Tomás LüdersUna propaladora, pocos vivos y muchos bobos

Tomás Lüders01/12/2019
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Por Tomás Lüders

Ayer  decía despedirse “el avión de Taco” y a penas se alejaba por los cielos, otra propaladora móvil, la del camión de La Anónima hacía su entrada: “oferrrrtaaaaa, aproveeeecheee”.

La analogía entre el caso venadense y un blitz aéreo que precede al ataque terrestre no puede ser más perfecta. Afortunadamente, aquí los daños son sólo psicológicos. A lo sumo neurológicos, pero entiendo que menores. Igual, si al tomarse una ducha usted no deja de repetir “no debes dudarrrr….”, recomiendo que no se demore en consultar al médico amigo.

Así las cosas, uno se pregunta cómo puede ser que funcionarios y legisladores locales dejen persistir semejante gris legal dentro de las normativas que regulan la convivencia en el espacio público. Hace tiempo que no tengo tiempo, pero seguramente, si pudiera volver a ejercer de periodista activo, encontraría que en realidad ese gris no es tal: las ordenanzas y leyes correspondientes deben ser bastante claras al respecto.  Solo bastaría una autoridad dispuesta a encuadrar el caso. Pero pedir lo obvio en este país y en esta ciudad es delirar.

Yo digo “ejercer de periodista” porque durante un tiempo de mi vida profesional lo he sido, sin embargo, siendo justos, podría haber dicho simplemente “ejercer de ciudadano” o, ya que hablamos de lo local, “de vecino”… es tal la cantidad de normas que regulan la convivencia que se trasgreden diariamente que, francamente, uno debe volverse un investigador judicial y de normativas municipales para meramente poder saber qué le corresponde exigir y a quién. A ver, seamos más claros, uno padece (y ayuda a que otros padezcan) muchas cosas con solo conducir o caminar la ciudad, pero ya es tal la cantidad de faltas que cuesta saber cómo deberían ser las cosas si alguien estuviera dispuesto a hacer que se cumplan las reglas más elementales.

Digo “se trasgreden” y quizá debería usar el plural, que “trasgredimos”. Valga como ejemplo la cantidad de infracciones que me tocó ver y padecer ayer sábado, solo en unos pocos minutos, al llevar en cochecito a mi hijo más pequeño desde mi hogar (ubicado cerca de la esquina de Chacho y Jujuy) hasta el Parque Municipal. Un trayecto de poco más de 600 metros que debo hacer sobre la cinta asfáltica de una avenida atestada de autos y motos porque, básicamente, no existen las veredas en casi toda su extensión…. y allí donde se produce el milagro de encontrar una, el vecino ha decido estacionar su auto sobre la misma, porque… para qué caminar cinco metros cuando se puede no caminar ninguno.

Y una vez en el parque, al ruido de las propaladoras terrestres y áreas había que sumarle el de las motos, que de nuevo zumbaban cerquita de niños y padres, esta vez al acelerar por el medio del propio predio… porque, para qué hacer “una cuadra de más” cuando se puede inventar un atajo en donde juegan los chicos y caminan los mayores. Me veo tentado de poner signos de exclamación, pero somos pocos los que nos asombramos ante semejante cosa. Hemos naturalizado lo que debería ser extraordinario.

Pero lo cierto es que dentro de “la anomia boba” venadense estamos los más bobos y están los más vivos. Taco, sin dudas, es de los últimos. Según el autor del concepto de “anomia boba argentina”, el gran jurista Carlos Nino, no cumplir con las normas se vuelve un círculo vicioso que termina perjudicando hasta el propio transgresor. Pero yo dudo que en el río revuelto venadense no haya ganadores y perdedores, aunque todos nos creamos bien vivos.

 

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