Columnista invitadoOpiniónEl juego de la obesidad. Es hora de cambiar las reglas

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El 70% de los habitantes de Venado Tuerto tienen sobrepeso. Leyó bien: siete de cada diez personas tiene sobrepeso. El 36% sufre obesidad; y el 22% diabetes o pre-diabetes. Desde 1997 hasta ahora, estos números no paran de crecer.

Estas estimaciones son muy confiables; una de las más exactas de toda Argentina. Son el fruto de una serie de estudios científicos denominados “Venado Tuerto 1; 2; y 3”; llevados a cabo por un nutrido equipo de profesionales de nuestra ciudad, liderado por el Dr. Jorge Vilariño (recientemente fallecido) y el Dr. Raúl Corna.

Lo peor de esta crisis es que seguirá empeorando. La tendencia se sostiene desde hace más de 20 años; y también es lo que se está comprobando en todo el mundo. Por ejemplo, una proyección publicado la semana pasada demostró que más de la mitad de la población de EEUU será obesa dentro de 10 años.

El diagnóstico es irrefutable; y la pregunta es inevitable: 

¿Qué podemos hacer al respecto?

Y… hacer, como “hacer”, se puede hacer mucho:

  • podemos fortalecer los consejos nutricionales que les damos a nuestros hijos, y procurar que “al menos en casa” coman bien;
  • proponer a los directivos de las escuelas que revisen la lista de colaciones sugeridas a nuestros niños -lo que comen en los recreos- que en gran medida está compuesta por cereales azucarados, pan, y galletas artificiales;
  • en las fiestas de cumpleaños -y eventos en general- reemplazar chizitos y papas fritas con frutas, nueces, y fiambres de buena calidad;
  • a nivel personal “ponernos las pilas” de una vez por todas, mejorar nuestra alimentación y empezar a entrenar regularmente.

Podemos tomar estas y tantas otras iniciativas, pero todas padecen un denominador común: son esfuerzos individuales; opuestos a lo que impone el ambiente obesogénico en el que vivimos. Es como “nadar en contra de la corriente social”. somos unos pocos -con oportunidades económicas privilegiadas y acceso a la información necesaria- quienes podríamos prosperar y alcanzar el “premio” de la buena salud.

El juego de la obesidad

Fuerzas opuestas, un premio, ganadores y perdedores. Podríamos analizar esta crisis y -el medio en el que ocurre- comparandola con un juego. Imaginemos que los habitantes de esta ciudad -y de Argentina, y de todo el mundo en general- participamos del “Juego de la obesidad”. 

¿Quiénes juegan? Todos. Vivir en este momento de la historia nos convierte en participantes obligatorios.

¿Quienes ganan? Aquellos que pueden conservar o recuperar su salud y bienestar. ¿Quiénes pierden? Quienes se proponen revertir su obesidad y fracasan; o los “nuevos” obesos que caen en esta condición durante el transcurso de esta versión del “Juego de la Vida”.

¿Cómo es la dinámica del juego? Simple. Salvo contadas excepciones -son realmente muy pocas- siempre gana la banca. Inicialmente, gracias a estos esfuerzos individuales -a veces casi sobrenaturales- muchos logran avanzar unos casilleros, y se ilusionan. Pero el final es el mismo, más tarde o más temprano, la amplia mayoría pierde una y otra vez, alcanzando o recobrando la obesidad.

Un paréntesis. En realidad el concepto de obesidad como masa corporal excesiva es lo menos importante. El verdadero problema es que la obesidad actual se asocia a numerosas complicaciones para la salud. Obesidad es diabetes, actual o futura. Obesidad es futuro infarto cardíaco o AVC. Obesidad es futuro cáncer de mama, colon, riñón (y por confirmarse el vínculo con tantos otros tumores). Obesidad es futuro Alzheimer (sabiamente denominada “Diabetes Tipo 3” para resaltar una de sus raíces fundamentales). Obesidad es dolor crónico. Obesidad es depresión. La lista es muy extensa. Para resumir: obesidad es pérdida de años de vida, en cantidad, pero especialmente en calidad.

¿Quién es la banca en este juego? Megacorporaciones. Por ejemplo, las grandes empresas alimentarias que dominan el medio con sus productos ultraprocesados. Productos más agradables al paladar que la comida real. ¡Mucho más que agradables! Excitantes; y encima mucho menos saciantes. Esta combinación hace inútil cualquier intento de regulación de nuestra conducta alimentaria. Es decir, ¡no podemos parar de comerlos! Productos mucho más baratos, gracias a una elaboración en masa que optimiza costos. Productos promocionados con técnicas de avanzada que manipulan las decisiones de los consumidores (especialmente la frágil mente de niños y niñas).

La clave del juego es el premio. Se ofrece un premio difícil de igualar. ¡Recuperar la salud, el bienestar, y mejorar nuestra figura! Un juego irresistible, con participantes dispuestos a invertir tiempo, dinero y esperanzas, una y otra vez. Pero del otro lado, una banca implacable: un arsenal infinito de comestibles artificiales excitantes, no saciantes, omnipresentes, promocionados ferozmente, más económicos que la comida real.

Como los fracasos son el único resultado obtenido por la mayoría, con el tiempo los participantes abandonan sus esfuerzos. Resignados, resisten el paso del tiempo y la acumulación de kilos, esperando que las consecuencias para su salud se retrasen lo más posible, o soñando que nunca lleguen.

