CiudadSocialesEl barrio está de fiesta porque algunos nunca bajaron los brazos

Juan Miserere15/12/2021
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Un estadio repleto, la emoción reflejada en lágrimas y un título de campeón que se concreta después de muchos años. Veintitrés, para ser más exactos. Al observador alejado, la obtención del campeonato de la Asociación Venadense de Básquet puede parecerle un logro menor, más aún si se compara con aquellos años ’90 en los que era moneda corriente ver todas las semanas a megaestrellas como Alejandro Montecchia, Jorge Racca, Sebastián Uranga, Pichi Campana y algunos pibes que luego descollarían a nivel mundial como Walter Herrmann o Chapu Nocioni. Pero la realidad hoy es otra, y la alegría que se vivió anoche en el estadio de Olimpia fue tan genuina como emotiva. Porque llegar a este título implicó un recorrido previo de mucha angustia, de una quiebra prolongada y la bandera de remate puesta sobre el estadio en dos oportunidades.

Ya se sabe que aquel esplendor de los ’90, de ser competitivo en el mayor nivel nacional y además obtener logros como la Liga Nacional y la Liga Sudamericana, estuvo asociado a la existencia del Banco Integrado Departamental. Pero también es cierto que hubo vida después del BID para Olimpia, manteniéndose en competencia en el TNA hasta 2007, con altibajos y planteles más o menos competitivos.

Fue por esa época en el que el club pareció empezar a tocar fondo, con una quiebra que seguía su curso y deudas que todavía provenían de la fiesta de los 90. Que alguien tenía que pagar.

En 2009 llegó lo peor. El Juzgado en lo Civil, Comercial y Laboral de Melincué determinó el remate del estadio, en una subasta a realizarse el 28 de mayo de ese año, con una base de 4,2 millones de pesos. Sin comisión directiva y casi en estado de acefalía, un grupo de padres asumió el compromiso de ponerse al frente de la situación y tratar de frenar el remate, algo que se logró con la necesaria intervención del poder político.

Todavía se recuerda el rol del entonces ministro de Gobierno de Santa Fe, Antonio Bonfatti, llevando adelante gestiones para postergar el remate y ganar tiempo en busca de soluciones. De hecho, justo un día antes de la fecha señalada, una carta firmada por el gobernador Hermes Binner motivó que el juez postergara la subasta.

Luego se presentaron proyectos de expropiación en la Legislatura para que el Estado realice un desembolso importante de recursos. La deuda ascendía entonces a 1,2 millón de pesos y la Provincia pagó 360 mil pesos por la sede del club (sobre calle 2 de Abril), ya con la intención de instalar dependencias oficiales, algo que recién se concretó hace poco más de un año.

Esa cifra le permitía a la comisión directiva planificar con otro panorama la continuidad del club, con dinero para negociar con los acreedores. El trámite se concretó recién en 2010.

Se trabajó para afrontar el resto de la deuda, hubo algunos avances pero los gastos de funcionamiento de la institución hicieron que se viviera al día. En 2016 quedaban todavía unos 40 acreedores.

Entonces ocurrió lo peor (otra vez): fecha de remate para el estadio para el 1° de septiembre de ese año. Otra vez las gestiones para lograr una prórroga que, como siempre, llegó sobre el filo. La base de la subasta era de 4,5 millones de pesos y la deuda ahora llegaba a los 2,5 millones.

Se gestionó la condonación ante organismos oficiales, que representaban un porcentaje importante de la deuda, se intervino al club como una herramienta legal necesaria para poder actuar y finalmente en 2017 se logró levantar la quiebra.

Se pagaron unos 2 millones de pesos, que salieron en gran parte del Estado provincial (unos 900 mil pesos, ya en la gestión de Miguel Lifschitz), sumando el aporte de algunos legisladores (Oscar Pieroni, Julio Eggimann, Lisandro Enrico, Gabriel Real), la Municipalidad de Venado Tuerto y la predisposición de muchos acreedores, que aceptaron cobrar un monto muy inferior al que les correspondía.

El club quedaba saneado y listo para mirar al futuro. Claro que los obstáculos siguieron, por ejemplo la pandemia que obligó a reducir las actividades en una estructura gigante, y hasta algún robo sufrido en esos días. Sin embargo, Olimpia siguió adelante.

La cancha repleta durante las finales con Sportsman de Villa Cañás da cuenta de la popularidad que supo mantener el club pese a las adversidades. Al fin y al cabo, las pasiones saben poco de jueces y convocatorias de acreedores. Por eso este festejo es tan merecido y emocionante, porque además se dio con un plantel lleno de pibes, que pudieron seguir jugando con esa camiseta gracias a los que se pusieron al frente de sostener al club. Por eso el gigante de barrio San Martín se puso de pie y se fue de copas por unas noches.

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