Y uno está ahí, llorando. Llorando como un chico, o como si estuviera en el velorio de un familiar querido. Pero no hay dolor, sino emoción, desahogo y la certeza de estar viviendo uno de esos momentos que se marcan a fuego en la memoria.
Los que abrazan la racionalidad dirán que uno es un estúpido, que no puede tener ese comportamiento por un simple partido de fútbol, que el DNI delata 36 años que exigen otra clase de madurez. Pero no puedo… a cientos y cientos de kilómetros de mi casa, sentado en un escalón de la popular del Malvinas Argentinas de Mendoza, no puedo contener las lágrimas. Por un partido de fútbol, por una camiseta. ¿Y qué?
Miro al costado y estamos todos igual. Uno termina abrazado con tipos que no vio nunca antes en su vida, no sé si son padres cariñosos o si le pegan a la mujer… no es el momento de averiguarlo. Son tipos que comparten el mismo sentimiento en el mismo instante, que sienten esos colores como uno y que viven la misma emoción.
Algunos dirán que no es tan importante, que ganarle a Gimnasia no guarda relación con la épica. Los de River y Boca (tan iguales entre ellos) con su soberbia característica pensarán que aquello que no los tiene como protagonistas, en realidad no existe.
La verdad es otra. Ahora es Mendoza, antes fue San Juan, Córdoba o Formosa. Y siempre fue frustración, plantar el culo en un auto horas interminables, gastar plata, lidiar con el laburo para conseguir uno o dos días de permiso, trasladar la ilusión de romper con la sequía de dos décadas… y nada.
O porque el equipo no aparece y se pierde en los penales, o porque te roban en forma descarada, o porque se nos escapa un partido increíble, siempre es regreso con desazón. Pero uno no duda y vuelve, siente que tiene que estar, que la cita con la historia ya llega, y que es necesario estar ahí.
Y otra vez penales. Siempre penales. Tres viajes en esta Copa Argentina. A Santa Fe, a Córdoba y ahora Mendoza. Y siempre penales. Odio a los penales, seguro que esas definiciones las inventó algún arquero, que son los únicos que tienen algo para ganar. El resto perdemos años y salud. No se pueden mirar los penales, y menos los del equipo de uno.
Antes de que empiecen a patear lo busco a Berni. Me acordé que lo tuve al lado en las definiciones anteriores, con Almagro y Temperley. Vení para acá, quedate cerca. Qué boludez… todo el mundo tiene cábalas, todos los hinchas de todos los equipos apelamos en algún momento a esas prácticas ridículas, que en realidad tratan de esconder el miedo. No importa… uno al menos tiene que quedarse tranquilo con su consciencia y saber que hizo lo que estaba a su alcance.
La cosa empieza bien para nosotros. Miro al costado y lo tengo a Facu al lado, que debe andar por los 20 y mira los penales envuelto en un llanto incontenible. Abajo mío, Fede no puede ni hablar, casi que no muestra síntomas vitales. Y en el otro costado Berni canta ensimismado, como alienado, todas las canciones sin despegar la vista de la cancha.
Yo no aguanto más, no tengo el coraje de mirar el último remate. Es gol y es campeonato. Es gritar campeón. Es dejar atrás 23 años sin títulos. Es olvidarse por un rato de las finales perdidas, de las frustraciones, de las cargadas hirientes. Es darle fe otra vez a un montón de pibes que esperaban este momento desde que nacieron.
Pero no puedo mirar. De cuclillas, de espaldas a la cancha, espero la reacción de la gente. Que explote… y explotó.
No me puedo levantar, me brotan las lágrimas. Pienso en mi viejo, que seguro hubiese estado ahí, renegando por lo mal que juega el equipo, pero nos habríamos dado un abrazo hermoso, de esos que casi nunca nos dimos.
Pienso en mis hijos. Qué ganas de tenerlos cerca y ver sus reacciones, porque uno les inculcó el virus canalla en un lugar donde significa andar a contracorriente. Qué lejos que los tengo, por eso me abrazo con este que está acá, que ni sé quién es. Pienso en los amigos que ya no están. Me lo imagino al Tribi emocionado acá a la par, a Arthur perdiendo por una vez la compostura.
Por eso déjenme llorar, no me juzguen. Si no es la primera ni la última vez que pasa. Si me acuerdo en el 95 moqueando solo ante una radio por la épica de la Copa Conmebol, si también lloré en el 2010 sentado en una platea por el descenso consumado, un poco por los gases lacrimógenos de la policía y mucho por una tristeza tan profunda que dolía. Si lloré en el trabajo, un domingo frente al televisor cuando volvimos a Primera esa noche jujeña. Y si tampoco pude contener las lágrimas después del primer clásico ganado tras el regreso.
Perdón por sentir tanta alegría hoy, pero Central es campeón. Y el mundo de repente es un lugar menos peor.
(Dedicado a la memoria de Miguel Miserere, Adrián “Tribi” Rodríguez y Arthur Woodward)