Las grotescas imágenes que ayer vimos repetidas en pantallas grandes y pequeñas evidencian lo más penoso de la realidad argentina: una dirigencia que improvisa de un día para el otro un evento, y los marginalizados y excluidos aprovechando las grietas de un dispositivo, que de dispositivo no tuvo nada, para decir “acá estoy”.
No generó el mismo azoramiento la celebración hecha por intelectuales autodenominados progresistas de ese acontecimiento regó que los espacios públicos de muertos, heridos y destrucción. El impacto de los saltos al vacío desde puentes y monumentos, comprensiblemente, dejó en segundo plano las pésimas lecturas que de los hechos hicieron muchos de los que deberían brindar coordenadas en estos momentos de desconcierto.
“Rebeldía plebeya”, decía una reconocida socióloga con cargos importantes en el CONICET y la UBA y varios libros publicados. “Algarabía popular”, decía un politólogo con otro tanto de textos leídos en las facultades. La pregunta a hacerles a estos autodenominados “voceros del pueblo” es obvia: ¿qué es lo que están celebrando?
Definen como auténtica esencia del pueblo lo que no es más que las violentas formas que marginales y excluidos encuentra para decir “este soy yo”. Celebran la triste “cultura del aguante” que les queda a los que ya no tienen identidad como clase trabajadora ni futuro posible entre las clases medias. Son los hijos de generaciones de excluidos que ya no solo no tienen inserción en el estrecho mercado formal de trabajo, sino que ni siquiera experimentaron la pertenencia al mundo de los trabajadores y las posibilidades de ascenso social que supo definir a las mayorías argentinas. Pero el intelectual populista prefiere ver en sus manifestaciones al “auténtico sentir popular” negado por el poder, en lugar de los efectos excluyentes del poder.
Son aquellos millones a los que el sistema educativo tampoco educa ni prepara para el futuro. Son aquellos que con lo que tienen –una changa, un plan, o con suerte un trabajo en negro más o menos regular– se toman de lo que pueden para decir “éste soy yo y existo”. Y claro, lo hacen provocativamente, con violencia hacia los demás a los que sienten incluidos –sin diferenciar claramente entre quien es apenas laburante en blanco que llega con alguito más de resto a fin de mes, de un empresario o un dirigente político que vive con mucha más comidada y tiene mucha más responsabilidad sobre la realidad social– .
Pero allí estaban, muchos de los supuestos mejores intelectuales y cientistas sociales del país aplaudiendo el patetismo, definiéndolo como “el genuino sentir popular”, es decir, definiendo como “genuina” la miseria cultural que genera la miseria material.
Donde los miserabilizados dicen “acá estoy” ellos ven felicidad popular en estado puro. Pocas actitudes son tan reaccionarias como esa. Pero después se definen así mismos como progresistas.