CiudadSocialesLlegar y volver a partir: un venadense que elige viajar como estilo de vida

Juan Miserere24/12/2022
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Sin rutina, sin ataduras, sin residencia fija y sin temor a lo desconocido. Así decidió que sea su vida el venadense Bernardo Campos, quien hasta los 22 años cumplía con la premisa de estudiar y trabajar, se recibió y cuando tenía todo para asentarse económicamente, realizó un viaje iniciático que modificó su manera de ver el mundo. Desde hace cuatro años, solamente piensa en la próxima ruta y el siguiente desafío.

Aunque el camino no sea sencillo, la familia y los afectos queden lejos y aparezcan imprevistos como una pandemia en un país alejado, la decisión de vivir viajando y siempre cerca de la naturaleza pueden más. Todo lo que hace falta está en una mochila y las retinas nunca se cansan de capturar nuevos paisajes.

Hay que remontarse a finales de 2018, cuando Berni terminaba su carrera de técnico superior en Seguridad e Higiene en el Instituto Dante Alighieri y trabajaba en un semillero. Mientras tanto, Tyngo, uno de sus hermanos, se encontraba en España haciendo temporada como guardavidas y le mandaba fotos de playa. El contraste era grande y empezó a picarle el bichito de viajar.

Entonces, ya con el título en la mano, un 27 de diciembre los dos hermanos Campos partieron en plan mochilero hacia Machu Picchu, con el objetivo de llegar a las ruinas incaicas pero sin plazos ni hoja de ruta definida. Salieron desde Rosario en tren hacia Tucumán, recorrieron Salta, Jujuy, Bolivia y llegaron hasta Cusco, casi siempre a dedo o eventualmente en colectivo.

Bernardo en Machu Picchu.

Cumplimos el objetivo pero los dos estábamos con resto para poder seguir viajando y no teníamos compromisos para volver”, cuenta Berni. Entonces recorrieron un poco de más Perú a dedo y con una carpa: Lima, la ruta panamericana que va por la costa, luego entraron a Ecuador y finalmente Colombia. Ingresaron por Cali, fueron a Medellín y se instalaron un tiempo a trabajar.

Fuimos buscando la forma de hacer el viaje con el menor gasto posible para hacerlo lo más duradero que se pueda, sabiendo que cada país te autoriza la visa por tres meses. Cuando nos queríamos quedar en algún lugar buscábamos un voluntariado, que es el intercambio de trabajo por alojamiento en un hostel”, relata.

El venadense asegura que “conocer los lugares te saca un montón de preconceptos, te dicen que Colombia es peligroso, pero es un país hermoso con gente buenísima, estuvimos en la Comuna 13 en Medellín que se reconstruyó culturalmente y las historias que te cuentan dan escalofríos, pero son las mismas que te dicen de Rosario hoy”.

Los dos hermanos son muy futboleros (Berni es fanático de Rosario Central), por eso recorrieron varios estadios y justo estuvieron en un hostel ubicado a pocos metros del Nacional de Medellín. Ahí pudieron conocer al futbolista argentino Hernán Barcos, quien les terminó prestando por algunos meses sus propios carnets para que puedan ingresar gratis a los partidos. Y fueron a varios.

Los hermanos Campos en la línea del Ecuador.

Navegando el Amazonas

El periplo colombiano siguió por Cartagena, Parque Tayrona y el litoral. Cuando se cumplían los tres meses de estadía intentaron pasar a Venezuela, ya era el segundo semestre de 2019 y había una situación social muy crítica, motivo por el cual no pudieron entrar. “Nos quisieron coimear, nos pedían mucha plata en dólares y aunque explicamos que estábamos de mochileros, no nos dejaron pasar y nos amenazaron con retenernos el pasaporte. Entonces volvimos a Colombia, contamos lo que nos pasó y nos extendieron la visa por tres meses más”.

Regresaron a las playas de Cartagena y la isla Barú, y estando allá “mi viejo nos avisa que en octubre cumplían 25 años de casados con mi vieja y querían hacer un festejo”, entonces empezaron a planificar el regreso, aunque sin avisar. Un primo que entonces vivía en Recife, Brasil, les dijo que había vuelo directo a Rosario, pero había que cruzar el Amazonas para llegar. Y lo hicieron.

Fuimos hasta Leticia, que es una ciudad que está en el Amazonas en Colombia, donde está la triple frontera con Brasil y Perú, y sale un barco por el río que pasa por Manaos y termina en Belén”, cuenta.

El río es como una gran autopista navegable, donde aparecen aldeas muy precarias mezcladas con alguna megaindustria que extrae los recursos naturales. “Íbamos en un barco donde dormís en hamacas paraguayas en la cubierta”, relata.

Ya en tierra brasileña fueron bajando por el litoral haciendo voluntariados, con la premisa de recorrer pequeños pueblos y evitar las grandes ciudades, algo que luego repitió en sus siguientes viajes. “La gente es más receptiva y podés armar la carpa en una plaza o en la playa, es mucho menos hostil que las grandes urbes”, asegura Campos.

Tomaron el vuelo y el mismo fin de semana del aniversario de casamiento los dos hermanos aparecieron de sorpresa caminando frente a la casa familiar. Berni se quedó un tiempo en Venado, hizo temporada tres meses en el semillero y ese período le sirvió para reconfirmar que no quería hacer eso. Entonces volvió a viajar.

