Columnista invitadoOpiniónLa pandemia visible. La pandemia invisible

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Por Mauro Tortolo (*)

Estamos viviendo momentos muy especiales. Hoy predomina una preocupación inédita por nuestra salud, la propia, la de nuestros seres queridos, la de nuestro país y la del mundo en general (¿quién no se angustia al ver la catástrofe en Italia y España?) Estamos comprobando, una vez más, que cuando la salud se ve amenazada, todo en nuestras vidas se detiene. Todo. Y esto es bien entendible, sin salud no hay nada.

Más allá de la gravedad de la pandemia de COVID-19, este artículo es una invitación a aprovechar la “pausa” que hoy nos hermana para reflexionar sobre algo aún más preocupante. Sobre otra pandemia. Subestimada. Invisible.

La irrupción y diseminación global del Coronavirus es muy seria, y para colmo se desconoce su evolución cierta. El saldo de muertos y el impacto socio-económico que habrá causado a su paso es imposible de anticipar en estos días. 

Sin embargo, como toda pandemia infecciosa, lo más probable es que, finalmente, más tarde o más temprano, será controlada. 

Lo que permitirá acelerar su control es una combinación clave: una concepción y un manejo apropiados. 

Y en mi opinión, podemos estar orgullos de que en nuestro país, provincia y ciudad las cosas se están haciendo muy bien en términos sanitarios. ¿Por qué logramos esto? Porque, por un lado, tenemos concepción apropiada de esta pandemia: una noción acertada de su severidad, junto al nivel de alerta y preocupación que corresponden. Es cierto que por momentos, inevitablemente, esta preocupación toma la forma de pensamientos y conductas desmesuradas, paranoicas. 

Por otro lado, y de la mano de esta correcta concepción, el manejo de la pandemia del Coronavirus es en general, también apropiado. Con la suerte del “diario del lunes” de la información de otros países, hemos tomado las medidas correspondientes, aunque muy dolorosas. Se bloquearon fronteras, desde temprano se aislaron personas sospechosas de portar el virus; se licenciaron trabajadores de a millones; se imputan a quienes no acatan las precauciones; y se ha impuesto desde hace ya varios días un aislamiento social preventivo y obligatorio (“cuarentena”), algo inédito en nuestros 210 años de historia. 

Las pérdidas económicas asociadas a estas medidas son incalculables. Muchos creen que, por citar sólo un ejemplo, es casi un hecho que caeremos en default. En este contexto tan preocupante, mega-empresas privadas acostumbradas a moldear las medidas a su favor, tienen que resignarse sin objeciones, y acatar medidas antipáticas para sus negocios; pero que son medidas que protegen nuestra salud y seguramente salvarán muchas vidas.  Aquí no hay intereses económicos privados que valgan para torcer las decisiones políticas. Ni en en la concepción, ni en el manejo. Con el Coronavirus no hay “peros”. Salud mata billetera.

Esta concepción y manejo apropiados es una prueba de que esta pandemia de Covid-19 es visible a los ojos de todos, especialmente a los ojos de nuestros representantes; y como se dijo, esto es clave para su control.

La pandemia de la obesidad, en cambio, sufre una concepción y un manejo bien diferentes. Paradójicamente, la obesidad, que es mucho peor que el Coronavirus, es concebida y manejada de un modo brutalmente inapropiado.

Vamos por parte. ¿Por qué la obesidad es peor que el Coronavirus? 

Argumento 1. La obesidad es peor porque son muchos más los “infectados”. La obesidad “infecta” a muchas más personas en todo el mundo, sin respetar ninguno de sus rincones. Es una pandemia que desde hace 40 años no para de crecer. La siguiente comparación es bien ilustrativa: al momento de la publicación de este artículo, se confirmaron 1.650.210 infectados por coronavirus en todo el mundo. Respecto a la obesidad, en cambio, sólo en EEUU el número de personas obesas es de 70 millones. Y se estima que dentro de 10 años la obesidad afectará a 200 millones de personas. Sólo en EEUU… 

