CulturaRegiónMurió Carlos Regazzoni, el artista que tuvo un paso intenso y fugaz por la región

Juan Miserere26/04/2020
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Esta mañana falleció el artista Carlos Regazzoni en el Hospital Italiano de la ciudad de Buenos Aires, donde estaba internado producto de una enfermedad con la que venía luchando los últimos meses. Tenía 76 años y una vida intensa: era escultor y pintor, padre de siete hijos y un personaje absolutamente histriónico, verborrágico, inconformista e impredecible.

Apasionado por la estética ferroviaria, su fuente de creación era la chatarra, con la que montaba enormes esculturas, obteniendo reconocimiento en Europa, al punto que supo vivir en Francia.

Lo que pocos recuerdan es que Regazzoni tuvo un paso por la región, tan intenso como fugaz. Llegó a la localidad de María Teresa invitado por la Comuna para participar de la muestra Emprendess en 2008. Enseguida conectó con las autoridades locales y desarrolló un ambicioso proyecto denominado “Sol Negro”. Se instaló a vivir en la estación de trenes donde montó su taller y centro de operaciones, iniciando algunas esculturas. Sin embargo, para enero de 2009 el artista ya había levantado campamento denunciando que lo habían echado.

Nacido en Comodoro Rivadavia en 1943, Regazzoni comenzó a principios de los años 90 a hacerse conocido en Europa por sus originales técnicas. El filme El Hábitat del Gato Viejo, del cineasta galo Franck Joseph, le dio amplio impulso a su obra artística.

Fue entonces que hizo de un galpón casi abandonado en Retiro un gigantesco atelier de miles de metros cuadrados, en el que participaban también otros artistas, siempre con una relación especial con París y la cultura francesa. Allí mismo funcionaba el restaurante “El Gato Viejo”, donde el mismo Regazzoni cocinaba y atendía, que tuvo un recordado ciclo en Canal (á).

En 2015 la ciudad de Buenos Aires lo había declarado “Ciudadano ilustre”, y sus obras pueden verse tanto en el Malba porteño como en otros museos de Europa, mientras que sus esculturas tuvieron como compradores a celebridades de todo el planeta.

Una de las clásicas obras del escultor, en la ciudad de Buenos Aires.

Un sueño

En aquel 2008 Regazzoni sorprendió con su aparición en la región. La presidenta comunal Cristina Gómez mostraba orgullosa el proyecto gestado junto al singular artista, al punto que realizaron una conferencia de prensa de presentación en Venado Tuerto. Tan consustanciado parecía Regazzoni, que incluso aseguraba que ya había hecho el cambio de domicilio en su DNI: ya se consideraba vecino de María Teresa

La idea fue traerlo para la Emprendess y que todos los soldadores del pueblo pudiesen participar en una obra que quedase para María Teresa, dirigida por alguien tan conocido y destacado como era Regazzoni”, recuerda ahora Cristina Gómez.

Entonces el escultor se deshacía en elogios hacia el pueblo y sus autoridades, contando que el proyecto Sol Negro era un viejo anhelo suyo que por fin encontraba el espacio donde desarrollarse: “María Teresa es un pueblito perdido en el mapa, que es lo que yo buscaba porque permite soñar con un lugar que tenga un Hospital maravilloso, una biblioteca con 2 o 3 millones de libros y los chicos de todo el mundo se comuniquen a través de Internet“, desarrollaba el artista.

El arte ofrece una incitación poderosa y a ultranza: o entrás o no entrás, y eso te puede llevar a ser un artista, de lo contrario saldrás con un oficio. A muchos muchachos les hice romper los tetra brick y los he espantado de la droga, porque muchos cuando me veían me decían ‘vos sos de los nuestros’, pero yo no me doy con nada y soy así. La muchachada está perdida y en todos lados están los atorrantes sinvergüenzas que los mansillan y les sacan las posibilidades de progreso“, definía Regazzoni en aquella presentación en Venado Tuerto. Era noviembre de 2008.

