Tomás LüdersAnálisis: la impronta de Néstor y la dura construcción del cristinismo

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Permítasenos ir bastante hacia atrás. No batimos ramas innecesarias. Freud nos ayuda a entender mucho. Perón bastante más. Igual adelantamos una interrogante: ¿Kirchnerismo, Kristinismo o Cristinismo?

Por Tomás Lüders

 

Las masas que no retornan
Sigmund Freud explicó, en el que es el texto más importante de psicología social jamás escrito, que el éxito de un liderazgo se basa en la capacidad de fascinación que el líder puede ejercer sobre las masas. La relación de un dirigente con su grupo, decía el padre del psicoanálisis, es similar a la relación hipnotizador – hipnotizado (de hecho Freud definía a ésta como una masa de uno sobre uno).

La relación entre una cosa y otra suena exagerada, pero no se deje llevar por las simplificaciones hollywoodenses. Para que un hipnotizador pueda controlar a su paciente, éste último debe creer profundamente en él, en un sentido totalmente asociable al religioso: se debe creer con amor. El poder del primero no es nada sin el deseo de obedecer del segundo.

Para Freud sucede lo mismo con los líderes sociales. La fascinación con el amo, dice, es lo que explica que un solo hombre maneje a una tropa de cientos, y la pueda llevar incluso a la muerte en la trinchera enemiga. No hay oficial, por carismático o duro que sea, capaz de controlar a 100 soldados indisciplinados.

En una época en la que las masas se convertían en el Gran sujeto político, para Freud el vínculo superior-subordinado resultaba la clave explicativa de las pertenencias colectivas. Otros elementos habría que agregar hoy para entender la dinámica vincular entre un líder y sus seguidores. Bastante de esto venimos trabajando en otras columnas.

Todo empieza por Perón
En una época de explosión de mensajes, a la psicología social se le ha sumado la semiótica a la hora de las explicaciones. La enunciación, la relación enunciador-destinatario son los términos que utilizan estos académicos para abordar el asunto.

Un semiólogo argentino, Eliseo Verón, es quizá uno de los más lúcidos exponentes del estudio de los discursos sociales como estructurantes de las identidades colectivas. Sus textos más reconocidos giran en torno a la cuestión política.

Junto a la socióloga Silvia Sigal escribió el bastante polémico Perón o Muerte. Allí analiza brillantemente cómo, ante la ausencia del líder, el movimiento tuvo derivas hacia lo que se etiqueta comúnmente como izquierda y derecha. Las diferencias internas llegaron a tal grado que se derimieron con una violencia inédita en el siglo XX. Faltaba el elemento unificador que constituía una de las principales fortalezas del justicialismo, aunque quizá también uno de sus aspectos más criticables: la centralización en el Uno.

No obstante esta ausencia -primero por exilio, y luego por desaparición física- que derivó en el sangriento cruce de armas, no llevó a una horizontalización del movimiento. La traición se pagaba con la excomunión o la muerte. En España o en el Panteón, Perón siguió teniendo una existencia política tan fuerte como el mito vivo. Decían Verón y Sigal que cualquier referente del peronismo debió ser siempre un “enunciador segundo” respecto de un “enunciador primero” incuestionable: el propio Perón (el libro es del 85). La disputa era por quién era su mejor intérprete… la “Patria Socialista” o la “Patria Peronista”.

Hubo luego incluso interpretaciones consideradas aberrantes: el menemismo la más “perversa” de todas. Sin embargo aún en los 90s, la liturgia y las referencias al triple presidente y a la jefa espiritual siguieron siendo incuestionables. La marcha se cantaba, para bronca de muchos, en cada acto encabezado por el riojano y los suyos, que también fueron muchos. Algunos hablaban de cinismo, y había bastante de eso, pero lo cierto es que la pertenencia al movimiento dependía aún de la lealtad al semblante Perón. Había un afuera y un adentro, y los traidores no era los que adscribían al consenso de Washington, sino los que se salían del Partido. Esto es lo que se llama retrospectivamente “pejotismo”.

Hacia un nuevo Él (?)
La aparición de Néstor Kirchner implicó varios quiebres en la lógica política del movimiento. El fallecido ex presidente retomó elementos olvidados de la tradición política nacional y popular. Los retomó sobre todo diciéndose parte de una generación que había radicalizado posturas aún contra la voz pública de “El Viejo”.

Más allá de esta marca importante, Kirchner se construyó como el primer dirigente justicialista de peso que enunció en nombre propio y no del líder. Kirchner no fue un “enunciador segundo” de Perón. El movimiento que quería a construir debía llevar sólo su rúbrica. Sin decretos, durante su presidencia se abolió de facto la liturgia de la marcha y la omnipresencia de las efigies de Él y de Ella (no confundir con las referencias actuales). Vía transversalidad, los eventuales invitados eran más importantes que los que ya estaban adentro.

El contexto social, político y económico le otorgaba a este lector astuto de coyunturas una oportunidad histórica para armar una fuerza propia. Parecía emerger finalmente el posjusticialismo.

