Tomás LüdersAnálisis: “Bonfatti, el Chivo y Miguel”

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Por Tomás Lüders

En este texto especulamos sobre cómo se presentó o intentó presentar para el imaginario del elector santafesino a los ganadores de las primarias abiertas con boleta única.

Hablaremos del aparecer y no del ser de los candidatos, porque lo cierto es que para los sujetos de perfil público, lo primero debe volverse equivalente a lo segundo. Con grandes diferencias los tres son referentes de lo que llamaremos pospolítica. Este significante es no es capcioso, aunque lo parece porque no tiene un solo sentido. La palabra sí se ancla en un fenómeno común. Remite al éxito de los dirigentes que construyeron su liderazgo como emergentes de la crisis de legitimidad de la política bipartidista argentina (y la más amplia crisis mundial de la política institucionalizada). Y en este sentido habla de un “después de”, de un “pos” de esa política. Pero no todos impulsan un discurso antipolítico. Ese rasgo es propio del flamante dirigente del PRO.

Veremos entonces cuáles son las características que definen a cada una de estas tres figuras en el mediatizado espacio público. Para esto comenzaremos nombrándolos con el apelativo a través del que son reconocidos.

Bonfatti”: el hasta hace escasas semanas virtualmente desconocido ministro de gobierno provincial, logró finalmente ser identificado plenamente, sin diferencias, con Hermes Binner. Quizá entonces, más que deconstruir el perfil público de Bonfatti, habría que analizar directamente al binnerismo.

Decimos Binnerismo y no Frente, porque las reglas de la democracia espectacularizada señalan que partidos e idearios políticos fueron disueltos en el cuerpo-imagen que los líderes logran construir en pantallas, parlantes y afiches.

Para los santafesinos y los venadenses, el gobierno del Frente, es el gobierno “de Binner”. Por eso a éste último le costó tanto lograr subir el perfil de su ministro, ya que a la vez no podía bajar el suyo. El slogan electoral fue entonces “Bonfatti + Binner”.

Por eso también, a pesar de las diferencias que se acrecientan, el radical y rival interno Barletta lanzó su candidatura también asociándose a la figura de Binner.

Dijimos “gobierno de Binner”, aunque lo cierto es que, más allá de las denominaciones, uno de los rasgos con mayor percepción positiva del binnerismo es su asociación del término “gobierno” con el más políticamente neutral “gestión”. El socialismo del gobernador es percibido como un socialismo gestor, y aunque no diluya ciertos principios ideológicos fuertes, estos adquieren peso fuerte solo en los enunciados dirigidos hacia la minoritaria militancia (en ellos sí se habla más de igualdad).

Este corrimiento hacia lo que se llama “centro” no es exclusivo del PS nacido en Rosario, sino que surgió de la mano de las transformaciones de la socialdemocracia europea en los 80s, con la crisis del petróleo, el fin de su fe en el marxismo, y el posterior colapso del bloque soviético. Contagió luego al resto de los socialismos mundiales.

De allí a que el polisémico significante “progresismo” desplazara en su retórica al más confrontativo “izquierda”. Sin encuestas a la mano, es evidente que a Binner, y ahora a “Bonfatti + Binner” lo votó mayoritariamente un electorado desideologizado (antipolítico) que no es de izquierda, ni tampoco claro, de derecha. También algún “alma sensible” de centroizquierda.

Los binneristas tienen lo que podríamos llamar un sello pospolítico, si por política entendemos a la confrontación pública, sin violencia física, pero a través de la violencia simbólica, entre liderazgos y proyectos adversos.

La eficacia del discurso binnerista claro, a pesar de estar matizada por una superficie contemporizadora y no conflictual y un núcleo semántico de centro que expulsó los tradicionales antagonismos anticapitalistas de la tradición izquierdista, no excluye una importantísima dimensión opositiva. Aunque ésta se ancla en factores más contextuales que puramente ideológicos: la identidad del binnerismo se sostiene en lo profundo también sobre un efecto de frontera: Binner (y los suyos) son gestores "eficientes y honestos" contrapuestos a los 24 años anteriores de gobiernos justicialistas supuestamente "ineficientes y corruptos".

Pero la socialdemocracia hegemonizada por el nombre del gobernador no es parte de la antipolítica, si nos remitimos al rasgo institucionalizado de la política. Es cierto que sus dirigentes al igual, que los neopolíticos no partidarios como Macri, le hablan a “la gente” en forma directa, pero antes debieron pasar por todas las instancias iniciáticas demandadas por el PS. Siguen el cursus honorum partidario que no debieron seguir Macri, De Narváez o Del Sel y antes Reutemann.. ¿dónde andará Reutemann?.

El socialismo entonces es pospolítico por ser un partido “chico”, ajeno al cuestionado reparto de lo público de la partidocracia bipartidaria, cuestionamiento que alcanzó su apogeo durante las aciagas jornadas de 2001 y 2002.