Dando más precisiones sobre su proyecto, el mentor de El Gato Viejo agregaba: “En un pueblo que está rodeado de riquezas, ¿adónde va la plata? Alguien se la está choreando porque a la Comuna no va un puto mango. El intendente, el que barre el piso y la vieja que está en la esquina hacen un esfuerzo y cuando les hablás de arte ven la vida de otra manera. Si yo puedo colaborar para que esas personas se transformen, mi proyecto tiene sentido“.

La obra que el artista llegó a plantear fue un “zoo ferroviario”, con animales construidos a partir de chatarra: “Desde la estación vamos a ir uniendo voluntades para que aquel que puede ponga la computadora, otro Internet, el teléfono, la camioneta, un lechón y otro pone la chatarra. Yo pongo el arte“, decía.

Incluso aseguraba que esta propuesta le generaba un enorme entusiasmo sin rédito económico: “Tengo proyectos en todo el mundo, algunos buenos y otros malos, pero todos me dan plata. El único en el que no veo un puto mango es en este, pero es un gran desafío porque es una idea original“.

Así promocionaba la Comuna a la llegada del artista.

Conflicto y despedida

La ambiciosa propuesta de Regazzoni en María Teresa (y hasta desmesurada en su idea de montar un hospital) duró un puñado de semanas. ¿Qué pasó realmente? Seguro que sólo los protagonistas lo saben. En enero de 2009 el paso del artista por la región ya era historia: “Me echaron”, declaró en su momento vía telefónica, ya en Buenos Aires.

Me llamaron y me dijeron ‘por qué no venís a este pueblo que nunca pasa nada a hacer un poco de quilombo’. Me preguntaron cuánto cobraba y yo les dije 200 mil dólares y dejo una obra, me contestaron que en el pueblo no había un mango y fui bajando. Cuando hablé con Cristina Gómez (la presidenta comunal en aquel momento) acordamos que me darían 5 mil pesos y otros 5 mil en maíz, porque a mí me interesaba desarrollar el proyecto”, relataba entonces.

Eso fue antes de la muestra Emprendess, donde Regazzoni trabajó ante la mirada del público presente, siempre pensando en el proyecto Sol Negro. Con un grupo de colaboradores recuperaron un vagón, y además el artista llevó unos autos de colección que tenía en la ciudad de Azul, junto a las herramientas para trabajar.

La entonces presidenta comunal repasa: “Dio cursos y talleres, vino gente de otras localidades y se instaló en la estación de trenes donde se hacían largas charlas sobre el andén. La gente iba porque era un atractivo, fue una experiencia muy linda”.

Sin embargo, Regazzoni denunció entonces que luego de unos días en Buenos Aires, regresó a María Teresa y encontró que le habían corrido las obras que tenía en marcha con una pala mecánica: “Había hecho un queso con los ratones, una jirafa y dos elefantes de un tamaño importante”, afirmaba, siempre a base de chatarra. Esto derivó en un cruce en duros términos con algunas autoridades de la Comuna, que terminaron incluso con denuncia policial.

Regazzoni en el andén de la estación junto a vecinos. Su centro de operaciones.

El legado

Cuando regresó tras las fiestas de fin de año, Regazzoni encontró que la estación ya no era su lugar: las autoridades de la comuna habían sacado todo lo que había adentro y el artista se sintió expulsado del pueblo, decidiendo que iba a llevarse las obras que había realizado (algunas finalizadas, otras en proceso).

Gómez admite: “Las cosas no terminaron bien, en casi todos los lugares a él le pasaba lo mismo porque era demasiado exigente para una comunidad tan chica como la nuestra”.

Solamente quedó una obra que resistió al tiempo y es el único legado del paso del artista por María Teresa: una virgen (inconclusa) que los vecinos recuerdan haber visto tirada durante mucho tiempo, casi abandonada, hasta que se la rescató para el predio de Caballos al Viento, en el ingreso a la localidad, donde se realiza equinoterapia.

Lo que está claro es que el vínculo entre María Teresa y Carlos Regazzoni fue un auténtico romance de verano: intenso, desmesurado y fugaz.

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