Tomás LüdersEl día del trabajador en la economía f5, a un clic de quedarse afuera

Tomás Lüders01/05/2018
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El día del trabajador nació como un día de lucha. De resistencia desde la identidad de ser trabajador. Sobre el trabajador, sobre su plus-trabajo se construyó este mundo de crecimiento y crisis (para un nuevo crecimiento) de las fuerzas productivas. Un mundo de riquezas interminable pero que solo de a ratos y en geografías muy acotadas, trae un bienestar (material) relativamente general. Y es que la lógica sigue siendo la misma de siempre: mantener la escasez aunque nunca haya habido tanta abundancia.

Con más de 200 años de capitalismo, hasta hace un tiempo parecía difícil imaginar otro mundo que no sea el de las relaciones sociales establecidas por este modo de producción. Relaciones entre sujetos devenidos mercancías, pero que generaban resistencias e identidades colectivas que resistían a ese volverse trabajador-mercancía. También, más conservadoramente generaban en otros, o los mismos, el orgullo de cumplir con el mandato del esfuerzo (“ganarás el pan con el sudor de tu frente”). Y en una tierra como ésta, concebida como tierra de oportunidades suponía que algunos (los que bajaban de los barcos) podían obtener la recompensa del ascenso social. Los muchos otros, y algunos de los que no vieron el sueño del ascenso cumplido a pesar del apellido inmigrante, tuvieron su reconocimiento de clase en la Argentina de los grandes sindicatos autónomos y en la Argentina peronista después.

En un mundo que nos define como consumidores antes que como productores (aunque es un mito eso de la producción sin productores), las relaciones sociales siguen estando mediadas por la forma mercancía. Pero a la vez que se nos promete, desde la forma-mercancía-consumo, la zanahoria feliz en cada nueva compra de lo más nuevo (que pasará a ser viejo en 4,3,2…) se nos anuncia nada sutilmente que, de no actualizarnos en las nuevas dinámicas de la nueva economía (ay, lo nuevo siempre como sinónimo de inevitable y mejor a la vez) nos quedaremos afuera de ese mundo de felicidad f5. En la liviana economía pos-industrial, el garrote sigue teniendo el peso del hierro de fundición.

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Pero esa dialéctica neurotizante, de sonrisa por download y de agobio por el trabajo-continuo en red (todo desde el mismo dispositivo-pantalla), ni siquiera alcanza para todos. Es un mundo con cada vez más sujetos supernumerarios. Están los que quedaron afuera desde el vamos. La posibilidad de pelearla es solo para los nietos, bisnietos y tátaras de los que venían a concretar el sueño del ascenso estable, para los que ahora sabemos que ya nada es estable porque estamos a un clic de ser desplazados por alguien mejor-más actualizado en lo último de lo último. Pero muchos otros, los nietos, bisnietos y tátaras de los trabajadores sindicalizados ahora deben ver el espectáculo con la ñata apoyada en la pantalla-vidriera. Y estos muchos del afuera del mundo del trabajo formal (¿siempre digno?) y afuera del trabajo sin más, están rompiendo las vidrieras. Despojados de todo, no pueden dejar de querer ver cumplida la misma promesa que se le hace al resto: que un producto y su marca hacen a la felicidad. No hay otro significante y entonces no hay lazo social que pueda siquiera actuar como parche. Habrá más violencia.

El circuito funciona porque el nuevo sentido común sigue funcionando como siempre funcionó el sentido común, respondiendo a intereses muy parciales que logran aceptarse como universales e inevitables. En la economía del conocimiento, el único conocimiento al que se le permite generar valor es el que reduce la novedad al upgrade. Todo cambia –rapidísimo, si hay buena conexión– para que nada cambie verdaderamente.

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