“El Chivo Rossi”: la posición del jefe de los diputados kirchneristas, también es un emergente de la crisis de legitimidad de la política. En este sentido Rossi es también un pospolítico. Pero su credibilidad  tampoco se basa en ser antipolítico, claro está, sino en presentarse como parte de un movimiento que dice ser el verdadero intérprete de lo que unifican como “voluntad popular”.

Es parte de un movimiento que también traza una frontera con el pasado, pero no lo hace desde el discurso de la gestión eficiente de las cosas, sino parándose en una línea divisoria que se expresa en términos muy sencillos como la separación entre la “verdadera política” y “la política entreguista, subordinada al mercado”.

El Chivo sería un “cuadro” que lucha por recuperar el carácter movimientista, popular y antiburocrático del “peronismo” de las manos del “justicialismo”. Es pospolítico por esta característica, y no por venir de un afuera de la política, en todo caso viene de lo que el kirchnerismo identifica con la verdadera esencia de la misma.

La lucha de kirchnerismo no se presenta como original, sino como excepcional: se dice que retoma heroicamente un conflicto eterno: federales-unitarios, proteccionistas-liberales, peronistas-gorilas, montoneros-cipayos…

Por eso el contenido de sus enunciados no remite jamás a lo técnico administrativo y muy poco a lo programático concreto, sino que busca referencias de mayor anclaje histórico y pasional. Con menos coherencia y trayectoria en el campo que dirigentes como Solanas, se apropian del nombre “nacional y popular”. Plantean ser los herederos finales y victoriosos de una lucha eterna.

Nótese que uso el plural y hablo del kirchnerismo para hablar de Rossi, porque lo del candidato y diputado no tiene nada de creación propia: lo que él dice fue siempre una paráfrasis sin diferencias de lo que originalmente manifestó “Néstor”, y de lo que siempre con mejor oratoria viene diciendo “Cristina”. Correrse y diferenciarse mínimamente lo hubiera alejado del centro hacia una posición de aliado sospechoso como la de Rafael Bielsa.

El kirchnerismo, que en esta elección fue “Agustín + Cristina” (no se copió la formulita frentista, pero se usó un eslogan que denotaba lo mismo), logró cierta creencia. Pero, sin reconocerlo, éste es sólo uno de los principios de su efectividad. Y quizá sea el menos importante en términos electorales.

Todo lo analizado hasta ahora solo llega a los creyentes, quienes sin ser legión son bastantes. Pero la mayor parte del electorado (no todo, claro) solo se deja interpelar bajo una generalización como “la gente”, y no bajo nombres colectivos con peso ideológico como “el pueblo” o “los trabajadores”. Este efecto de frontera “verdadera política-falsa política” no le resulta seductora. “La gente” desprecia a toda la política, y cree que “lo colectivo” es una excusa de los dirigentes para “robar”… así de simple se enuncia la cuestión.

“La gente” (las clases medias, las clases de más arriba, pero también los trabajadores desperonizados que escapan a las redes clientelares) no creen en el discurso épico del kirchnerismo, simplemente votará a Cristina Kirchner en octubre, y en parte a Rossi en julio, porque piensa que son los garantes de lo que consideran un relativamente buen status quo económico. Todo lo demás les hace ruido, por eso apagan el televisor ante las repetidas cadenas nacionales de la presidenta.

El hecho de que esa opción se traduzca bajo la pseudo-científica encuestología en “imagen positiva” no quiere decir que haya un mayoritario vínculo militante o de creencia en el sentido afectivamente fuerte de la palabra. Esa es la explicación del derrumbe “en las encuestas” de la imagen de Néstor y Cristina Kirchner luego del llamado conflicto del campo.

Quizá entonces el límite de Rossi sea creer o pensar que su éxito se basa ser el representante de los fieles de Cristina. De hecho lo piensa así, por eso ancló el sentido del slogan “Si Argentina puede, Santa Fe también”, con el enunciado “Si Cristina puede, el Chivo también”.

A riesgo de hacer futurología, creemos que éste será justamente el límite electoral de Rossi, si es que es leído mayoritariamente desde el lugar enunciativo desde el que pretende ser leído.

Es posible entonces que muchos de los electores que votará por Cristina Fernández en octubre (y no votaron por otras coaliciones en las primarias del 22), así como  antes eligieron al mucho menos-k y más “productivista” Perotti, recurran en las generales santafesinas a opciones que siente más afines: quizá a Del Sel, quizá algunos hasta a Bonfatti…

También claro, existen los que no se sienten parte de la atomizada gente, y que, por lo pronto, a nivel nacional Cristina es lo único que identifican con el progresismo. Son los que votaron a Bonfatti, y no al Chivo, por considerar aquél como la mejor opción “progre” disponible. Son también los que esperan que Binner se lance finalmente a la arena nacional

En nuestra ciudad hay una lectura que puede llegar a funcionar como índice de esto y que no pasa por la victoria del moderadísimamente kirchnerista José Luis Freyre -después de todo este electorado no tenía otra opción afín- sino por la abultada derrota del candidato a concejal Víctor Ubaltón frente a Pedro Bustos.

