La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, sigue insistiendo con el hecho de que el rey de España se disculpe por la conquista que su país realizó hace más de 500 años, cuando recién se formaba.
No escribo este breve texto con ánimos de meterme en el debate sobre las consecuencias de la llegada de Hernán Cortez a Tenochtitlan. La conquista y colonización española fue, sin dudas, sanguinaria y esclavizadora (aunque hay reconocer que Mesoamérica no era entonces una suerte edén perdido y que los Aztecas eran más odiados, por su crueldad, por otros pueblos de la región que los españoles recién llegados).
A lo que sí voy es a pensar en dos cosas: la primera es que vivimos en una era de víctimización en lugar de superación o, al menos esa es la contra oferta de la izquierda a la tan pregonada meritocracia “liberal’, siendo que ambas caras de la moneda se suponen la una a la otra. La oferta de “izquierda” nos dice que todo lo malo que nos sucede es porque somos víctimas de la entidad demonizada que sea: desde los españoles al patriarcado pasando por el tacc (ya no del sistema de clases, lucha largamente olvidada más por impotencia que por moda). Nuestra identidad como sujetos debe girar entonces sobre la cualidad del tipo víctima que seamos antes que sobre cualquier otra cosa que podamos crear y desarrollar como sujetos. La oferta de la “derecha”, ya se sabe, nos dice que no importan las condiciones en las que nazcamos, porque para ser rico alcanza con la mera voluntad (es lo mismo entonces ser hijo de millonarios como Elon Musk que de cartoneros para lograr lo que ha logrado el magnate de Silicon Valley).
La segunda, relacionada con la primera, es que este afán identitarista-victimista obedece a la impotencia de los partidos y organizaciones progresistas para pensar en proyectos de futuro y en cambios reales y generales, lo que supone, debería ser obvio pero hoy ya no lo es, en pensar formas sustentables de distribución y redistribución de una riqueza cada vez más concentrada. Entonces todo es pedirle la escupidera al malo de turno: el estado, los varones, los españoles, los ingleses, los fabricantes de alimentos procesados… Vivimos, entonces, henchidos de soluciones simbólicas (negros haciendo de reyes tudor en Netflix, días de las mil identidades diversas, la posibilidad de poner una X en donde dice género en el documento, etc.) y, como dice Dubet, también repletos de soluciones particularistas, relativamente baratas para el Estado y los más pudientes que deberían financiarlo (leyes de cupos, subsidios específicos, etc.) todas ellas medidas que obturan la posibilidad de pensar si no en horizontes emancipación más universales y radicales, al menos, en recuperar las políticas relativamente igualadoras del ya desvencijado estado de bienestar.