A 49 años del último y más sangriento golpe de Estado hoy los argentinos nos enfrentamos a una nueva etapa donde el retroceso cívico es evidente. Desde el poder de turno se blande la retrógrada teoría de los dos demonios bajo la pátina del reclamo de contar “la historia completa”.
No en vano, el gobierno nacional eligió difundir en las primeras horas del 24 de marzo un video institucional con la voz y escritura de Agustín Laje, donde insisten con el concepto de “Memoria completa”, que incluye la condena a los crímenes de Estado durante la última dictadura militar y también a los actos de violencia de organizaciones armadas.
A esta altura, parece redundante y hasta primario aclarar algunos conceptos que solo los pocos informados o los que esconden un sesgo autoritario en su sangre pueden blandir. No puede utilizarse un paralelismo absurdo que termina justificando una represión feroz utilizando todas las herramientas que tiene el Estado contra no solo los integrantes de los grupos insurrectos sino contra cualquier argentino sospechado de pensar diferente. Y, más allá de aceptar que del otro lado detrás del aparente idealismo de algunos se cometieron espantosos crímenes, nada se compara con la utilización de (repito) las herramientas del Estado para semejante atrocidad.
Insulta a las víctimas y a la sociedad argentina que ciertos sectores continúen invocando como “excesos horrendos” a crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Estado, como: violaciones sexuales, robo de bebés, tirar desde aviones vivos o muertos prisioneros al mar, torturas y desapariciones forzadas de miles y miles de personas. Y sobre todo agravia a aquellas madres que todavía están esperando que por lo menos le entreguen el cadáver de sus hijos o a aquellas abuelas que están esperando que encontrar algún nieto que está con una identidad ficticia vaya a saber dónde. Lo más triste es que muchas de esas madres y abuelas ya se murieron sin encontrar las respuestas.
Lo peor es que la teoría de los dos demonios es reavivada por el gobierno y ciertos periodistas que, salvando las distancias entre ambos casos, justifican la feroz represión en la marcha de los jubilados por los revoltosos que se sumaron. Y vaya si tuvo consecuencias dicha represión, allí está el fotógrafo Pablo Grillo luchando por su vida después de recibir en su cabeza el impacto de uno de los cartuchos de gas lacrimógeno que efectivos de las fuerzas de seguridad lanzaron a los manifestantes.
Va de nuevo: que hayan existidos revoltosos que asistieron a la marcha con el solo objetivo de provocar el caos no justifica el desmedido accionar del aparato represivo oficial. No se puede, ni se debe, poner en el mismo plano a los representantes del Estado y a quienes generan disturbios. El Estado tiene la obligación de garantizar la paz, en todo caso, posee variadas herramientas para prevenir y hasta para impedir manifestaciones violentas. Un claro ejemplo que se puede evitar semejante represión ocurrió una semana después con igual protesta en la que no hubo dificultades.
Ahora, la gran incógnita es cómo llegamos a que una parte de la sociedad argentina hoy culmine reivindicando nuevamente la teoría de los dos demonios y denostando a toda lucha por los derechos humanos.
La respuesta quizá tenga que ver con la utilización desmedida y sobreactuada que se llevó a cabo en anteriores gobiernos nacionales. A esto, se le suma la degradación de parte de los organismos de Derechos Humanos a los que se le inyectó grandes sumas de recursos y a muchos de ellos se los corrompió. Vieja táctica del poder de turno que alguna vez alertó uno de los pensadores más lucido del siglo XX, el francés Roland Barthes. Él decía que el poder neutraliza a los grupos rebeldes imprimiéndoles la lógica capitalista, vaciándolos de contenido y restándoles todo signo de rebeldía. Barthes se refería principalmente a lo ocurrido por los grupos hippies en los 60 y la cultura del rock, pero la lógica es la misma.
Además, el discurso pro derechos humanos del pasado se olvidó del presente y la sociedad argentina asistió en los últimos años a una descomposición constante del tejido social. Por eso, es entendible que hoy la prioridad de los argentinos pase por otro lado. Sin embargo, eso no significa que la mayoría se haya vuelto prodictatorial ni negacionista, ni que ya no defienda la causa de los derechos humanos.
Avances del autoritarismo
En ese contexto emerge lenta pero sostenidamente la intención de imponer un régimen autoritario que reniegue de las pocas mediaciones democráticas que le quedan a la Argentina. Como advierte el reconocido periodista Carlos Pagni, el de Milei es un extraño caso de un liberal autoritario. “Un liberal que gobierna por decreto”.
Algo de eso alertó el Centro Asuntos del Sur, que dirige politóloga María Esperanza Casullo. En un detallado informe analizaron las políticas públicas, los discursos oficiales y las publicaciones en redes sociales del presidente. Así, destacan como puntos más importantes:
- Negación de la legitimidad de los opositores: criminalización de la protesta y discursos que deslegitiman a los adversarios, calificándolos como amenazas existenciales.
- Restricción de libertades civiles: represión de marchas con gas pimienta y detenciones masivas, despidos ideológicos y la implementación del DNU 70, que modifica leyes clave.
- Rechazo o bajo compromiso con las reglas democráticas: el uso excesivo de decretos de necesidad y urgencia (DNU) y de vetos presidenciales, con escaso control parlamentario y judicial.
- Tolerancia o promoción de la violencia: Retórica polarizante que legitima la violencia estocástica (es decir, cuando los seguidores de un movimiento deciden atacar por su propia mano a aquellos definidos como enemigos) y desfinanciamiento de programas de género y derechos humanos.
Esto último nos obliga a estar más atentos que nunca y no dejarse vencer por aquellos que levantan la bandera de la memoria completa. La memoria no puede ser una construcción sesgada ni un instrumento político. La memoria es un ejercicio de justicia.
Lo que no podemos permitir es que se avance sobre lo único que nos llena de orgullo y por lo que somos reconocidos el mundo. La decisión de juzgar a los responsables de la feroz represión ocurrida bajo el Proceso de Reorganización Nacional. Por eso hoy más que nunca insistimos con aquella consigna que todavía sigue vigente: “Nunca Más”.
Un “Nunca Más” que que hoy se actualiza con el fotógrafo Pablo Grillo.
Ver notas anteriores al respecto:
A 36 años del Golpe: sensaciones
Por un ¡Nunca más! fuera de la grieta
A propósito del 24 de Marzo: huellas venadenses