Tomás LüdersNeurociencias y política: darwinismo, la cigarra y la hormiga

Tomás Lüders28/05/2017
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“La pobreza,  en gran medida, es un estado mental”, dijo esta semana Ben Carson, neurocirujano retirado y único funcionario negro en el gabinete predominantemente blanco, clasista y racista del racista y clasista, pero sobre todo bufonesco, Donald Trump. Luego afirmó que si uno le quitara todo a una persona exitosa, seguramente ésta volvería rápidamente a estar arriba, en cambio, si se le diera todo a una persona que no lo es, seguramente se las “ingeniaría” para volver a caer.

La afirmación, hecha con su habitual tono amable, pareció un enunciado de sentido común al entrevistador radial, quien a pesar de no compartir el signo partidario del médico y funcionario, no encontró objeciones en el planteo. Se trata de compartir algo más y algo menos que una doctrina: es una concepción del mundo, una Weltanschauung, dirían los alemanes.

¿A qué distancia estarán las declaraciones amablemente darwinistas del Secretario de Vivienda estadounidense de quien será candidato de María Eugenia Vidal, el neurólogo Facundo Manes? Aquí la prosodia afable no es la excepción, sino una impronta de gestión… los trumpianos y republicanos duros son bestiales, no tienen matices. No citan tampoco a Ayn Rand, referente intelectual del núcleo duro partidario (de aquellos que saben leer de corrido) solazados detrás del candidato “del pueblo”. Como nota de color –imposible resistirse al juego de palabras– Trump y Manes sí comparten un gesto de estilo: su pasión por aparecer bronceados aún en los más gélidos inviernos.

Pero diferencias enunciativas y estilísticas al margen, el dispositivo es el mismo en el plano del enunciado: descontextualizar, reducir la subjetividad al individuo… o a menos…  ¡a su cerebro! Las afirmaciones, propias del positivismo eugenésico del siglo XIX, deberían parecer desempolvadas del Museo del Espanto, pero se acoplan bien con la generalizada ilusión meritocrática en países con gran inmigración, como el nuestro y como los Estados Unidos, pues aquí fueron millones los que tuvieron o creyeron tener una oportunidad en tanto individuos más que en tanto colectivo. En una aparente paradoja, pesan más esos argumentos cuando la clase media originada de este movimiento histórico languidece aquí y allá: toda ayuda hacia los de “abajo” es percibida como ayuda los perdedores o los vagos, toda ayuda a los de arriba (aunque se trate solo del cómodo uno por ciento de la pirámide) es percibida como apoyo a los que se han esforzado y generan riqueza, es decir, los definidos como “los mejores entre nosotros”.

Pero estamos ante algo más que una repetición. Más de un siglo después de la publicación de la Evolución de las Especies, se le vuelven a encontrar justificaciones naturales a lo que fue una singularidad histórica. La oportunidad meritocrática es utilizada como ley general, desconociendo todos los marcos históricos, y las millones de situaciones que no entran en la “excepción generalizada”.  Recurriendo al vocabulario dominante para deconstruir sus axiomas: un “estado mental” debe explicarse socialmente, no psicológica y mucho menos genéticamente. Y esta última, con apenas aditamentos “ambientales” es la postura de Manes y Carlson: pues la reducción “neuro” de lo “psi” es la reducción de esto último a la química cerebral.

Desmontado el enunciado, claro, podremos hacer las críticas que sean necesarias a las políticas sociales miserabilizantes y a cierto pobrismo “progre”, o recuperar sociología histórica sobre las estructuras sociales argentinas –también claro, poner en cuestión aquello que se considera como ideal indebatible en el marco de la discusión: el éxito económico individual–. Difícil sin embargo profundizar en las cuestiones cuando se está retrocediendo a pasos agigantados.

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