía malabares para pagar los pasajes a Casilda y a Rosario donde tenía que cumplir con las exigencias del curso.

 -Vendía empanadas, hacía de todo. A la noche, en Casilda, cuando tenía un ratito me iba a la ruta, si no, no me alcanzaba-

¿Cuándo empezaste a prostituirte?

Yo me empecé a prostituir cuando era chica. Tenía que esperar que mi papá, después del trabajo, hiciera la recorrida por todos los barcitos y llegara a las tres de la mañana para poder comer algo. No. Yo me daba unas unas vueltas y si alguien me invitaba a salir, salía. ¿Qué, lo iba a esperar a mi papá hasta las dos de la mañana para ver si venía con una milanesa, con una pizza, con algo para comer? Yo ya me había comprado mi sandwich, me había preparado mi taza de té con una masita y me había acostado.

Entre la hiper inflación y la convertibilidad se diluyó la infancia, robada, de Yuliana y de tantos otros pibes. El país quedó empobrecido, con un mayor nivel de marginación y pobreza estructural, después de la etapa Menem-Cavallo. El proceso de globalización tuvo como principal característica la individualización apoyada por los cambios en la tecnología.  Los aspectos sociales y políticos no dejaron de ser difíciles hasta la actualidad. El aspecto económico, con el triunfo del capitalismo, pasó el más importante en la vida de las personas.

Yuliana se siente diferente. Quizás busca, incansablemente, algo que la distinga.

Es que yo estuve siempre cerca de mi familia. Por eso no emigré. Mis amigas se iban a Rosario, a Buenos Aires, algunas se iban a Europa. A trabajar en la prostitución, antes no había otra opción. Pero yo tenía otros sueños, yo siempre quise estudiar. Hoy en día gracias a la Ley del Cupo laboral Trans, la municipalidad debe tomar cinco personas por año. Hoy hay más posibilidades, aunque queda mucho por hacer. Podrían tener a toda la comunidad trans trabajando y hermosear la ciudad.

-¿A ver, cómo es eso? ¿La prostitución afea? ¿No es un trabajo digno? Lo pregunto porque hay toda una discusión en torno a esto.

La prostitución es un trabajo digno si dejás un trabajo en una zapatería. La prostitución como única opción no es buena.

-¿Cómo dejás la prostitución?

No la dejás porque no podés. Si querés vivir bien tenés que salir de vez en cuando.

Hubo un tiempo en que Yuliana se cuidó menos. Fue el tiempo de la juventud. Después, gracias a un amor, dejó las drogas. Estuvo cinco años con ese hombre. Nunca hablaron de la prostitución. Es un silencio que se repite en su vida. Tampoco lo habló con sus padres. Sin embargo, cuando “el Chino”, su papá, se enfermó y tuvieron que amputarle una pierna, no dudó, se lo llevó a su casa y le cedió su cama. Ella se instaló en un futón en la cocina comedor.

El desamparo fue el telón de fondo de la vida de Yuliana. Es extraño, no se victimiza. Relata los hechos con la convicción de quien no volverá a pasar por lo mismo. Se ha convertido en alguien con determinados propósitos.

La comunidad trans era muy vulnerable. No teníamos defensa, cuenta Yuli, marcando una diferencia entre el pasado y el presente.

Cualquiera nos maltrataba. Nos parábamos a trabajar (en alguna esquina) y empezábamos a facturar. Pasaba el jefe de calle o el comisario y nos amenazaban con meternos presas, nos sacaban la plata o nos recagaban a palos. Nos llevaban a la comisaría, nos dejaban toda la noche presas y nos culeaban todos. O nos agarraba la que se creía la “madame” que se paraba en la esquina y quería sacarnos lo poco que juntábamos. Hasta los mismos tipos que salían con nosotras, después de pagar, nos amenazaban y nos quitaban la plata.

El mundo de Yuliana es mejor ahora. Pero no lo logró sólo para ella y esa es su mayor victoria. Habla de compañeras, de proyectos a nivel local y provincial. Acompañó a su padre en su lecho de muerte. Puede cuidar de otros. Puede cuidarse a sí misma. Aún espera algo de su madre. ¿Quién no?. Cree en Dios pero aborrece las religiones. Está convencida de que es la religión la que la separa de su mamá.

A los 5 o 6 años Corina (su madre) la llevaba de un conocido ginecólogo venadense para “tratarla”, le hacían recuento de hormonas  y todo tipo de prácticas que Yuliana recuerda con disgusto.

Ellos querían trabajar sobre algo que para mí era natural. No me gusta cuando dicen que es una elección de vida. No es que llegás a los 15 o 16 años y decís ¿a ver? ¿Qué me va a gustar, qué voy a ser? ¿Me entendés? Vos ya nacés con eso.

 

Nota: Silvina Buljubasich 

 

 

 

 

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