OpiniónTomás LüdersEl Imaginario retorno a la Naturaleza como “Salvación”

Tomás Lüders22/02/2022
Compartir esta noticia
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter

 

Si la solución a la sobreexplotación de los recursos ambientales pasa por un imaginario retorno a la Naturaleza, estamos perdidos….  aunque nos guste la idea de “La Naturaleza” hay que aceptar que ese Cosmos Primigenio, pura armonía benevolente solo alterada por la acción del hombre depredador, no existió jamás: es la versiónn New Age de la Caída cristiana. Las evidencias científicas sobran. Menos, claro, existe o existió como un Ser Consciente y maternal (fantasía generada por los betselleros de este lado del mundo que mal traducen complejas cosmogonías orientales).

La evolución humana dependió de la transformación de lo natural para poder sobrevivir. “Retornar” a un  supuesto “estado de gracia” eliminando todo desarrollo técnico nos llevaría nuevamente a reducir nuestra expectativa de vida a niveles paleolíticos. Sobretodo, cuando la humanidad necesita producir más que nunca más y mejores alimentos, medicinas y otros bienes fundamentales para la vida. Pero los declamantes neonaturistas de panza llena se olvidan, porque no les tocó pasarla, de que antes de las vacunas, la población se moría por virus que ahora ni existen o son simples molestias. Y que antes de la evolución de las técnicas agrarias y de conservación de alimentos, una mala cosecha o una zoonosis seria significaba una hambruna que acarreaba porcentajes de fatalidades que harían parecer a la actual pandemia una nimiedad. Pero no hay que ir tan lejos, todavía se le puede preguntar a algún mayor de 70 años lo que significaba ser un niño cuando la poliomelitis no había sido erradicada por acción de la ciencia y la salud pública. Yendo un poco, pero no necesariamente tanto, más atrás en la historia, basta leer algunas buenas crónicas para enterarse de lo elevada que era la tasa de mortandad maternoinfantil todavía a comienzos del siglo pasado, cuando también por entonces una carie podía producir una septicemia que fulminaba en cuestión de días… Fue hace tan poco y, sin embargo es, paradójicamente, la comodidad generada por los ahora demonizados avances la que permite el necio soslayamiento de lo ardua que resultaba la vida antes de tantos brillantes descubrimientos e invenciones (¿quién no ha escuchado a algún conocido “antivacunas” minimizar el peligro de la viruela y otras enfermedades antes epidémicas y fatales y por tanto negarse a que sus hijos sean inoculados?).

Por cierto, no vamos a negar aquí que la “Naturaleza” está llena de maravillas (mal usando el singular para simplificar), pero es armónica de a ratos y solo para algunos. Renegamos del hecho de que todas las especies han prosperado gracias a cambios ambientales mientras otras agonizaban y desparecían, o de que directamente otras fueron erradicadas casi de un plumazo –en apenas cientos de años– por otros cambios ambientales o directamente por grandes catástrofes (preguntémosles si no a los dinosaurios que ahora son petróleo). Solo la humanidad, hasta ahora, ha logrado transformar su entorno ante cambios bruscos para lograr persistir y prosperar.

Entonces, la solución no es, como sintetizan simplona y muy gráficamente, algunos estridentes posteadores seriales en las redes: “Monsanto, no, tomates orgánicos, sí. La Revolución biotecnología de las últimas décadas ha permitido una mejora cualitativa y cuantitativa de la producción alimentaria sin parangón en la historia.

Diferente  es la discusión sobre cómo y por qué las diferentes corporaciones y diferentes productores mal usan y abusan de determinados desarrollos. Pero esa es una discusión que no puede reducirse absurdamente a falsas dicotomías que asocian linealmente lo “natural” como intrínsecamente bueno para el ser humano (y demás especies a las que ahora se les quiere otorgar la intransferible dignidad y unicidad de la persona humana) y lo artificial (es decir, el recurso transformado) en intrínsecamente malo. 

Para ilustrarlo con un ejemplo, la decisiones deben pasar por cuestiones como la creación y aplicación de políticas públicas serias que regulen el mal uso de herbicidas, fungicidas o insecticidas (que bien utilizados y si son de calidad, previenen todo tipo de peligros para la salud humana y animal) o la prohibición del mega-extractivismo minero, sobre todo cuando sería tanto más lucrativo y mucho menos agresivo para el entorno de las regiones a las que se quiere llegar con el cinanuro el estímulo de otro tipo de desarrollos económicos como el turismo o la producción agrícola o ganadera… y sin embargo, en el país, la “discusión” emerge siempre desde lo anecdótico y nunca va hacia lo estructural, como es ahora el refritamiento del viejo “caso Lewis”. Sí, es un grave y conocido hecho de entrega y latrocionio de propiedad pública, pero uno entre muchos otros que no llegan a los medios o el discurso oficial, refletodado, ¡oh, sorpresa!, luego de la escandalosa sesión en la legislatura de Chubut a partir de la que se intentó dar el primer paso hacia la megaminería en dicho distrito.

Pero volviendo al punto central y más amplio antes de diverger sobre lo penoso de nuestros “debates” políticos, me permito cerrar explicitando lo que debería ser obvio: la solución a la cuestión ambiental y la producción de bienes vitales no es menos, sino más y mejor tecnología para optimizar la generación de recursos con un mayor balance y cuidado de los ambientes en los que se producen. Después, claro, que cada uno de los que pueden darse el lujo de elegir, coma y se vista con lo que quiera. Pero que sus siempre bien pavoneadas elecciones dietario-identitarias no obstaculicen la producción inteligente de alimentos de calidad para la mayoría que no puede darse el lujo de elegir entre tomar leche de almendras o de vaca. 

https://www.venado24.com.ar/archivos24/uploads/2019/07/ESTEVEZ-BANNER-WEB-OKEY.gif