Tomás LüdersMicrofísica del Progresismo

Tomás Lüders13/05/2023
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La Microfísica del poder está siendo transformada en microvigilancia de los sentimientos. Bajo la pátina de liberación, se tomó el concepto de Michel Foucault para, a la manera de un Terror Jacobino soft, obligarnos a ser libres. Ya no se trata de “vigilar y castigar” , sino de “vigilar y liberar”.

Así, se exige un control de sí mismo en todas las prácticas. Hasta lo más banal deviene objeto de vigilancia. El vigilante progre no se permite ni la guiñada del viejo cura católico más o menos sensato, que sabía que alguna gota de goce se tenía que tolerar. Demanda que todo se tome absolutamente en serio. Especialmente el goce, ahora escrudiñado hasta el absurdo.

Aunque ya no se trate de controlar almas, sino “cuerpos y cuerpas“, no sólo se vigila cómo se come y se coge, sino lo que “el sujeto” se representa cuando come y cuando coge. Los pecados, como decía el cura cuando se tomaba su discurso en serio, son de acción, pensamiento y omisión: “has hecho demasiado de esto, no has hecho demasiado de aquello y has pensado demasiado sobre eso“. La redención es un trabajo de cada hora, de cada minuto.

Y la cosa es más terrible que antes, porque si ayer se prohibía el deseo en público, y eso permitía reservar algunas transgresiones para la intimidad, ahora el deseo tiene que devenir en forma de superación personal. Todo debe “hacernos bien” y “hacerle bien” al otro: cocinar, comer, correr y, claro, coger.

Como decía el autor no anónimo de éste nueve dogma en su Historia de la Sexualidad, no se trata tanto de prohibir como de producir especies. De esta manera, si antes se construía la categoría de “homosexual” para definir quinta esencia de la desviación, a la que se sumaban el voyeurista, el masoquista, el travestido y demás, ahora la taba se invierte y aparece el “varón cisgénero” como el representante de todo lo que es desviado en materia de identidad sexual. Las demás “identidades” antes demonizadas adquieren ahora un pasaje directo a la santidad, y de hecho, sin entenderse la ironía, se las esencializa.

La Nueva Doctrina Progre, entonces, prohíbe bastante (como todo dispositivo ideológico, intenta que nadie se salga del guion) pero sobretodo, decíamos, se encarga de producir. Sumemos el ejemplo de las drogas ilegales para terminar de ilustrar el punto: ya no se las censura como antes, el cambio es más radical, se trata de que la marihuana se fume porque hace bien. El pequeño escape antes condenado ha devenido en cura del glaucoma y práctica preventiva del cáncer. Todo, absolutamente todo, hasta el deseo más recóndito del inconsistente debe ser en una práctica superadora de las “viejas formas de ser” en el marco de la nueva cultura woke.

Ni Calvino se animó a tanto cuando gobernaba Ginebra.

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