Tomás LüdersOpinión: tránsito, muerte y la imposibilidad de tomar conciencia

Tomás Lüders10/01/2018
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Esta nota fue escrita hace unos pocos días. Como es lógico, la nota solo hace referencia a los dos últimos sucesos que tenían a las motos y al caótico tránsito venadense como protagonistas, pero su objetivo era hablar de algo que sucede y que parece inevitable que continúe sucediendo. Decíamos, la nueva muerte de ayer corrobora el dramatismo del tema, la necesidad de la reflexión y la urgencia de una acción basada en aquella.

Presentación(5-1-18)

Tras los nuevos “accidentes” de este mes causados por motociclistas imprudentes (un menor que atropelló a otro y otro joven que permanece grave como consecuencia de la velocidad imprudente a la que manejaba) los editores de este medio parecen tomar como disparadores para la reflexión lo que son sus vivencias personales (ver nota 1 por Mauro Camillato). A diferencias de las visiones expresadas hace unas semanas en una nota colectiva por cuatro profesionales de la ciudad, las de estos columnistas no difieren en lo absoluto de las experiencias del venadense promedio que circula habitualmente por nuestras calles. Intentan, sin embargo, desnaturalizar la experiencia para poder desarmarla.

 Extrañarse

Después de unos días en familia en la zona völkisch de las sierras cordobesas, retornaba en el auto con mi esposa y pequeños hijos a la ciudad para intentar llegar al domicilio familiar en el barrio Ciudad Nueva. Apenas, apenísimas ingresamos, aparecieron las dentelladas de la realidad venadense. De inmediato fuimos testigos, o potenciales víctimas, o involuntarios victimarios –¿chi lo sa?-, de al menos tres posibles accidentes. No padecimos nada novedoso, nada que cada persona que circule como peatón o conductor por nuestras calles no padezca o reproduzca. Solo que lo vimos/padecimos con el extrañamiento que permite haber pasado unos días en un lugar de tránsito más sensato.

Primero, fue “el clásico”: alguien muy joven, varón, que nos sobrepasaba por derecha en un semáforo en rojo. Teníamos la guiñada del auto puesta para doblar, justamente a la derecha, pero la guiñada aquí parece una lucecita que no indica nada para casi nadie, ni siquiera cuando, como en este caso, es una alerta que puede salvar la vida. Pocas cuadras después, vivimos otro hecho que parece repetirse calcado, otro joven motociclista varón que bajó súbitamente desde una vereda, después de andar varios metros sobre ella, acelerando a toda velocidad para superarnos por apenas centímetros. Y el último, para no variar, fue otra trasgresión que ya es también una “tradición” vernácula: tuvimos que frenar de golpe por otro joven motociclista en contramano en un cruce de calles. La frenada podría haber sido dramática para nosotros si fuéramos de los (mayoritarios) venadenses que llevan a sus bebés o niños en la parte delantera del auto –no es que uno se quiera poner como modelo de nada, simplemente tenemos el sentido común de no llevar nenes sobre nosotros cuando manejamos, sabiendo que una mínima frenada podría generarles lesiones irreparables o la muerte–.

Lo cierto es que el momentáneo extrañamiento hizo que, esta vez, el habitual temor que sentimos apenas vividos estos hechos, en lugar de pasar a la habitual bronca, esta vez se transformara en verdadero desasosiego. Un desasosiego que se hacía más profundo estando ahí, en el auto con nuestros hijos, tan chicos, un bebé de algo más de dos meses uno, una niña pequeña la otra. Ahí nos permitimos darnos cuenta de lo demencial de todo esto. De lo demencial que es solo azorarse cuando el (no) accidente del día se concreta en tragedia anunciada.

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Reflexión

Pasado el tiempo, no me resulta obvio lo que hay que hacer frente a lo que no tengo demasiado claro por qué nos sucede… o hacemos sucedernos. A veces, como buen argentino que frecuenta las mesas de café, creo tener respuestas y soluciones a la mano. A veces, incluso casi al mismo tiempo, también mascullo un “qué pasa que nadie hace nada”, como si yo fuera un nadie incapaz de hacer algo malo con todo el derecho de pedir buenas soluciones.