Argumento 2. La obesidad es peor porque es más agresiva. La obesidad se define habitualmente a partir de medidas corporales. Hay excepciones, pero a fines prácticos podríamos comprenderla como aumento excesivo de la masa grasa corporal. En realidad, esto es sólo la punta del iceberg. Este exceso patológico de grasa se asocia a un sinfín de padecimientos: diabetes, infarto cardíaco, ACV, Alzheimer, cáncer, insuficiencia renal, hígado graso, dolor crónico, apnea del sueño, gastritis crónica, artritis reumatoidea, litiasis biliar, gota, infertilidad, vértigo, y un largo etcétera. Son, con gran diferencia, las condiciones responsables del mayor número de muertes y particularmente de “años de calidad perdidos” por enfermedad en la actualidad. Además, estas condiciones coexisten en muchas personas, generando un estado de fragilidad tal que las hace más vulnerables a cualquier amenaza, por ejemplo… al Coronavirus. En Italia, el país que ha reportado más muertos por Covid-19, el 99% de los fallecidos tenían al menos una condición crónica, y entre ellas se destacan la hipertensión arterial, diabetes y enfermedad cardíaca. Todas ellas propias de… la obesidad.

Argumento 3. La obesidad es peor porque es invisible. Quizás el argumento que más debería preocuparnos. La obesidad alcanzó un estatus lamentable: es normal engordar en nuestra cultura. Se ha convertido en el agua en que nadamos, y que ya no vemos. Resignados, impotentes, o simplemente indiferentes, parece que hemos aceptado este destino natural: quien nace sano en esta cultura, y se deja llevar por la corriente, muy probablemente con los años irá ganando kilos de grasa, hasta alcanzar la obesidad, y con ella la fragilidad. 

Pero la pandemia de la obesidad no es sólo invisible para el público general. La pandemia de la obesidad es invisible -y esto es mucho más preocupante- para nuestros representantes. En realidad, más que una imposibilidad de verla, es una indiferencia -en el mejor de los casos-  para actuar apropiadamente. 

La ceguera política, la “ceguera madre” de esta pandemia invisible, termina siendo la traba principal para resolverla. Vale la pena, por lo tanto, dedicarle unos minutos más para comprenderla mejor. Y para ello, resulta didáctico partir de las causas de la obesidad. Veamos.

La obesidad tiene múltiples raíces. Además de la evidente responsabilidad de la comida, influyen decisivamente el sedentarismo, el estrés crónico, la desconexión con los ritmos de luz y oscuridad del ambiente (cronodisrupción), el descanso nocturno de mala calidad, entre otras. Además, estos factores se potencian mutuamente. Por ejemplo, una personas que sufre estrés crónico está más predispuesta a tomar malas decisiones con la comida. Dicho esto, es la comida y la forma en que comemos la principal culpable de la obesidad, con gran diferencia. 

Es por esto que, si tenemos que elegir por dónde empezar a controlar esta pandemia, hay que apuntar los cañones a nuestros hábitos alimentarios. Sin embargo, esto no es tan sencillo. Como sabemos, hoy existe una enorme diversidad de recomendaciones nutricionales. ¿Cuál es la mejor alimentación para el ser humano? Depende de quién sea el emisor del mensaje. Alimentos bajos en carbohidratos, Ayuno Intermitente, Dieta mediterránea, Vegetarianismo, Veganismo, Carnivorismo, Locavorismo, Dieta Alcalina, Dieta de la Zona, Metabolismo Acelerado… Muy lejos estamos de un consenso; incluso algunas recomendaciones son notablemente opuestas. 

A pesar de esto, hay un punto en el que todos parecemos ir poniéndonos de acuerdo: el daño de los ultraprocesados. ¿Qué son los ultraprocesados? Aquellos productos comestibles -ya no alimentos- con un alto grado de industrialización, diseñados deliberadamente para maximizar el consumo. Altísimo placer y muy baja saciedad. Simplemente para no poder dejar de comerlos.

¿Ejemplos de ultraprocesados? Gaseosas, golosinas, papas fritas envasadas, galletitas, helados, entre los más conocidos. ¿Una forma bien práctica de reconocerlos? Son ultraprocesados cada una de las mercancías comestibles que se venden en el kiosko de una escuela. Por desgracia, esto no es una exageración.

Ahora bien, si estamos bastante alineados respecto al perjuicio que los ultraprocesados generan en la salud; y estamos decididos a empezar a visibilizar la pandemia de la obesidad… 

¿Por qué no empezamos por algo concreto, factible, y con impacto a gran escala? ¿Por qué no empezar a regular el consumo de ultraprocesados? 

La respuesta es simple. 

Porque la plata de las megaempresas todavía alcanza. 

