Tomás LüdersEl Progresismo de lo Obvio

Tomás Lüders27/08/2022
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Un sistema triunfa cuando su ideología ha penetrado en aquellos supuestos espontáneos, cuando le da forma a aquello que creemos que está más allá de lo ideológico. Cuando algo nos hace ruido desde el punto de vista ideológico y moral, ahí estamos frente algo que empieza a ser devorado por la papelera de la historia.

Por eso hoy no hay nada más funcional a la ideología que los ataques del progresismo, cada vez más impotente para generar cambios estructurales, a aquellas formas ideológicas casi fosilizadas, residuales o que ya no tienen el peso que tuvieron en otras épocas: la Iglesia, el Patriarcado, el Eurocentrismo, incluso el racismo. De hecho lo que reaparece con fuerza en su lugar son reacciones, zarpazos de zombie. El reverdecer del racismo o la persistencia de la violencia machista no son evidencia de la fortaleza del eurocentrismo o el patriarcado, sino de su decadencia. ¿Hacemos anti-eurocentrismo justo cuando el poder de las tradicionales potencias occidentales se ve cada vez más debilitado por potencias no occidentales? ¿Hablamos de patriarcado cuando justamente lo que está en decadencia desde hace décadas es el modelo tradicional de familia?

Cegado por su propia impotencia, el progresismo hegemónico elide ver que el marco supuestamente “no ideológico” con el que percibimos nuestra vida está ideologiazado (cumplir con levantarse todos los días para ir a trabajar, tolerar la corrupción porque “todos roban”, pagar impuestos que no sabemos a dónde van a parar y evadir lo que se puede sin cuestionar verdaderamente un sistema impositivo regresivo…). Sin embargo este nuevo progresismo cree que el poder de lo ideológico reside allí donde está casi caduco, que es donde se hace más obvio. Cree que lo que ideológico es lo que puede delimitarse, cree que está más fuerte que nunca donde ya no lo está (Iglesia, Familia, Racismo, etc., etc.) Me repito: éste y no otro es el triunfo de la ideología: hacernos creer que no existe allí donde es más fuerte. Creernos hacer que está encapsulada en viejas actitudes o instituciones decadentes. Ejemplo: a la ideología la “vemos” cuando la Iglesia pontifica intentando salvar a la familia tradicional, pero no lo veríamos cuando, para sobrevivir, una familia tipo real necesita dos ingresos (¡o más!) donde antes necesitaba uno. Esto no sería la acción de la ideología dominante, simplemente sería el resultado de la acción neutral del mercado. Mercado, un sistema para que el progresismo al que se le reparten ministerios y secretarías no tiene alternativas.

Otro ejemplo: cuando se habla de hábitat,  se puede idealizar a la Pachamama, postular el uso de la bicicleta, criticar el uso o mal uso de “agrotóxicos”, no arrojar pilas al cesto de basura común… todo ello resulta evidente o sencillo. Pero las cosas se vuelven complejas cuando se quiere nos aproximamos al más abstracto “precio de la tierra en zona residencial”. Allí no habría ideología, lo que actuarían son las “frías leyes del sistema inmobiliario”.

Es el gran mal del progresismo actual, atacar lo evidentemente ideológico, pero superfluo o casi superfluo (¡hasta las grandes corporaciones del entretenimiento como Disney o Marvel se permiten hablar de ello y mostrarse como de avanzada!) pero descuidar a aquello en lo que la ideología es más eficaz: la forma en la que se reproduce al capital de manera intrínsecamente antidemocrática. Sobre ello, sobre lo que cuesta trazar una alternativa, hace cada vez más silencio.

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