Pero el premio es deseado con tanto fervor, que muchos otros otros no se resignan, y eligen cambiar de juego. Frustrados, desesperados, compran boletos para un juego mucho más agresivo: cirugías invasivas que amputan y alteran parte del intestino y/o del estómago (by-pass gastro-duodenal; manga gástrica; etc.). Hay que reconocer que muchas veces esta estrategia terapéutica es efectiva; y sus beneficios a largo plazo ya cuentan con el aval de buena ciencia. Sin embargo, muchas otras veces también hay fracasos, o graves complicaciones. Exitoso o no, el riesgo potencial de este juego alternativo es muy elevado. Distorsiones anatómicas y de la función digestiva, altos costos para el sistema sanitario, etc. Quizás tengan razón quienes sospechan que en un futuro veremos con espanto hasta dónde hemos llegado en la cruzada contra la obesidad…

Cambiar las reglas del juego es posible

Lejos de bajar los brazos, es imperioso afirmar que el cambio es posible. Sin embargo, el enfoque debe ser distinto. El esfuerzo que vale, el que va a cambiar las cosas en serio, es que que logre cambiar el ambiente obesogénico en el que vivimos. El que cambie las reglas de este juego perverso.

¿Cómo se cambian las reglas de una sociedad? Simple: cambiando las leyes. Ya sea con nuevas leyes o con modificaciones de las ya existentes. En nuestra región contamos con ejemplos paradigmáticos.

El ejemplo de Chile y Perú 

Desde hace 3 años rige en Chile la Ley sobre el Etiquetado de Alimentos, que comprende varias medidas para regular el comercio de productos ultraprocesados:

  • Exhibición de sellos negros en el frente de los envases, fácilmente reconocibles, que indican si el producto contiene muchas calorías o sal, azúcares agregados, grasas trans, o grasas saturadas. Cuantos más sellos negros, peor para la salud. (ver imagen 1).
  • Restricciones en la publicidad dirigida a menores de 14 años. Gracias esta ley, por ejemplo, los ositos, conejitos y otros personajes desaparecieron de los envases (ver imagen 2).
  • En las escuelas, fuertes restricciones en la venta y publicidad de los alimentos con sellos negros.

Desde junio de este año, Perú también cuenta con una  legislación similar. La Ley de Alimentación Saludable  exige los mismos rótulos y la regulación del comercio de ultraprocesados. En este país los quioscos escolares fueron designados “entornos saludables”, y sólo pueden vender productos que no tengan los sellos de advertencia.

Imagen 1. Octógonos negros -como señales de tránsito- para indicar con claridad el contenido no saludable de los productos comestibles.

Imagen 2. Los personajes animados cautivan a los niños. Gracias a las leyes de Chile y Perú las empresas están obligadas a eliminarlos de los envases.

Chile y Perú son una prueba concreta y cercana de que es posible cambiar las reglas del juego. Depende de leyes que elijan promulgar los representantes del pueblo en las democracias modernas.

Pensar en grande, comenzar pequeño 

Hemos sido capaces, de la mano de profesionales comprometidos, no solo de diagnosticar con precisión el problema en nuestra ciudad, sino también de mensurar cuánto está empeorando. Para nosotros, médicos, no se termina ahí, lo que sigue es casi una práctica refleja: el diagnóstico debe seguirse  de un tratamiento.

Volvamos entonces a la pregunta inicial ¿Qué podemos hacer frente a esta crisis?  ¿Seremos capaces de ser una ciudad pionera también en estrategias para afrontarla? ¿Podrán nuestros líderes generar políticas que hagan de Venado Tuerto la ciudad que no sólo documentó la crisis, sino que fue referente de los cambios que nos condujeron a su solución?

Pasemos a un plano más concreto. ¿Qué vamos a hacer con las reglas de este “Juego de la Obesidad”? Vivimos en una ciudad donde:

-…en los quioscos de las escuelas nuestros niños y niñas tienen acceso principalmente -y muchas veces ÚNICAMENTE- a productos comestibles ultraprocesados;

-…en la currícula de la amplia mayoría de las escuelas primarias y nivel inicial no hay lugar suficiente para una educación alimentaria apropiada;

-…las ayudas alimentarias a los sectores con menos oportunidad -en forma de bolsones mensuales- o los menúes de los comedores públicos están compuestos principalmente por productos comestibles de mala calidad nutricional como harinas y azúcar;

-…ciertas bebidas gaseosas son más económicas que el agua mineral.

No hacen falta más pruebas. Las reglas de este juego deben cambiar. Podemos cambiarlas. Vale la pena el esfuerzo, y somos muchos los dispuestos a hacerlo, aportando cada uno desde nuestro lugar. Sin embargo, el esfuerzo necesario más importante deben hacerlo nuestros representantes políticos, ellos tienen el poder de forjar medidas de alto impacto y a gran escala. Sabemos que las verdaderas las reglas de una sociedad son sus leyes. Éstas son las que deben cambiar. Aceptamos que el complejo escenario donde se desarrolla este juego está plagado de intereses -económicos por lo menos- y que el costo de tomar ciertas decisiones puede ser muy alto. Pero también estamos convencidos de que ningún costo es tan alto cuando lo que está en juego es nuestra salud y la de nuestros hijos. Ni siquiera los costos políticos.

Es imperioso que el estudio Venado Tuerto 4 nos encuentre en mejores condiciones. Menos enfermos, pero también más comprometidos con cambiar las condiciones de vida de nuestra población. El cambio es posible. Y nos toca a nosotros dar el primer paso. Ahora.

Autor: Mauro Tortolo

Colaboración: Federico Baldomá

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