Napoléon, el Espíritu Absoluto de la Razón a Caballo, se coronó a sí mismo Emperador. Hay mucho mito detrás de eso. El ritual se dio en el marco de la realpolitik. Aunque fuera la espada de la Ilustración, el Gran Corso debía acordar con la Iglesia. Y lo hizo. El Papa de entonces fue después de un largo acuerdo para reconciliar la Francia de resabios jacobinos con esa institución reaccionaria dueña todavía de muchas almas que es la Iglesia.
Pero la verdad del estado de ánimo del momento fue expresada por Charles Pierre François Augereau, Marshal del Imperio, de origen sans-culotte (una posición inalcanzable durante el Ancien Régime bendecido por la Iglesia). Disconforme, pero leal al Emperador, acudió resignado a Notre Dame.
Entró haciendo bullicio con los suyos, y cuando un curita le pidió silencio, sus palabras en el “santo reciento” fueron un directo: “hacete coger”.
Se nos puede haber ido un Papa “progre”, dicho esto, no dejó de ser un Jerarca de un dispositivo de poder del que todavía muchos esperan autorización antes de “elegir” sobre su propia moral (“¡por favor, que el Pontífice nos deje usar preservativo, por favor, que acepte que necesito divorciarme!”.
Como supo decir Kant, “sapere aude”, atrevete a saber. No esperes que ningún otro cura te diga lo que tenés que elegir. Como dijo Augereau ante la amonestación eclesial: que se hagan coger.