Como buen venadense y argentino, arriesgo preguntas y me ofrezco respuestas, desconociendo lo cargado que está aquello que digo y pienso de lo que recién me pasó, y lo digo así, en singular, porque uno tiende a sentirse la sola víctima de una sociedad que parece no integrar. Con la que no tendría nada que ver. Pero trato de escapar de las respuestas obvias, del arrojar afuera culpas para exonerarme. Trato de no repetir la pseudo-teorías.

Teorías como la de la anomia boba, esa que sostiene que los argentinos (y en este caso los venadenses más que el resto), seríamos egoístas faltos de educación y, entonces, como todo malcriado, con tal de alcanzar nuestras metas (sea cual sea) hacemos lo que nos conviene, sin importar cuánto perjudicamos al otro. El tránsito sería solo el más gravoso y evidente escenario de nuestro egoísmo sin límites.

Creo que es este supuesto el que nos lleva repetir las mismas actitudes de siempre a la que vez que, ante un hecho que nos sacude un poco, empezamos otra vez a llamarnos a la “toma de conciencia”, una toma de conciencia que, pasado el nuevo sacudón, volverá a fracasar. No importa si las llamadas están hechas desde miradas más o menos “solidaristas” (“pensemos en el otro, ¡por favor!”) o del tipo pragmático, con enunciados que sintetizan argumentos del tipo “si cada quien hace lo que quiere sin considerar reglas y derechos ajenos a la larga salimos todos perjudicados”. Sabemos que ni bien pedimos tomar conciencia, todo volverá a repetirse, incluso de peor forma.

Aunque insistamos en hablar de nuestra falta de educación –y no es que abunde– lo cierto es que respecto al tránsito como a casi todo lo demás, a las normas básicas de convivencia ya las conocemos todos. Quizá no esté demás insistir con nuevas campañas de educación, como se hace cada vez que la muerte se nos hace inocultable. Pero tengamos bien claro que el problema no es que “no sepamos”. Sabemos muy bien lo que debe hacerse y lo que no. Sabemos muy bien las consecuencias de no hacerlo. El tema es que aunque sepamos, lo hacemos igual.

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Insistiendo

Hace unas semanas, desde este mismo medio, cuatro personas directamente involucradas en el abordaje de los accidentes exhibieron cifras, recordaron experiencias, alertaron sobre la gravedad del fenómeno del tema motos y la falta de casco. Y sin embargo, más allá de la competencia con la que estos cuatro excelentes profesionales convocaban al llamado de atención, más allá de las repercusiones que tuvo la nota, uno no podía dejar de tener la sensación de que el esfuerzo terminaría sin alcanzar su objetivo explícito.

No digo que las notas fueron escritas en vano, en lo absoluto. Como uno de los editores de este medio, me llenó de satisfacción que nos hayan elegido para publicar tal aporte. Pero debemos asumir que la función de estos esfuerzos solo logra continuar apuntalando un “ideal regulativo”, seguir manteniendo en alto cuáles son las normas y valores compartidos, pero no con generar cambios de directos. Vuelvo a subrayar que no es poco que se insista en la necesidad de cambiar nuestras actitudes, que se nos marquen las trasgresiones cotidianas y sus consecuencias, cada vez más gravosas, y menos lo es en esta Argentina y esta Venado de hoy.

Después de todo, cada vez parece abundar más la resignación y la complicidad disfrazada de cinismo de la mayoría y el cinismo disfrazado de preocupación de los de arriba. Es cierto, a veces parece que ya estamos perdidos. Después de todo, con el tránsito somos nosotros los que nos matamos entre nosotros. Pero aún nos queda a algunos cierta empatía, aun nos resta algo de tristeza por lo que le pasa al otro. No la perdamos. Es lo único que nos mantiene humanos.

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