CiudadSocialesSon ucranianos, hace 11 años que viven en Venado Tuerto y hoy sufren la guerra a la distancia

Juan Miserere17/03/2022
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Desde hace 11 años, Alejandro y Anna Marmalyuk eligieron a Venado Tuerto como la ciudad para vivir, criar a sus hijos y desarrollar su empresa. Ellos nacieron en Ucrania, llegaron al país a esa edad en la que se está saliendo de la infancia para entrar a la adolescencia y el destino los unió unos años después. Hoy, con el corazón partido entre las dos patrias, son espectadores a distancia de la invasión rusa sobre su tierra natal, pudiendo compartir el desgarrador testimonio que sus familiares les acercan en primera persona: de la crueldad de la guerra y la muerte siempre rondando.

Alejandro (Oleksandr en su idioma) tiene 39 años y nació en el centro de Ucrania, en una zona rural; mientras que Anna (de 36) nació en Kiev y luego se mudó a una ciudad más pequeña cercana a la capital “parecida a Venado Tuerto”. Los dos llegaron en la década del ’90, cuando sus familias tuvieron que salir en busca de nuevas oportunidades ante una gravísima crisis económica.

Hoy tratan de explicar lo que pasa entre Rusia y Ucrania, en un conflicto que desde este lado del mundo no resulta sencillo de comprender. Convocados por Venado24, aportan su visión: “Ucrania está mostrando al mundo una gran resistencia, con cada una de las ciudades dando una batalla que ni el propio ucraniano sabía que era capaz de hacerlo para defender a su patria”.

El ucraniano y el ruso son idiomas diferentes, “como el español y el portuñol”, compara Alejandro para dar una referencia. Los dos se hablan en proporciones similares dentro de su país, pero ellos aclaran que todas son “ciudades ucranianas con pueblo ucraniano, porque nuestro país nunca tuvo represiones hacia el pueblo ruso. Y así lo demuestra la sorpresa que se lleva Putin cuando sus soldados entran a estas ciudades supuestamente habitadas por rusos, porque no son recibidos como libertadores, sino que encuentran resistencia”.

Las motivaciones

Anna y Alejandro entienden que esta guerra tiene una motivación económica pero principalmente política. El presidente ruso decidió la acción militar “por el rumbo que quiere tomar Ucrania, con el argumento de que se quería ingresar a la Unión Europea primero y luego a la OTAN y eso era peligroso por tener al ejército de OTAN pegado a la frontera rusa. Pero la realidad es que Ucrania no iba a entrar porque ya estaba en conflicto de guerra, pero sí tenía una visión a futuro de hacerlo. Rusia desde el punto de vista político no lo puede tolerar y llegó hasta donde llegó”.

En la región del Donbass, donde están las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk hay unas minas de carbono que son fundamentales para el sistema de calefacción centralizada del país, con unas grandes calderas instaladas en cada barrio a las que se conectan los edificios para atravesar los crudos inviernos. También se emplea para plantas de generación de electricidad. Ucrania perdió Donbass en 2014, por eso ahora tiene que comprar ese carbón de características particulares que antes le pertenecía a través de Sudáfrica. Ese es uno de los conflictos económicos.

Pero hacen especial hincapié en el hecho de que Rusia no puede permitir que Ucrania se vaya a la Unión Europea porque es una derrota para ellos, porque a todos los países que están a su alrededor los pudo absorber, pero Ucrania se le va de las manos”.

Las consecuencias

La invasión rusa lleva 22 días y las noticias que Anna y Alejandro reciben son variadas: “Los planes de guerra se le fueron a Putin, porque no pudo lograr ninguno de los objetivos propuestos y tuvo que salir a combatir y defender algún motivo. Él decía que en tres días llegaba a Kiev y todo se terminaba, pero hasta ahora no hubo grandes cambios. Hoy la guerra es muy distinta a la que comenzó, porque era invasiva para meter ejército y captar territorio, pero sólo tomó algunas vías y ciudades limítrofes. Hay batallas reales todos los días, cuentan.

También ponen el acento en las consecuencias que está pagando Rusia, desde las sanciones económicas hasta la cantidad de muertos: “Putin no comunica la cifra de manera oficial, pero en Ucrania se habla de más 14 mil rusos muertos, cuyos cuerpos no son retirados para no oficializarlos. Esa cantidad de caídos no los tuvo en cinco años de guerra con Afganistán ni en Chechenia. Y la reacción ante eso es bombardear ciudades porque tiene una gran fuerza aérea”.

