Tomás LüdersRéquiem para el peronismo ideal, ¿persistencia del peronismo empírico?

Tomás Lüders17/08/2022
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En nota crítica sobre las ideologías, Louis Althusser repetía, citando a Pascal y contra la lógica corriente, que el ritual, la práctica material, solía generar la creencia y anteceder a las ideas: “actúa como si creyeras, ora, arrodíllate, y creerás, la fe vendrá por sí sola”. Es decir, en el caso que tratamos en este texto, las marchas, las banderas, los bombos serían los que generan a posteriori el cuerpo ideológico que luego los legitima y no a la inversa.

El peronismo ha sido, ya sabemos, un movimiento que nunca logró, quizá nunca intentó, sostener contenidos idearios coherentes, más allá de algún texto fundacional, como La Comunidad Organizada,  que igualmente sucedió a la movilización, no la antecedió, intentó en todo caso darle principios (toda la demás bibliografía posterior peronista y los discursos publicados por escrito por el líder y su segunda esposa oscilan desde el mero texto litúrgio, La Razón de mi vida, Las 11 verdades…,  a textos de táctica política, apenas barnizados -cuando algún adlater se tomaba el tiempo de ponerlos como glosa- por principios demasiado genéricos como para definirse como propios). De hecho, y con bastante descaro, El Movimiento se ha autopercibido así: “es un sentimiento, no se explica“.

Hoy el sindicalismo peronista conservador volvió a marchar -para más simbología, sobreimprimiendo su acto sobre el del Libertador-, pero no para protestar contra el gobierno, sino contra los empresarios que “suben los precios”. Una marcha en respaldo del argumento oficialista de que la inflación es responsabilidad de quienes “controlan el mercado”. Nota triste en tres sentidos, pues niega la causa fundamental de mediano y corto plazo de la inflación –la incoherencia y las contradicciones estratégicas y hasta tácticas del gobierno para controlarla dada su autocorrosiva lucha interna–, pero también cómo esta incoherencia parece la coda de una larga serie de incoherencias en materia de políticas económicas de al menos 5 décadas que vuelve a reforzar la falta de confianza de cualquier apuesta comercial y financiera de largo plazo en sentido general: ¡a ganar todo lo que se pueda ahora porque se acaba! parece ser una constante de la Argentina, sosteniendo como única constante de nuestra economía “privada” a una clase empresarial centrada en el “amiguismo de estado” antes que a la generación de una clase empresaria volcada a generar utilidad social vía innovación y riesgo propio. Finalmente, los compromisos este gobierno y la mayor parte de la clase política con varios de “los diablos” (Alberto dixit) que generan la inflación, es decir, esta misma clase empresarial prebendaria cuyos apellidos trascienden signos políticos (ver Midlin o Caputto por caso). Sobre esto último, y como nota irónica, vale recordar que en estos días el propio ministro Massa sostuvo que se abstendría de implementar políticas que beneficiaran directamente a sus empresarios amigos… como si ya no hubiera hecho suficiente por ellos desde su puesto en diputados y como si esto a su vez no le hubiera dado el contorno a su campo de acción ministerial en materias tan fundamentales como la energética y los precios de varios productos de primera necesidad.

Retornando el punto delineado al comienzo del texto, lo que debemos considerar con la marcha de hoy y las frustraciones proclamadas por su lado por el ala izquierda del oficialismo es que el ritual peronista no parece estar generando demasiada creencia más allá de un cada vez más reducido “núcleo duro” de adherentes. Aunque dentro de éste no cabría suscribir al lumpen proletariado sindical que hoy copó el microcentro porteño, porque desde hace ya casi 40 años su adhesión es al líder inmediato, el capo gremial, se recuesta sobre esa relación clientelar y se continúa alejando de la fe hacia el Nombre del viejo Líder del “peronismo ideal” original.

Paradójicamente, en tiempos de política agonal  –es decir de la política develada como juego de antagonismos desnudos– el ritual peronista y los gritos de su ala camporista, sí parecen estar reforzando la creencia inversa: la antiperonista. En tiempos de incertidumbre, el oficialismo parece esforzarse inconscientemente en darle argumentos cada vez más sólidos a sus detractores, reforzándolos como adherentes por la negativa, es decir, apuntalando cada vez más el no-adherir al justicialismo en cualquiera de sus variantes. Vale preguntarse entonces si no estamos ante una pulsión autodestructiva.

Lo cierto es que la marcha de este 17 de agosto se parece esta vez a una procesión fúnebre, pues por primera vez en su historia el peronismo parece agonizar como movimiento hegemónico. Justo en un momento en el que casi toda la dirigencia, del frente que sea, aparece cuestionada, la externalización peronista de una fe cada vez más minoritaria, le da a la angustia argentina un cuerpo y consistencia para sostenerse en el odio y no en la mera desazón. Más aún, lo que era solo un sentir constante de un 30 o 35 por ciento de la sociedad (el reflejo inverso del otro 30 o 35 por ciento) alcanza por primera vez de manera firme a ese 30 por ciento de “no-adherentes” a ningún polo de la grieta, el mismo al que solía apostar la base de su capital político el actual ministro de Economía Sergio Massa.

Con una dirigencia política cuestionada casi in toto, es posible que no se cumpla el fin del dictum “sin el peronismo no se puede gobernar”, pues nadie parece estar a la altura de los desafíos hoy extremados que la sociedad argentina necesita comenzar a resolver desde hace ya tiempo. Entonces, lo que quedaría en el poder sería un “peronismo empírico” sin otra fe que la de algunos fanáticos, posiblemente todos con alguna relación más o menos suculenta con las arcas del estado. Un gobierno del desgobierno por defecto. Un análogo argentino al chavismo pos Chávez.

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