Tomás LüdersPensando en política sin violar la veda

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La veda electoral funciona como una cuaresma laica y el voto se oculta como vergonzoso secreto de confesión. Igualmente, esperamos no contaminar la inmaculada decisión del votante reflexionando un poco sobre algunas cuestiones que orbitan detrás de cada coyuntura electoral.

Por Tomás Lüders

Este domingo los santafesinos elegimos intendentes y concejales en las ciudades, comisiones comunales en los pueblos. En total se renuevan 43 intendencias, 367 concejalías y 4.332 cargos comunales. A nivel provincial se renueva toda la cúspide del poder político: gobernador y vice, los 19 senadores y los 50 diputados.

En definitiva, en un solo día puede cambiar de manos el gobierno de pueblos, ciudades y la provincia. Usted decide. ¿Parece importante, no?

Para los que protagonizan realmente el juego como candidatos es un momento crucial. En una sola jornada pueden nacer o morir sus carreras. Por eso para ellos -y también, claro, para nosotros los cronistas políticos-, estos casi 5 meses de campaña fueron intensísimos… agotadores.

Los funcionarios-candidatos provinciales y municipales relegaron en sus cuadros técnicos la gestión de gobierno para abocarse de pleno a hacer proselitismo. No les quedó otra. Tienen que invertir todas sus horas, esfuerzos y fondos en recordarle al elector, insistentemente, que es importante que vote por su lista y no la del rival. Machacan con su cara y su nombre en forma permanente. Y es que el votante, es decir el jurado que, sin ser parte del reparto, decide quién gana y quién pierde, admitámoslo, no tiene o no quiere gastar tiempo en escucharlos. Para captar su atención entonces, no les queda otra que recurrir a la ubicuidad.

Buscando llegar a una audiencia que no quiere ni verlos ni escucharlos, llenarán de tantos eslóganes y fotos calles, paredes, parlantes y pantallas, que aunque quiera, no podrá evitar verlos, leerlos y escucharlos. Los afiches florecen por las calles como los pop up en el monitor de la compu, y no hay hacia donde desviar la mirada.

Cada uno recurre a la misma estrategia de fondo: intenta demostrar que es él quien más puede ofrecer más de todo: “obra pública”, “salud”, “educación”… palabras que se repiten como una fórmula ritual, tanto que ya no se sabe demasiado bien a qué remitían originalmente. Todos parecen estar de remate de feria: hospitales, fábricas, escuelas, rutas… con la democracia se come, cura y educa.

De vez en cuando las encuestas de opinión les dicen que el votante reclama alguna otra cosa nueva. “Seguridad” apareció entre los tópicos de oportunidad, y hacia allí viraron las consignas. A los candidatos, convengámoslo, difícilmente se les ocurra poner en agenda un tema que no mida en el rating encuestológico.

La necesidad de llegar a un ciudadano-espectador habitualmente desinteresado los disuade de apelar a argumentos o temas más complejos -si es que algún candidato tiene aún la disparatada intención de hacer tal cosa-. Apelar al compromiso, explicar que los cambios estructurales demandan tiempo, ciertos sacrificios y demás, es suicidio electoral. Aunque ya lo saben, igual siguen reafirmándolo a través de asesores (¿hacedores?) de imagen que se lo volverán a explicar recurriendo algún confuso anglicismo.

Por eso la democracia se vende y se seguirá vendiendo como cualquier otro producto. Y si a nadie en su sano juicio se le ocurriría pedirle compromiso y paciencia a quien quiere comprar un plasma en cuotas, a nadie se le ocurrirá hacer ibídem con el votante al venderse como candidato. Satisfacción garantizada ¡ya!. Para nunca queda un más realista pedido de involucramiento o espera.

Como el que manda es el sujeto consumidor y no el ciudadano, todos entonces recurren y se chicanean con lo mismo: “qué tenés para mostrar ahora”. El proyectar a largo plazo se convierte un dislate en términos electorales.

Amagues disonantes

Es cierto que dos de los principales rivales en esta contienda eleccionaria inicialmente parecieron coquetear con algunas “herejías”. –disculpe el lector, pero no puedo mencionarlos por estar en veda-

El candidato alineado con el gobierno nacional (¿saben si las indirectas trasgreden la sacrosanta cuaresma electoral?) construyó su imagen, voluntaria o involuntariamente, en línea con la reedición que el gobierno nacional hizo de un esquema discursivo que parecía olvidado: el recurso a la dialéctica antagonizante “pueblo-antipueblo”. Esquema que suena totalmente disonante en un contexto en el que manda el marketing de ofrecer soluciones para todos.

Su campaña sin embargo, más allá de pedir el alineamiento con el gobierno nacional, evitó reproducir cualquier tipo de antinomias. El “todos y todas” versión santafesina no dejó afuera a algún eventual enemigo. Y es que luego del simplonamente llamado conflicto “gobierno-campo”, la división de aguas le imponía al candidato un límite tras el que quizá, al menos en esta provincia, la mayoría quedaba del lado opuesto. Se verá mañana si este cambio demasiado oportunista surte los efectos buscados, pues se corrió el riesgo de ahuyentar a los posibles convencidos y no terminar de convencer a los despreciados de otro tiempo.

En su postura inicial, el oficialismo santafesino también coqueteó con comunicar lo que parecen programas orientados a reformas institucionales y operativas en salud, educación, legislación penal, etc.. Modificaciones “no palpables”, como lo han definido ellos mismos admitiendo con crudeza la poca efectividad publicitaria de las medidas. No obstante, y dándose cuenta de que la lógica del largo plazo se lleva de patadas con el “lo quiero ya” del ciudadano-consumidor, se disuadieron de insistir por ese lado. El eje se puso entonces en mostrar “lo palpable” ahora, esté o no listo para cruzar el mostrador.

No es mi intención aquí tomar parte (aunque la tengo tomada en muchas cosas, la cuaresma electoral me prohíbe exponer mi posición). Igual creo sinceramente que ciertos antagonismos construidos desde la primera postura o bien son innecesarios, o apuntan a enemigos meramente coyunturales, u ocultan muchas veces bastante hipocresía. Pero acuerde o no acuerde con esta posición que menciono, y aunque también me resulte innecesaria cierta crispación permanente, estimaba positiva la admisión de que las transformaciones políticas no se pueden realizar quedando bien con todos los sectores sociales. Hay contradicciones que resolver, y hacerlo implica afectar los intereses de quienes se benefician injustamente. Usted juzgue la sinceridad de lo enunciado.

Por otro lado, tampoco sé cuán real es la vocación de transformación a largo plazo del oficialismo provincial, o cuántas de sus intenciones sinceras se llevó puesto el inevitable cortoplacismo que exige entrar en la demagogia mediatizada.

Por ahora habrá que esperar. Mientras tanto elija algún ¡llame ya! eleccionario. Aunque no lo crea, están hechos para usted.

 

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