Miguel… Torres Del Sel: es la quinta esencia de la pospolítica antipolítica: Hizo su fama por fuera de la decadente esfera pública, pertenece al mundo de la cultura popular-mediática, y desde ese lugar ajeno al mundo partidocrático piensa construir su trayectoria como dirigente.

La sorpresa de su postulación de último minuto (en la pospolítica apartidaria, como en la televisión, todo se va construyendo de último minuto) fue que, a diferencia del hombre sobre el que se fundó la identidad del PRO, no viene del idealizado mundo de los negocios.

Aunque claro, comparte con estos dirigentes pospolíticos la construcción de su vínculo con sus destinatarios en términos de “identificación con el par”, y no con el “líder-ideal”. No busca ocupar un lugar de excepcionalidad histórica como sí lo hace la actual dupla presidencial (que aún es un liderazgo bifronte, a pesar de la ausencia física de quien ahora es llamado por Ella simplemente como “Él”). No representan la refundación de la política, sino la posibilidad de gestionar y administrar bien las cosas como “la gente quiere” y no como quieren “los políticos”. Es finalmente, alguien como la gente.

Así como Macri no era político, sino alguien que tenía ganas de trabajar por Buenos Aires (“haciendo Buenos Aires"), y De Narváez era “un tipo común”, Del Sel también viene de afuera de ese mundo cuestionado… por eso dice en su spot que “se metió en política” para hacer más por Santa Fe.

Macri y De Narváez, que a ciencia cierta más que empresarios son herederos adinerados, vienen del mundo “económico” y desde allí se introducen al mundo de la cultura mediática-popular, factor esencial para construirse como neopolíticos apartidarios.

El Midachi por el contrario, hizo su fama desde el mundo del espectáculo, por eso toda la construcción marketinera de su imagen se centrará en volverlo serio, al inversa que se hace con el ahora afeitado “Mauricio” y el ahora simpatiquísimo “Colorado”. No se lo llamará entonces sólo por su nombre propio, sino que hasta se hará cierto énfasis en un primer apellido desconocido: Miguel Torres del Sel.

Si siguiendo las reglas mediáticas que hablan del cálido contacto a través de la mirada, a Macri se le hizo perder el distante y “autoritario mostacho”, y a De Narváez se le pide que le sonría a todo el mundo y que baile con su doble en Showmatch, a Del Sel se lo intentará alejar lo más posible de los rasgos ligados excluyentemente a la estética del entretenimiento. Por eso, luego del amague, los borraron de la escena a Chi y a Da.

El discurso neopolítico del PRO es el discurso de la capacidad de resolutiva de la persona individual, que no se sustenta en otra idea o programa más que en el lugar común de creer que se pueden hacer las cosas sin pensarlas ni explicarlas demasiado. Bueno hablar se habla, pero desde la más pura opinión y subjetividad, y jamás desde la pesada y densa argumentación.

Tampoco se los hará recurrir a la densa jerga tecnocrática, en la que a veces no pueden evitar caer los socialistas para connotar su “eficientisismo” de gestión -“descentralización” es la palabra clave para el binnerismo (que por cierto remite a un verdadero programa descentralizador)-. Del Sel debe aparecer competente, y se lo alejará lo suficiente de su imagen "jodona", pero debe seguir siendo sobre todo “un tipo común”.

Aunque se espera de los hombres del PRO que sí sepan de “estas cosas” complejas, lo que sobre todo se demanda es que hagan lo que se les pide. Por eso su discurso cae en la circularidad pedagógica (no bajan nada) y está repleto lugares comunes.

El candidato a vice de Del Sel viene de un partido, pero es un político que no se habría dedicado a “hablar y transar”, sino a defender al productor del gobierno rapaz. Es la única manera de entender la capacidad interpelativa de una frase tan rara como “tenemos el apoyo de toda la cadena de valor asociada al campo”. Parece increíble, pero el discurso pospolítico y pro-empresarial, pro-productor… PRO santafesino puede hacer un apelativo efectivo de “cadena de valor asociada al campo”.

Hacen falta hacedores, y no chamulleros, es el prejuicio del que ellos hacen una carta de presentación.

Hablamos en este breve ensayo de figuras y no de personas. Aquél también es un término que suena capcioso, pero defendemos su uso porque no se trató aquí de analizar, al menos directamente, gestiones, programas y todo aquello que se supone es lo extradiscursivo de la política.

Lo que se ve, no necesariamente es todo. Pero como dijimos al principio, el ser de las cosas que se hacen públicas tiene mucho que ver con cómo se muestran. Y en política esto adquiere un peso estratégico que no adquiere en otras instancias sociales.

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