Vivir la guerra

El día a día en Ucrania varía de acuerdo a la región. Anna tiene a su padre viviendo en Kiev y Alejandro tiene familiares en el centro y el oeste. “Hay ciudades muy comprometidas, que son las que están en zona limítrofe con Rusia, en Kiev hay muchos bombardeos de noche y la gente se refugia en los sótanos antiaéreos, que están en todos los edificios después de la Segunda Guerra Mundial y de Chernobyl, que ponen a resguardo a la gente aunque se derrumbe el edificio”, relatan.

Sin embargo, la cuestión es muy complicada: “Hay edificios viejos que tienen estos refugios en muy malas condiciones, con humedad y ratas, porque son espacios que no se mantienen porque nadie esperaba tener que usarlos. Mi abuelo que es adulto y las familias con chicos no pueden pasar muchas horas ahí, hay que tener en cuenta que todavía están en invierno con un frío terrible y sin calefacción. Mi abuelo se esconde al lado de la cama a esperar lo que pase”, relata Anna con pesadumbre.

En cambio, la región más cercana a Polonia trata de sostener su economía con actividad casi plena, y está refugiando a la gente que consigue emigrar de lugares más críticos.

A pesar del panorama, Alejandro se anima a soltar algo de optimismo: “Creemos que se empieza a ver una luz al final del túnel porque el ejército ruso está debilitado y no puede cumplir objetivos. Rusia reclama desmilitarización y desnacionalización del pueblo ucraniano, que el país no tenga más el idioma ni tradiciones: que Ucrania sea parte de Rusia y mantenga un estatus neutral respecto a la OTAN”.

En Venado

Desde su llegada a la Argentina, Anna no volvió nunca a Ucrania y Alejandro sólo estuvo en 2008. “Cuando fui ya era otro país, me dieron ganas de volver y establecerme allí, pero diez años después de irme había grandes cambios. Hoy tengo familia y empresa acá”, destaca.

Alejandro cursó sus estudios secundarios en Buenos Aires en una escuela técnica electrónica con inclinación en computación, tuvo un cyber cuando ese negocio era un boom pero un día le entraron a robar tres hombres armados y le sacaron todo. Después se incorporó en una empresa que vendía software para programación de equipos CNC y luego inició la tarea de servicio técnico de equipamientos industriales, primero como técnico, luego fue tomando personal y hoy cuenta con una empresa (Marmalyuk SA) de 18 años de trayectoria, con representación oficial de importantes marcas de Europa, China y Japón.

Algunas de las máquinas con las que trabaja la empresa Marmalyuk.

Anna conoció Venado Tuerto cuando le vendieron una máquina a la empresa Franco Fabril hace 15 años y fue amor a primera vista. Como la mayoría de los clientes de la empresa estaban en esta zona, empezó a rondar la idea de la mudanza.

Ya tenían a su hija mayor y cuando Anna quedó embarazada de trillizos tomaron la decisión de vivir en Venado. Compraron un terreno en la zona de Brown y ruta 8 donde construyeron de a poco las oficinas y empezaron a contratar gente de la ciudad. Hoy su hija mayor tiene 15 años y los trillizos (dos varones y una nena), 13.

Hoy tenemos dos oficinas, una en Venado y otra en Buenos Aires. No me puedo quejar porque nos está yendo bien, a pesar del Covid fuimos buscando marcas y alternativas, adaptándonos a las necesidades de la industria argentina y las medidas del gobierno”, destaca Alejandro.

A pesar de que vivieron más tiempo de sus vidas en Argentina, “nosotros nos sentimos ucranianos”, dice Anna sin dudar; mientras que su esposo concede que “mitad y mitad, destacando que “me preocupo mucho por lo que pasa aquí porque mis hijos son argentinos, apostamos a este país y estamos agradecidos porque dio un refugio para mi mamá y oportunidades para desarrollarme y progresar, a pesar de la mala dirigencia política que tiene”.

Los Marmalyuk lucen en su casa la bandera azul y amarilla de su patria, hablan en ucraniano, cocinan comidas típicas y miran películas producidas en su país. Aunque nunca pudieron alejarse, hoy sienten la necesidad de estar más cerca que nunca de su tierra, esperando que lleguen noticias de paz.

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