Tomás LüdersOpinión: ¿Sorpresa?

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Se esperaba una victoria importante del oficialismo, pero a contreras, ultras, moderados, críticos, convencidos… casi a todos y todas el 50,07 por ciento de los votos les llegó como una sorpresa. ¿Por qué?

Por Tomás Lüders

No reinaba un clima de completo fin de época, pero entre el heterogéneo espectro de los partidarios rondaba cierta falta de confianza: ¿seremos mayoría absoluta?.

Dentro del más diverso arco opositor parecía circular la percepción de que el límite objetivo de 2015 podía incluso llegar a adelantarse subjetivamente al 011.

Dentro de uno y otro lado, las lecturas que le vienen asignando a los medios un rol persuasivo absoluto parecieron imponerse. Contra Clarín y sus voceros no había nada que hacer. Es raro pero, con gran parte del campo intelectual adscribiendo a la causa oficial, llama la atención que tanto pensador militante se haya dejado Teoría de la Comunicación I para rendir en marzo… serán los problemas de bajar la guardia crítica.

Hace ya más de 60 años que, dentro de la academia, las corrientes funcionalistas acordaron con las crítico-rupturistas en adscribirle a los medios la capacidad de construir representaciones a largo plazo y archivaron para siempre las teorías que le asignaban a los mensajes mediáticos la efectividad de una campana de Pávlov.

Así las cosas, tras las pasadas elecciones los periodistas, obligación profesional mediante, nos vimos obligados a los análisis de rigor.

Nadie pudo estirar en columna editorial un “te lo dije”. De hecho, aunque se evitaron los pronósticos directos, los resultados electorales en Capital Federal, Santa Fe y Córdoba habían generado cierto triunfalismo entre la prensa anti-k. “Las heridas de la 125 no se borraron”, afirmó más de algún columnista después del 24 de julio santafesino.

Desde el espectro oficialista de la prensa no pareció anticiparse una plebiscitación del Modelo. Se aspiraba a pasar el 40 por ciento, lo que sonaba a poco para un articulado político que pretende construir una nueva identidad social.

Las estimaciones estaban anémicas del providencial insumo de las encuestas, y los respectivos deseos y miedos sobreestimaron la importancia numérica de estos distritos en los que, igualmente, la victoria oficial no fue aplastante. “La bonanza económica favoreció a los oficialismos”, interpretó un candidato del socialismo en referencia al fragmentario voto local. No suena del todo desacertada la apreciación.

Sin números firmes a los que profesarle Fe, los ciudadanos se rindieron a los decires de los analistas interesados. Esperando el domingo como se esperaba el fenecido clásico futbolero, la lógica de river-boca que reina sobre la clase media argentina sobredeterminó cualquier interpretación alejada del ánimo revanchista. En ese marco se explica la percepción de fin de época circulante. Percepción que, para alivio de los seisieteocheros, no condicionó demasiados votos.

Mirando a nuestra provincia, el periodismo linealmente opositor y los candidatos más duramente antikirchneristas consideraron que el significante campo arrastraba todavía muchas más referencias que las puramente agropecuarias. Estimaron que “la gente” sigue leyendo en las retenciones móviles todo lo que se considera avasallamiento institucional.

La mayoría de la oposición apostó además a que el grueso del electorado se conmoviera o indignara cuando se hablaba de “institucionalización” o “federalismo fiscal”. Es cierto que, más allá de lo duro que resultaría interpelar al votante desde ese lugar, fueron pocos los candidatos que usaron los conceptos como poco más que antónimos de “K”.

En un contexto macroeconómico percibido mayoritariamente como favorable por la disminución del desempleo, las aristas redistributivas vía subsidios y el estímulo al consumo de bienes muebles, el grueso  del arco opositor apostó todo a la carta del rechazo anti-personalista. Y nada más que a eso. Salvo, claro, que creamos verdaderamente que los duranbarbas curan de palabra, y que las fórmulas circulares del tipo “soy como vos” son hipnóticas.

La mediatización de la política es evidente, pero no tiene efectos lineales. Las preferencias se orientan por lecturas con dinámica propia que hacen que no se le pueda vender un candidato pre-fabricado a cualquier “target”. Por eso el De Narváez de 2009 fue uno, y el de 2011 otro. Por eso cualquier connotación socialdemócratica que pudiera arrastrar el semblante de Alfonsín reflejado en la cara de su hijo Ricardo se opacó por el brillo rubicundo de su aliado electoral.

Confiando en su astucia sin miramientos morales de ningún tipo, Duhalde y su ex socio puntano construyeron enunciados opuestos vis a vis a los kirchneristas. Afortunadamente eso persuadió a poco más que a cierto voto pragmático y/o supuestamente “peronista de Perón”.

En ese contexto, la apuesta binnerista construyó de apuro un mensaje que iba en la dirección de exponer alternativas. Pero los socios santafesinos del FAP llegaron a la campaña presidencial sin resto. El oficialismo provincial había diferido para un año inconveniente la resolución de conflictos internos entre socialistas, radicales, lilitos y demoprogresistas… Para colmo, el moderado triunfo del 24 de julio no inyectó a los ganadores la esperada segunda brisa. Tampoco ayudó a las explicaciones programáticas la excesiva tendencia a la atenuación discursiva de Hermes Binner.

El ímpetu de Donda, Lozano, De Gennaro y otros aliados contrastaba con el desgaste del exclusivo protagonista del acuerdo. La cara de agotamiento de Binner en Venado Tuerto esta semana fue más que elocuente.

Hubo además torpeza en la conformación del Frente Amplio, del que inexplicablemente quedó afuera o se autoexcluyó -o un poco de las dos cosas (¡quién sabe!)- Pino Solanas. No se puede precisar cuánto habría sumado el histriónico referente naquipop anti-k, pero al FAP ya le habían quedado afuera demasiados eventuales eslabones desde los antológicos duelos entre binneristas y giustinianistas, entre binneristas y radicales y entre binneristas y lilitos … Si no se restaron votos fieles a Pino –que demostraron ser muy pocos–, se restó bastante imagen de unidad para persuadir a los indecisos.

A posteriori, las rotativas anti-k se quejaron por la fragmentación de todo el arco opositor. Algún intelectual ultra-institucionalista reclamó ¡bipartidismo ya!. Con tantos significantes de izquierda del lado que le disgusta, y tanto de cualquier cosa del otro que le gusta habría que preguntarle para quién pretende cada mitad del centro.

Francamente, es un alivio que por a o por b no haya cuajado nada similar a una Alianza con tintes duhaldistas. Que la elección del domingo sirva entonces para apostar a algo más que al marketing, a los rejuntes, a Clarín y a los parecidos con líderes difuntos.

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