De la montaña a la playa

Ahora partió solo, encaró hacia Brasil, estuvo en la playa de Pipa donde ya había generado un vínculo en un hostel: “En Sudamérica tengo casas en un montón de lugares, y eso es lo que me hace seguir”. Ya era enero de 2020, y enseguida llegó la pandemia, que “fue una cachetada que me mostró cuáles eran los riesgos de viajar solo. Al principio me quería volver porque las noticias eran que la gente se estaba muriendo, yo tenía un vuelo en abril pero lo cancelaron. No pude volver, pero mi hermano me dijo que aproveche y disfrute porque acá no se podía ni salir a la calle. Y yo estaba en un pueblito de Pipa donde estuvimos en una comunidad de argentinos, empezamos a hacer vida sana de playa y entendí que era eso lo que quería”.

Viajando a dedo, en la caja de una camioneta.

La vuelta se estiró hasta diciembre de 2020, y en Foz de Iguazú se hizo amigo de un italiano que quería entrar al país y en enero le avisó que se había instalado en Mendoza, en una finca para producir vinos. Y lo invitó a sumarse.

Llego a Venado, estoy un mes y ya necesito arrancar, así que le dije que sí”, afirma. Después de un tiempo, se fue a Malargüe, empezó a bajar por la ruta 40 pasando por distintos pueblos de montaña, pero era la segunda vuelta de la pandemia y “yo llegaba  las 6 de la tarde con mi mochila y ya estaba todo cerrado. Un día llegué a Chos Malal en Neuquén, me cruzo a una mujer y le cuento mi situación, me explicó que estaba todo cerrado y me ofreció el garaje de su casa para dormir. Vivía con sus dos hijos, nos pusimos a charlar y tomar unos mates, y terminé durmiendo en un colchón en la pieza, donde me aguantaron tres noches”, reluce la anécdota.

De ahí fue a Bariloche, ya era agosto y se instaló en un hostel en Circuito Chico haciendo pintura y mantenimiento, y cuando empezó la temporada de verano decidió quedarse. “Ahora me vuelvo para allá porque me gustó”, anticipa.

Ahí se hizo amigo de un brasileño que tiene una empresa de turismo de montaña, y como ya hablaba algo de portugués lo invitó a Berni a trabajar con él con turistas brasileños con la Patagonia y en marzo le propuso ir a Brasil con trabajo.

Carpa y playa, en vínculo total con la naturaleza.

Volvimos en su auto, pasamos por Venado y sin avisarle a nadie toqué timbre en casa, pero no había nadie. Nos sentamos en la vereda a esperar y aparece mi vieja en la bici que no entendía nada. Hacía más de un año que no los veía, pero le aclaré que hacíamos noche y a las 6 de la mañana seguíamos viaje a Brasil. Le costó, pero entendió que es el modo de vida que yo elegí”, cuenta.

A ese trabajo en las montañas de San Pablo y Minas Gerais lo alternó con el plan de aprender a surfear, por eso se quedó viviendo seis meses en Ubatuba, más puntualmente en Itumambuca, que era una comunidad de diez personas “donde todos vivíamos para todos pero nadie obligaba al otro a hacer nada”, una experiencia totalmente hippie, bastante anarquista.

Descansando en alguna terminal.

Naturaleza, playas, montañas y lejos de las grandes ciudades. Estuve en Río de Janeiro para conocer, pero a los tres o cuatro días no quise saber nada porque es mucho quilombo”, afirma.

Sin ataduras

Después de Nochebuena, y previo a cumplir sus 26 años, Bernardo parte nuevamente a Bariloche con su amigo brasileño, y en marzo de 2023 sabe que lo espera un nuevo destino, aunque aún no tenga en claro cuál es. “Tengo ganas de ir un poco más lejos, quizás hasta Centroamérica, porque siento que ya se me hace fácil volver a los lugares donde estuve y quiero llegar a un lugar donde no conozca a nadie ni al idioma. Porque el cerebro se te activa de otra manera, te obliga a generar un vínculo y una confianza. Yo me instalo en un lugar, si me gusta me quedo y si no me gusta levanto campamento y sigo para otro lado, no quiero tener ataduras”, sentencia.

También dice que “muchos te preguntan qué voy a hacer cuando vuelva, y mi pregunta es si tengo que volver. Por ahora quiero seguir haciendo esto, llegar a un lugar e ingeniármelas para vivir y conocer, no tengo ningún apuro ni compromisos que me aten”.

Es que de tanto viajar, se modifica totalmente la forma de ver las cosas: “Nunca tuve malas experiencias, uno aprende a estar despierto y atento a cada cosa que escucha. A mi viejo siempre lo que más le preocupa es dónde se sube uno cuando está haciendo dedo, pero nunca subí al auto equivocado, uno desarrolla un instinto que te dice ‘acá si y acá no’. Siempre me preguntan si no me da miedo que me roben, pero me da más miedo caminar de noche por Venado con el celu y la billetera”.  Así, garantiza que “para mí es vivir donde yo quiera, con la gente que siento que me trata bien y porque me gusta el lugar. Y cuando quiero me voy”.

Aunque la charla duró casi una hora, un par de días después desde el WhatsApp Berni manda una última reflexión para esta entrevista: “’En el mundo hay mucha más gente buena que mala, pasa que la buena no sale en la TV, jaja’, eso era lo que le decía a mi vieja cada vez que nos recibían en algún lugar y ella estaba asustada por dónde íbamos”. La mochila ya está preparada, es momento de partir.

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