No soy una persona ajena a las cuestiones políticas, no todo me da lo mismo, nunca me subí livianamente al “que se vayan todos” o al “son todos lo mismo”, aunque a veces nos invitan a creerlo. Nunca milité por ningún partido ni candidato, pero no soy indiferente a un resultado electoral o al rumbo de un gobierno. Es cierto que tengo la obligación de estar informado porque mi trabajo me lo exige, tengo que leer la realidad, hacer algún análisis, intentar anticipar algo de lo que puede ocurrir. Y me gusta.
En definitiva, a pesar que “nunca voté al que ganó” como cantan los Acorazado Potemkin en esa brillante canción que es “Mundo Lego”, debo admitir que la cuestión política me atraviesa fuertemente, que por eso me indigno bastante con el rumbo de las cosas y discuto apasionadamente en la mesa de café o en los asados.
Por eso tengo presente un día en particular, porque una sola vez entré al cuarto oscuro y voté con el corazón, aunque no por los motivos que se esperan. Quiero decir, no es que metí el voto en el sobre creyendo en un proyecto, en que mi vida, la de aquellos que me rodean y la de las amplias mayorías iba a ser mejor. No, nada que ver.
Esa vez, aun sabiendo que ese voto iba a servir de poco en términos electorales, no pude traicionar a mis sentimientos. Por primera vez sentí que ahí, entre todos esos nombres que aparecen desperdigados sobre los bancos de escuela, había alguien a quien le debía lealtad.
No hablo de la lealtad del 17 de octubre y la liturgia peronista, aunque sí tiene que ver con los partidos. Con los de fútbol en este caso, con los colores, con el tipo que se puso la camiseta que amás y la defendió como nadie.
Llegó de Chaco y le pusieron “Tordo” porque era negro y chiquito como esos pájaros. Debutó en Primera a finales de los 70, yo no había nacido y él ya había entrado a jugar por los puntos. Cuando se retiró yo ya tenía casi 16. En 1980, en aquel legendario equipo conocido como “La Sinfónica” bajo la batuta del maestro Don Ángel Tulio Zof le tocó ser titular en el tramo final y metió unos golazos increíbles para ser campeón por primera vez.
Le tocó el oprobio del descenso, pero volvió enseguida para ser figura y goleador del campeonato, consolidando así una de sus grandes hazañas, que nunca más nadie concretó: ascenso y título en primera al torneo siguiente. Otra vez con Don Ángel, otra vez héroe, haciendo el gol del campeonato en cancha de Temperley, de penal contra Puentedura.
Se lo llevó River con Griguol y le fue más o menos; se fue a México y fue figura. Incluso le hizo un gol increíble al Real Madrid, a lo Diego contra los ingleses. Volvió en el ’92, en años difíciles para Central, porque estaba fresca y latente la época más gloriosa de los vecinos, con los títulos de Bielsa y finales de Libertadores.
Aunque no eran tiempos fáciles, en el 94 estuvimos cerca del título con el Negro Marchetta, pero la ilusión se despedazó en cancha de Huracán, donde una multitud copó el Ducó, decían las crónicas de la época.
Pero había un capítulo más. Había otra hazaña esperando. Ya tenía 37 y estaba en el ocaso de su carrera, pero eso no le impidió ser protagonista de otro hito nunca repetido en la historia del fútbol. Copa Conmebol, final contra Atlético Mineiro y derrota 0-4 en Brasil. Nunca jamás nadie dio vuelta una serie con esa diferencia en una final… hasta el 19 de diciembre de 1995, cuando Central se impuso por idéntico resultado y después festejó en los penales, donde Omar metió el suyo, pero antes le puso el centro en la cabeza a Petaco Carbonari para el cuarto gol agónico, cuando se moría la ilusión. Otra vez campeón, otra vez con Don Ángel.
Pero todo esto puede sonar a estadística, a dato de Wikipedia. El vínculo es mucho más profundo, porque el Negro jugaba como nadie, era un futbolista de la estirpe de los Bochini o los Riquelme para buscar uno más cercano. De un talento único, capaz de meter la habilitación con el pase profundo que nadie siquiera pensó, de pedir siempre la pelota y nunca esconderse, de saber que esos colores se tienen que defender a morir. De los tiros libres precisos y la voz de mando, de jugar hasta los 40 años cuando nadie lo hacía, porque jugar a la pelota es demasiado lindo para dejarlo rápido.
Por eso, ese día cuando entré al cuarto oscuro no lo pude evitar y le metí el voto al Negro Palma. Era precandidato a gobernador de Santa Fe por alguna alianza de dudosa procedencia, que creo recordar era fogoneada por un sindicalista de esos que llevan décadas en su sillón. No me importó, por una vez dejé la racionalidad en torno a la política y le puse el voto al tipo que me hizo feliz.
A ese tipo que una tarde de verano fui a saludar en el Club Centenario cuando vino como técnico de las inferiores de Central en unos torneos Sub17 que se hacían todos los años. Lo encaré saliendo del vestuario, al lado de las viejas escaleras que llevaban a las tribunas y mientras me temblaban las piernas lo saludé y le pedí que me firme la camiseta. Una Le Coq Sportif, como la que había usado unos años antes en la Conmebol, que aún conservo.
Es el tipo que uno miró para el costado cuando no quedó ‘del lado de los buenos’ (si es que lo hay) en alguna polémica en torno al club, porque “qué le podés decir al Negro…”.
Es el tipo al que uno deseó que le vaya bien cuando le tiraron el equipo en 2011 en la B, lo pusieron de técnico porque no le ganábamos a nadie y la cancha era un infierno cada partido. Buscaron al de las espaldas más anchas, de paso para borrarlo al Kily González, pero ni así lo pudieron incinerar como ídolo.
El Negro Palma en Venado, con los canallas locales.
Es el tipo que vino un fin de año a Venado invitado por la Filial de Rosario Central, era diciembre de 2015, un lunes que llovió a baldazos en un salón que estaba frente a la Terminal, donde ahora funciona una iglesia evangélica. Acompañado de su esposa y su nieto, se sacó un millón de fotos y nos invitó a jugar un picado –que nunca se concretó- en su casa de Ibarlucea.
Por eso, con orgullo puedo decir que ese día yo lo voté al Negro Palma, que fue la vez que más amor metí adentro de un sobre. Porque ese tipo siempre me hizo feliz, porque fue, es y será por siempre mi ídolo. Y hoy que las noticias dicen que la está peleando en un sanatorio, siento que se lo tengo que decir de alguna forma.