Por un lado, la plata alcanza para bloquear cualquier tipo de medida estatal destinada a su regulación. Un ejemplo de esto ocurrió reciententemente en nuestro país, y tiene que ver con el “rotulado frontal” de los ultraprocesados. ¿Qué es esto? Es una señalización especial, muy sencilla, y al mismo tiempo precisa, con la que se informa a los consumidores si el producto que van a comprar es de mala calidad nutricional; ya sea porque tiene excesos de azúcar agregada, sodio, grasas de mala calidad, y/o calorías. Hay muchas variantes de rotulado frontal, pero la variante que está demostrando alta efectividad en el mundo y también en nuestra región consiste en octógonos negros ubicados en el frente del envase del producto (imagen).

Ahora que conocemos los octógonos, volvamos al ejemplo de bloqueo por parte de la industria alimentaria. Esta medida, de alto impacto en salud pública, fue impulsada en Argentina desde el seno del gobierno anterior. Su abanderado fue el ex-secretario de salud, el Dr. Adolfo Rubinstein. Sin embargo, como todavía la plata alcanza, el proyecto rápidamente murió en un cajón. Así lo denunció el mes pasado el mismísimo Dr. Rubistein: “obstáculos de la industria alimentaria y su influencia sobre la secretaria de comercio” impidieron que esta regulación se concretara. “Para ellos -los directivos de la secretaría de comercio- la salud era un tema secundario”. 

Como puede verse, en la pandemia de la obesidad, se da lo contrario que con el Coronavirus: billetera mata salud.

Pero allí no termina la influencia de la plata. La mano de las empresas también se atreve a “acomodar” las principales recomendaciones alimentarias del mundo. ¿Cuáles son estas recomendaciones? Se denominan “Guías alimentarias para los americanos”. Son coordinadas por el gobierno de los EEUU desde 1980, y las nuevas ediciones son publicadas cada 5 años, e inmediatamente, como tantas otras cosas que nacen en el país del Norte, son imitadas en todo el mundo. Son las guías en las que luego se basan las asociaciones médicas, gobiernos, instituciones, incluso los centros de formación de médicos y nutricionistas. 

Estas guías son determinantes, por ejemplo, para definir qué comida va a recibir un paciente diabético internado en el hospital, qué deberían llevar los niños y niñas al colegio, qué alimentación es necesaria para una buena salud integral; etc. La próxima edición de estas guías se dará a conocer a mediados de este año. Lamentablemente, todo indica que, como viene haciendo desde hace 40 años, la industria alimentaria también va a “meter la uña” en la confección de estas recomendaciones. 

Afortunadamente, cada vez más expertos y entidades despiertan conciencia sobre este este crimen a la salud. Nutrition Coalition es una de estas entidades. Sin fines de lucro, busca promover “políticas alimentarias basadas en rigurosa ciencia”. Según afirma en su página web, los miembros del Comité a cargo de estas nuevas guías padecen una gran debilidad que atenta contra la construcción de recomendaciones objetivas. La mayoría de los miembros del comité tiene fuertes vínculos económicos con la industria alimentaria. Pueden comprobarlo en en enlace anterior. Billetera mata verdad.

Podríamos seguir enumerando ejemplos para argumentar que “todavía la plata alcanza”. Pero los ejemplo mencionados son suficientes, ya que la secuencia de este vicio escandaloso es la misma:

Primer paso. Hay un concepto con el que la amplia mayoría de los expertos en nutrición están de acuerdo; un concepto centrado en los intereses de la salud pública; un concepto respaldado por buena ciencia:

“Los ultraprocesados son nocivos para la salud, y son uno de los principales culpables de la pandemia de obesidad”. 

Segundo paso. Este concepto choca de frente con los intereses económicos de las empresas privadas. 

Tercer paso. Los representantes del pueblo -a diferencia de lo que ocurre en la pandemia de Covid-19- miran para otro lado y eligen ceder ante los interés económicos privados. 

Algún día, esperemos, la pandemia de la obesidad será controlada. El primer paso es cambiar la concepción que tenemos sobre ella. Hacerla visible, especialmente a los ojos de nuestros representantes. 

En cuanto a su manejo, un primer paso concreto sería “poner en cuarentena” a los ultraprocesados. 

Por ahora, la plata todavía alcanza… pero la verdad está cobrando cada vez más fuerza.

(*)  Médico Especialista en Clínica MédicaReg. Esp. 13/796

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