En estos días la Municipalidad viralizó un video en el que se ve a una muy colorida y sonriente instructora de zumba (o de alguna “danza gym” por el estilo) poniendo a bailar a quienes trabajaban en la pavimentación de las calles de la ciudad… aparentemente apalear cemento también es divertido.
Lo que expresa este video, y otras series del mismo tono en el que trabajo se une a diversión, es la lógica misma del capitalismo del siglo XXI: el mandato a gozar, incluso cuando se cargan bolsas de portland o se ingresan datos a una planilla contable. ¡Hay que diluir la frontera entre trabajo y recreación! La vida es una fiesta.
Si las ya viejas relaciones entre capital y trabajo oscilaban entre el conflicto y la conciliación (vía estabilidad y sueldos más o menos “justos”) ahora la oferta pasa por el efectivo simulacro de que la diferencia no existe. La palabra de moda, como se lee en el posteo reciente de una concejal socialista, es el “emprendedourismo”… es decir una democratización de la conciencia del capitalista (todos somos emprendedores, i.e. empresarios) aunque trabajemos por un salario de empleado público, seamos monotributistas de tiempo completo en un estudio jurídico o tengamos que cocinar viandas para llegar a fin de mes.
Todavía hay jefes, pero estos ahora pasan a designarse como “coordinadores” u “organizadores” y variantes lexicales por el estilo que intentan -y parece que con bastante eficacia- hacerle creer al trabajador que “es uno más”, ya no dentro de una gran familia (como solía decirse en algunas empresas, cuando el modelo ideal era el hogar) sino dentro de un espacio de “desarrollo personal”, en el que mientras repito las tareas que se me asignan, de alguna manera estoy al mismo tiempo “creciendo” como sujeto. Como decía Tomás Abraham en los 90s, es la empresa de vivir… , ahora, pedaleo a pedaleo “para mi cliente”… que me asigna una plataforma digital que no es mi empleadora, sino que me brinda un mar de consumidores que quieren su ¡pizza ya!.
Decíamos, el truco ideológico parece estar resultando eficaz. El rol regulador del Estado retrocede y las corporaciones se vuelven cada vez más anónimas y fluidas, por ende el trabajo es cada vez más inestable, pero ¡para qué preocuparse! si uno ya no es un asalariado, sino un emprendedor.
Como rezan cientos de carteles decorativos que gustosos posteamos o colgamos en las paredes: hay que aprender a soltar y mirar para adelante. Pero mientras uno es el que suelta están los que, como el Tío Rico de Disney, siempre acumulan.