Columnista invitadoOpiniónOpinión: Detrás de los buenos modales

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Por Rafael Sevilla

“Fue correcto, adecuado, municipal y obvio

o sea una buena persona en el peor sentido de la palabra”

 J. Giannuzzi

 

¿Qué hay detrás de los buenos modales de un oficialismo que se muestra homogéneo y correcto?

Sobre la superficie: hacer cumplir las normas, camisa adentro, preocupación por las formas, banderas de la eficiencia, luces en las plazas, la vasectomía de Calaianov, muchos cascos, mucho instagram, decomisación de comida en mal estado. Ahora bien, ¿qué podemos leer desde las fisuras de un relato que por ahora funciona y parece no agotarse?

El 60% que sacó Pellegrini en las últimas elecciones confirma los mecanismos de la maquinaria oficialista, pero también la bajísima vara que dejó el último peronismo que todavía nada entre cenizas. ¿Cuál es la maquinaria? Generar un sentido común (o mejor dicho: replicarlo), tener buenos diseñadores y un equipo de comunicación. Un larretismo venadense: estar atentos a lo que se dice y transformarlo en discurso, fotos o videos.

El Intendente, unas semanas antes de subir una foto adoptando un perrito, inauguró las sesiones legislativas en el Concejo local y la velada trajo consigo aplausos y pocas preguntas. Un racconto de lo hecho hasta ahora, poca precisión sobre el futuro y lo de siempre: pedir más gendarmes. Las mismas recetas que nunca funcionan, pero sirven para la tribuna. Inclusive afirmar que cada vecino de ahora en más deberá cortar el pasto de su vereda como una transformación estructural para la sociedad venadense.

Construir un relato a partir de la repetición discursiva de lo fáctico pero sobre todo por oposición o antagonismo. Aprovechar ciertos rasgos del sentido común y transformarlos en una verdad. Si se dice que la Justicia no funciona, hacer hincapié ahí. Si el peronismo dejó desorden, ampliar y repetir esa idea. Entonces el oficialismo será, sin decirlo, justo y ordenado.

Pero nos encontramos con un gobierno que construye un relato sin disputas en su contra. La verdad como una cuestión de retórica. Una voz que se enuncia y nadie cuestiona, el sentido común construyéndose como la única verdad. Los vergonzosos copy-paste que parte del periodismo hace de los comunicados de prensa del oficialismo y el peronismo que no puede hacer política sin el Estado, acompañan el proceso.

Gestionar lo existente, no reinventar la política. Una cultura de lindos eventos, una política de lo obvio. La política, no como herramienta transformadora, sino como la reproducción del status quo, de lo establecido, pero con videos, buenos filtros y guirnaldas.

Mientras tanto los males que acompañan a Venado siguen siendo los mismos: para el centro todo, para los barrios nada. Un centro compacto que empieza a quedar viejo, una (des)proyección de la ciudad, la realidad que parece no modificarse.

Enarbolar discursos y palabras bonitas (con las que todos siempre estaremos de acuerdo) pero al mismo tiempo proponer transformar el presupuesto participativo en un programa en el que la participación se reduzca a elegir la calesita, el tobogán o el arenero de tu plaza. Una participación real incluye voz y decisión, no sólo elección. Se reduce el presupuesto de manera significativa y se presenta como un logro. Una transparencia light de qué se hace pero nunca de cómo se hace.

Para la posible rebeldía artística, ambientalista y por momentos joven: programas. O sea, la libertad de accionar dentro de las fronteras que los valores del Gobierno permiten. (Y muchos sujetos-colectivos rebeldes o artísticos sintiéndose cómodos en ese lugar).

Pero esto no es un problema del gobierno, porque en términos de permanencia política, eso es una virtud. El oficialismo optó por llevarse consigo hasta la rebeldía. La construcción de un gobierno conservador eco-progre-friendly donde quepan todos: desde los ex socialistas hasta quienes el 24 de Marzo relativizan el terrorismo de Estado. Por ejemplo, el senador Lisandro Enrico proponiendo “otra mirada”, que como todos sabemos es la de siempre, negacionismo acompañado por aplausos de dirigentes y por extraños discursos en el acto oficial.

Cuando lo aberrante se toca con lo cotidiano y eso se normaliza no transforma lo aberrante en un acto menor sino por el contrario en algo más llamativo, donde hay que indagar.

Sin embargo, estas posturas no deben molestarnos. Sí enojarnos, sí repudiarlas y combatirlas. Pero es mejor que existan, que las enuncien. Es la ideología local mostrándose, filtrándose entre lo que se pretende pulido, intentando hacer de nosotros una buena persona en el peor sentido de la palabra.

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