Tomás LüdersOpinión: El tránsito y VT como sociedad insostenible

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Por Tomás Lüders

Ayer escuchaba el Diario de la Tarde (LT29), conducido por Abel Pistrito y Martín Roggero. Ateniéndose a la complejidad del caso local, los periodistas realizaron una defensa de la política municipal de incautar motocicletas. Ojo, los conductores (del programa) no dejaron de considerar todas las limitaciones y atenuantes del caso local: la falta de un transporte público decente, la saturación vehicular, la no reciprocidad con los automóviles, el no control del resto de las infracciones, y todos los largos etcéteras que uno encuentra en esta ciudad, que por Venado que sea no deja de ser A/argentina. Pero, palabras más palabras menos, decían “por algo hay que empezar”.

Minutos después nada más, varios conductores (de motos) expresaron su repudio a que se les obligue a utilizar el casco o directamente cuestionaron la legitimidad del gobierno local para exigirlo. Un oyente motoquero llegó a plantear que él manejaba lo suficientemente bien como para que no se lo coaccione a tal cosa.

 

Otros, supongo que estos más cerca de las cuatro que de las dos ruedas, sumaron varios etcéteras más al tema del tránsito, tantos que a uno le daban ganas de pedirse, ya mismo, el pasaporte para vivir en Suiza o… San Luis. En resumen, estaba todo tan mal que para qué molestarse. Es raro, pero muchas de esas voces que saturaban el contestador eran las mismas que en algún otro programa pedían, “ya, ya”, que se obligue a los motociclistas a usar tal implemento de seguridad.

No me interprete mal señor lector, varios oyentes marcaban algunas cuestiones valederas e interesantes. Incluso aquel militante del no-casco, que hacía eje –con razón en este punto- en que la causa de los accidentes no es la falta del cúbico adminículo, sino la imprudencia con la que se conduce…

También es cierto que esta gestión, así como las pasadas, no se han caracterizado por su eficiencia en los controles viales. A modo de ejemplo, un oyente, no sé si en este u otro programa, decía que “flaco favor le hace el Estado municipal al respeto por la prioridad de paso vehicular, cuando se ponen tantos lomos de burro sobre mano derecha”. Tiene toda la razón.

Pero, señor lector, como ya lo plantearon sesudos académicos de levita hace un par de siglos, cuando se trata de ordenar una comunidad, a lo que se puede apuntar es a desarrollar normas generales lo más justas posibles. Se supone que, viviendo bajo un régimen democrático, éstas tienen el consenso de la mayoría o apuntan a respetar lo más posible las libertades individuales. Nunca se alcanza lo ideal, pero hasta ahí se puede llegar por ahora.

A nadie le gusta que se le impongan las normas que considera que no se ajustan a su caso. Yo también conduzco con prudencia, al menos eso creo, y no por ello voy a dejar de pagar el seguro de mi auto.

Si partimos de lo que cada uno cree y que se le exija en base a eso, resultaría imposible ponerse de acuerdo sobre cualquier norma. Lo mismo cabe para el respeto de las luces rojas. Siempre hay que parar, no importa que uno crea que “no viene nadie”, pues puede pasar que algún día el apuro traicione nuestra percepción. La misma regla para el señor de la moto y el no-casco: o le puede fallar un cálculo o el imprudente puede ser otro.

Los agentes que controlan tienen que actuar, como los sociólogos, siguiendo las normas generales, y no como psicólogos o amigos comprensivos que valoran nuestros puntos de vista y excusas.

Queda claro que Venado Tuerto es A/argentina, un país en el que la autoridad está siempre en cuestión. Son muchas las causas para que esto suceda, pero no todas vienen desde arriba. Fenecido el autoritarismo militar –¡menos mal!– no hemos encontrado criterios de legitimidad para la autoridad democrática; y hablando de generalidades, tampoco hemos logrado engendrar una clase dirigente competente y proba.

Ahora bien, es una constante la excusa que arguye “malas intencionalidades” detrás de funcionarios y agentes para trasgredir cuanta norma se nos cruza. De ahí la omnipresencia del “qué me va a exigir este… si son todos choros” y todas las versiones que a usted se le ocurra sobre el mismo argumento. “Él, chorro, yo, argentino”. Aquí no caben sólo las reglas de tránsito, sino también lo que sucede con nuestros impuestos y… seamos sinceros, con casi todas las responsabilidades cívicas que, bajo el “malditos políticos y maldita policía”, decidimos pasarnos por la zona en donde el sol no nos pega.

Vuelvo sobre lo que señalé antes, muchas quejas y propuestas pueden tener sus fundamentos. Pero así como sospechamos de “los políticos” también empecemos a sospechar de cuáles son los motivos que las animan. ¿Realmente se trata de rebelarse contra lo que está mal, o simplemente de hacer lo que cada uno quiere sin considerar al otro? Quejarse, después de todo, es gratis. Hacer algo, cuesta un poco más.

Afortunadamente, la recuperación democrática, con todas sus limitaciones, nos otorgó la posibilidad de participar en la discusión pública sobre las normas que nos rigen. Usted puede, oh milagro democrático, hasta participar para que se cambie lo que no le gusta.

Bienvenidas las quejas entonces, pero, señor oyente, proponga y haga. Mientras tanto, aunque le dé calor, use el casco.

 

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