Tomás LüdersOpinión: Hechos e interpretaciones

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Por Tomás Lüders

¿En qué piensa un periodista cuando tiene que hacer una nota? ¿Qué preguntas se hace en el mientras tanto? ¿Qué transcribe finalmente en la redacción o la sala de edición?

Desde la profesionalización del oficio, la función exhibida y exigida es la de informar con objetividad. A él o ella se le demanda ser un prisma sin alteraciones. La mayor parte de las horas y secciones, se entiende, se las debe llevar el reporte de noticias.

Se acepta que también haya algunos espacios reservados para opinar: “esta es mi visión”, puede decir ahí el periodista (o el medio a través del periodista).

Sin embargo, si algo positivo viene dejando el ácido enfrentamiento entre el Gobierno y ciertos medios, es que la separación entre secciones informativas y editoriales no siempre resulta muy clara. Y es que enfocar un hecho, hacerlo o no hacerlo noticia, decir de él algo sí y algo no, decirlo con ciertos términos o con otros, implica una subjetividad que “mancha” a los enunciados de cualquier pretensión de verdad. No hay prima, hay intérpretes e interpretantes.

Entre los teóricos de la academia, incluso hace tiempo que circulan con intensidad posturas filosófico-sociales que, siguiendo a Nietzsche, afirman “que no hay hechos, solo interpretaciones”. Lo discuten entre ellos, pero también se lo dicen a los periodistas cuando los forman.

No hay dudas de que la realidad social es una realidad interpretada: hagan el ejercicio de pensar en algo que no tenga un sentido dado, traten de pensar algo en sí mismo. Imposible: darle un nombre a una cosa es ya hacerla entrar a nuestro mundo simbólico. En este sentido, Nietzsche tenía razón.

Durante mis estudios de Comunicación, recuerdo sentir cierta desazón ante tal idea. Después de todo, uno quería hacer periodismo para denunciar lo injusto, no lo que uno creía injusto. Los profes, sin embargo, no nos ofrecían soluciones, sólo el deber de problematizar antes de reportar.

Tengo entendido sin embargo que ahora la cosa ha cambiado un poco. Parece que, dado que la separación entre informar y argumentar es imposible, ciertos docentes de ciertas academias les dicen a los estudiantes que para qué molestarse en separar lo opinado de lo reportado. "Fuercen y simplifiquen los hechos si quieren sostener un punto". No iluminen aquellos que resulten inconvenientes para su posición política. Sobre el punto insisten sobre todo los docentes que, legítimamente, tiene una cierta militancia política.

A los hechos
Recuerdo una anécdota, creo citada por Hannah Ardent en su "Verdad y Política". El relato discurre sobre un diálogo entre un general alemán y otro francés durante la firma del tratado de Versalles en 1919. El alemán, buscando diluir responsabilidades por una guerra que se había devorado a millones, le decía al Francés, “camarada, ¿a quién cree que la historia va a hacer responsable por este conflicto? al fin y al cabo, todos queríamos pelear”. El francés, pensando un segundo, le responde, “bueno, eso es cierto, pero la invasión a Bélgica la hicieron ustedes, y a partir de ahí empezó todo”.

¿Habría tenido lugar la Primera Guerra mundial sin el cruce de fronteras de la Wehrmacht? La anécdota no apunta a hacer revisionismo histórico o trazar futuribles, ni mucho menos. Pero marca un punto, hay cosas que pasan, independientemente de cómo las interpretemos.

El periodista no puede evitar tener interpretaciones sobre los hechos. No interpretar es no poder decir nada. La neutralidad valorativa no existe. Quienes la pregonan son usualmente quienes prefieren mirar para otro lado.

La objetividad es, sin duda un mito. Pero también es un mito la posibilidad de un periodismo que, diciéndose militante, niega la existencia de los hechos que le resultan inconvenientes.

 

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