Sin embargo, entre arriesgarse por lo distinto o encabezar un partido deslegitimado -pero aún el único articulado político con poder propio- Kirchner optó por lo segundo, sin descuidar del todo –en un complicado equilibrio- su propia originalidad. Había dos destinatarios, uno recibía guiños y prebendas pejotistas, otros la verba neo-naquipop con tintes socialdemócratas (y algunos también prebendas).

La 125 llevó radicalizó hacia el rupturismo lo segundo, abandonándose cualquier retórica de “centro”. Aunque mucho más reducido de lo esperado, se generó súbitamente un núcleo identitario propio, expresado públicamente por emblemas como Carta Abierta. Los nuevos enunciados empezaron a resonar con gran efectividad entre audiencias formadas en la universidad pública y el campo del arte.

El hábil Kirchner no dejó sin embargo cabos sin atar, y hacia el PJ los guiños se transformaron en un recupero de las marchas y la iconografía tradicional.

El gran público –que ya no son las masas freudianas- contempló sin el fenómeno desde afuera, y por eso se perdieron elecciones y se derrumbaron los índices encuestológicos. De entre éste, algunos no permanecieron en el azoramiento o el desencanto y se opusieron vis a vis a la K mayúscula. Se refugiaron para eso bajo el significante “campo” y en el más blando semblante mediático “la gente”. Había, claro, razones económicas que actuaron como disparador, pero se subestima el peso de lo simbólico si reducimos la cuestión al aumento de las retenciones.

El pobre marco de la política profesional sin embargo no les ofreció mucho más que un elenco totalmente dependiente del guión de los principales medios nacionales –quizá los más visibles heridos de la coyuntura antagonizante- . Está Binner también, pero aún rema con un discurso de alternativa que no parece poder vender.

La estabilidad hacia arriba de los precios de los commodities aquietó las aguas sociales al compás de la nada discursiva de la oposición. Volvieron a subir los índices de aceptación, y muchos creyeron que eso implicaba la consolidación de una mayoritaria pertenencia kirchnerista. Quienes adscriben son muchos, aunque no dejan de ser un núcleo duro que en distritos como Santa Fe no alcanza a superar el 22 por ciento del electorado. Otra cuestión será el conteo de los votos presidenciales, pues que “la gente” elija lo que se ofrece no quiere decir que lo ame.

Poskirchnerismo… ¿cristinismo?
Desaparecido el nuevo gran Articulador, el kirchnerismo huérfano de padre intenta construir lo propio. Intenta hacer de Él un nuevo líder presente en la ausencia, y por eso le calzó el traje de eternauta. ¿Se pueden decretar los mitos?

No obstante, al menos por ahora, los liderazgos justicialistas siguen teniendo fecha de caducidad: se acaban con la última reelección. El proyecto autónomo fue claudicado por decisión del propio Kirchner, y hasta ahora Perón hubo uno solo.

Se dice que Cristina Fernández cree verdaderamente que el kirchnerismo creyente es mayoría, y desde ese lugar intenta desplazar con cuadros propios la incidencia de un PJ que se ya se vislumbra traidor –figura siempre preanunciada en un movimiento de liderazgo único que jamás prepara su propia sucesión-.

Entre la tropa están los que sin tener verdadera fe quedaron pegados y no se animaron a saltar en una gran-alberto-fernández. Y es que no tienen otro capital político que el estricto seguidismo. Deben digerir sin chistar los ninguneos. De allí el ridículo permanente de un personaje como el actual jefe de gabinete, que con lengua filosa construye paráfrasis K ad infinitum. Con desigual suerte circulan algunos saltarines, véase para el contraste la posición actual de Perotti y escúchese al ahora ya casi cómico discurso de Felipe Solá.

Desde la convicción ideológica o la necesidad (ambas cosas suelen ir juntas) la presidenta intenta construir cuadros a toda velocidad. Les impone, quizá aún más que Kirchner, la marca de la obsecuencia. A diferencia de su marido, ella parece no digerir a los oportunistas y nada más. Aunque desde su lugar resulta complejo diferenciar quién es un verdadero fiel. Tampoco Ella y su referencia permanente a “Él” admiten que los enunciados de sus cuadros se escapen de la casi cita perfecta.

Más devota de los símbolos que su marido, Cristina a veces hace emerger una escena inverosímil: Perón muere y Eva vive. Igual, aunque lo cite a Néstor, es una mujer que habla bastante más suelta del lazo marital de lo que lo hacía Evita.

Pero así como en el Conourbano la disputa interna explota con violencia, en el territorio que se aleja de Buenos Aires se están expresando de otra forma los límites del kirchnerismo posnéstor.

Aquí en Santa Fe la candidatura de Agustín Rossi murió por exceso de lealtad, y no logró sumar eslabones detrás de las fronteras indelebles de la 125. Para un partido que en algunas cosas cambió bastante poco, todavía no hay peor traidor que quien pierde, y por eso ahora el “Chivo” es injustamente defenestrado. A esa lealtad nunca entraron Omar Perotti y María Eugenia Bielsa. Un articulado aún viudo y sin cuadros propios de peso los volverá favoritos putativos si no siente que escupen hacia arriba. Sin obstáculos, ellos pueden también pilotear entre dos aguas sin pegarse a ninguna orilla… y dar el salto cuando lo consideren necesario.

Sobre el tema en lo local ver: Poroto, Cristina y los otros (Por Mauro Camillato)

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