Tomás LüdersOpinión: la Coreanidad al Palo

Tomás Lüders26/11/2017
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Cada vez más provincianos, y cada vez teniendo menos “con qué” serlo, hemos argentinizado una dicotomía geopolítica de la que poco y nada conocemos para apuntalar este regodeo nacional que es la grieta.

Una supuesta disputa de identidades políticas que no es más que una excusa ideológica para el egocentrismo. Un herir al otro como sea y con lo que sea para cubrir que no se tiene con qué. Manipulada o directamente sepultada por la lucha de egos queda directamente cualquier discusión y análisis más o menos riguroso sobre políticas gubernamentales concretas pasadas y, más urgente, actuales. Por que aunque el contenido de la discusión refiera a las cuestiones, éste es siempre invocado con un fin, que no es la verdadera crítica, sino ese regodeo. A nuestra disputa se aplica el viejo dictum del mecanicismo marxista: cuanto peor, mejor.

Persistimos en discutir amores y odios sobre figuras y figurones, pero solo para montar un melodrama que poco tiene que ver con discutir la legitimidad de modalidades de poder o la probidad y honestidad de los dirigentes. Montado el escenario en el que todos queremos ser el personaje-víctima que logra la justiciera venganza, el antikirchnerismo, bajo el cuestionamiento al culto a la personalidad de CFK, insiste con azuzar para estocar a los derrotados “fieles del relato” cada vez que puede, y si el atacado no es parte de aquella pertenencia, hacia ella es arrojado rápidamente: “no hay lugar para los tibios” (¡Oh, los Evangelios en el mundo de la derecha New-Age!)

Por eso es desde ese polo que se ha construido la patética categoría de una Corea del Centro. A ciencia cierta fueron los nuevos periodistas oficialistas los que comenzaron a poner este sambenito para los que no habiendo sido K, tampoco son M –lo mismos periodistas que cuestionaban y cuestionan la pasada militancia y sus escraches mediáticos pero ahora justifican lo propio en nombre de su Causa, que sería la verdadera–. Forma atenuada de Revolución-reacción, el Cambio revolea alegrías y consensos para todos lados o para donde apunte el impersonal big-data. Pero tanta sonrisa tiene y necesita de sus propios ultras para dejar claro dónde está el límite. Y no, la frontera no empieza con el kirchnerismo, comienza con cualquiera que no apoye, que, claro, pasa automáticamente a oler a choripán.

El kirchnerismo, parece hacer ibídem, al persistir en una lectura hiperbólica y victimizante (otra vez el melodrama) de cada cosa que viene sucediendo desde diciembre 2015. Pero, por horrible que nos parezca este gobierno a los que no lo votamos, no estamos frente a una dictadura, sino a un articulado político, también personalista, que logra por primera vez hacerse con el decisionismo que caracterizó a las gestiones peronistas post-83. Lo puede hacer porque todos aceptamos el carácter plebiscitario o pseudo-plebiscitario de cada elección: aunque no tenga la mayoría de los votos, en Argentina el ganador se lleva todo. Que los actuales ganadores insistan con que son la República es otra cosa. No estamos ante nada novedoso, es la cara positiva del mecanismo ideológico que permite el silencio y la complicidad con las formas que antes cuestionaban (para el creyente o el cínico que trabaja de apuntalar creencias siempre hay un argumento maximalista por el que se auto-justifica el propio autoritarismo).

Toda estas disputas, esta semiosis del rencor, tiene a los Medios como nudo de paso privilegiado pero nos tienen a nosotros como principales animadores nada pasivos: toda la disputa adquiere su energía del interior de la clase media o, si se me permite el anacronismo, del interior de la pequeño burguesía, posición cada vez más simbólica y menos material (hablando de obstinaciones identitarias).

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Mientras pataleamos, todos, todas y todes estamos ante un proyecto conservador, regresivo en la distribución de castigos (y recompensas), que objetivamente beneficia a otra clase o segmento dentro de esa clase, el más poderoso sin duda. Llamémoslo establishment, circulo rojo o Capital, aquí el significante importa, pero solo por lo que deja afuera, que seríamos todos los demás. Objetivamente daña, además de a quienes están más abajo, a esta misma clase de donde obtiene sus principales apoyos (y, claro, también cuestionamientos).Aunque quienes hayan decidido habitar la Corea Macrista estimen que solo estamos frente a una “normalización” del país, lo cierto es que no hay normalización –i.e. orden- que sea neutral. Siempre hay ganadores y perdedores, sean más o menos justas sus victorias y derrotas. (Nota del autor: esta semana nos tocó escuchar el argumento de la “normalización” en la voz del historiador Luis Alberto Romero, pero lo de un país neutralmente normal y “serio” fue parte del primer contrato de Néstor Kirchner y también fue la fórmula a la que recurrió Hermes Binner en su candidatura presidencial de 2011. Más atrás, esto de normalizar para recién luego darle paso a la política –”ahora jueguen, chicos, Papá eficiencia resolvió los problemas”– fue el principal argumento de las pasadas dictaduras para “guardar las urnas”).

Pero a esta altura no hay muchas dudas, un nuevo gobierno que se dice liberal vuelve a utilizar todos los mecanismos del Estado para hacer una redistribución de la riqueza, esta vez, directamente hacia arriba, sin mediación alguna. Por eso mantiene altísimos los tributos al consumidor –estructura fiscal regresiva que, dicho sea de paso, no alteró el kirchnerismo, beneficiando con ella a muchos de los mismos que se seguirán beneficiando ahora–, mientras que por acción y omisión hace todo para que lo más concentrado del Capital coseche beneficios excepcionales (Nota: perdón por el anacronismo, no me pude resistir). Nada, absolutamente nada, más allá de lo farfullado, se ha hecho para apuntalar al ahora bautizado “emprendedor” (ver por caso lo que se hace con las economías regionales y la producción lechera). Y para peor, el peso plebiscitario obtenido en octubre sumó el aval de todos los gobernadores, incluyendo al nuestro, para financiar una reforma tributaria regresiva que se financiará, cuándo no, con el bolsillo de los jubilados –y no importa si el viejo o vieja  que verá recortado su pensión es del Norte, Centro o Sur de la península oriental–.

Y claro, hay mucho más, basta ver lo que pasa con las grandes cadenas supermercados –“reguladas” ahora por uno los propios–, o las empresas de energía y petroleras, lo más predatorio del capital, siempre beneficiado por repartos discrecionales, subsidios y pseudo-regulaciones, que no habiendo perdido antes, ahora está directamente de fiesta. Igual con  la minería predatoria y contamientnate, como siempre también, el empresariado de la construcción (para ver lo patético de las continuidades, ahí está de destacado ejemplo el empresario-amigo intimo Nicolás Caputo).

Así las cosas, hoy el melodrama suma como capítulo la desaparición de un submarino con sus 44 tripulantes. Antes de saber si quiera algo, ya tiramos culpas exclusivamente a un lado y otro, siendo que, de base, bien sabemos algo: Macri hizo-no hizo con las Fuerzas Armadas más o menos lo mismo que se viene haciendo-no haciendo desde el menemismo. Otra cuestión será analizar, a casi dos años de asumido este gobierno, las responsabilidades específicas que pueda tener la actual administración en el dramático hecho. Pero, como ya sabemos, eso no va a pasar. Ninguna lectura rigurosa debe afectar el disfrute que nos produce la estocada sobre el otro.

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