Tomás LüdersOpinión: Domingo definido, el marketing no hace magia

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Con la situación definida, la publicidad política de los opositores oscila entre el ridículo y lo conmovedor. Mientras tanto, Cristina apuesta al bronce y ni los mira de re-ojo.

Por Tomás Lüders

Alfonsín se esfuerza tanto en parecerse a su difunto padre que ya no se le parece (creo que el extinto líder radical no sudaba tanto). El último y desesperado mensaje habla de un solo líder para un solo partido que sin embargo sigue perdiendo eslabones y ahogándose en internas. Intenta proyectar fortaleza para revertir la mayoritaria percepción de debilidad. No logra cambiar nada, y por eso el espectador se queda atónito ante los gritos y no pude dejar de ver esas malditas gotas de traspiración. “¿Qué le pasa a este?”.

Dio lástima que un partido con una tradición tan extensa haya necesitado de dos momentos coyunturales para intentar recuperar bríos: el no-tímido de Cobos y la muerte de Don Raúl. Para ser justos el segundo estuvo cargado de una sensibilidad contagiosa, pero el intento de proyección del primero terminó siendo un pacto a lo Fausto. Para peor, quien se suponía encarnaba la mística paterna, terminó más embarrado aún al tejer una alianza totalmente oportunista que solo cosechó fracasos. Se pasó del spot publicitario cuasi-amoroso en el que Ricardo y El Colo se juraban fidelidad, a los spots en los que el segundo pide que corten boleta. Los principios y la coherencia quedaron por el piso a cambio de nada.

De todo esto solo va a quedar tristeza ante el hecho de que la idealización no resuelta del hijo terminó en un efecto paródico que minó el justo rescate póstumo de la imagen Paterna (“¡un psicoanalista por ahí!”, diría Don Raúl).

Lo de Rodriguez Saá no por falto de ética y principios es menos efectivo. Su publicidad sí que no embarra nada, pues lo suyo jamás fueron los principios. La suciedad no se nota tanto sobre lo oscuro.

No debería sorprender que una sociedad mayormente pragmática como la argentina le siga dando una cantidad importante de votos al clan de autócratas rotativos. Ya ni causa estupor que sean tantos los que piensan que empleos estatales mal remunerados y cemento por todos lados equivale a un modelo de país. Y la creencia no es solo fuerte en el debajo de la escala socioeconómica. Vestido como una suerte de cantante melódico de los 80s, el Alberto promete casas, seguridad, conectividad, y lo que sea que usted quiera. Todo al ritmo de los Guachiturros. Decida usted si con eso alcanza. Uno pensaría que la libertad y la dignidad valen un poco más –tenga en cuenta al menos que el guay fai puntano se cuelga bastante seguido-.

Después de su pelea con el puntano, el ex padrino Duhalde hace demagogia en clave conservadora: apostó a una saturación mayoritaria con el discurso personalista-setentista de los Kirchner, y se adelanta a prometer dureza ante las consignas progresistas –hayan estado o no en la agenda K-. El derrocado patrón del intacto aparato bonaerense parece no poder remontar del tercer o cuarto lugar. Aquietados los rencores anti-k, o desconcertados por falta de opciones conservadoras que entienden viables, Duhalde ya no sabe qué decirle a los votantes. Un tipo que nunca vendió más que capacidad de poder, cuando se queda afuera ya no tiene nada que ofrecer.

Lo de Binner a veces conmueve. ¿Cómo captar el voto progre que no se llevó el kirchnerismo sin espantar a “la gente”? Difícil tarea la del socialismo, partido al que el metamórfico justicialismo le volvió a ganar de mano… ¿No había pasado esto antes? Aunque el concepto de izquierda desborda e incómoda al centrista FAP, sigue teniendo sentido la paráfrasis que hace Altamirano de la frase de Cooke: "el peronismo es el hecho maldito de la izquierda argentina" –cámbiese ahora “izquierda” por el menos revulsivo “progresismo”. Para colmo Binner se apresura a vender hacia fuera de la provincia una proyección del modelo Rosario que todavía está en los cimientos en el resto del territorio –"no le queda otra Doctor", le diría un asesor de imagen, "después de todo el largo plazo es como el crimen: no paga"-. Ladrillos y concreto, se usen para lo que se usen, son casi el único significante de gestión que registra la bastante elemental opinión pública criolla.

Hubo algunos spots más cool, muy centrados en la estética de la diversidad y el pluralismo, pero solo los deben haber captado los chicos rosarinos que componen el núcleo militante del socialismo y algún que otro estudiante de humanidades.

La izquierda-izquierda insiste testaruda, y puede ser que hasta tengan que agradecerle a Cristina, después de todo están gratis en los medios nacionales. Ahora incluso los chicos que jamás se enteraron de quien fue Marx conocen Altamira (¡al fin!). Solo la negación le hará ver al insistente candidato troskista que su entrada a la segunda vuelta le debe más al jueguito cínico del cínico Rial que a una súbita toma de conciencia proletaria. En una sociedad descreída y desideologizada, el apelativo “trabajadores” y las proclamas explícitamente anticapitalistas sólo se cargan de pasión entre muy pocos. Es cierto que se vive un clima conflictual entre quienes dicen no elegir con el bolsillo, pero a la pesca de pasiones se la llevan antagonismos más timoratos que no proyectan ninguna revolución en el horizonte.

Para explicar lo de Carrió no hace falta aguzar demasiado el ingenio. El estrepitoso fracaso electoral de agosto fue registrado, y hoy el grueso del presupuesto se lo llevan los diputados. Aquí en la provincia Javkin reparte un volante el que directamente le explica al candidato cómo cortar boleta. No todos piensan que la fundadora y aniquiladora del ARI está loca, pero son mayoría los que creen en ella más como referente intelectual y moral que como gobernante.

Cristina Kirchner ya gana tranquila, y no hay milagro del marketing que pueda producir lo que no existe. La reaparición de la publicidad kirchnerista tiene como meta el efecto refuerzo y el intento de superar un número que ya es histórico. Los spots son muy buenos, apuntan a la identificación colectiva a partir de biografías individuales, y sobre todo, ya no tienen que perder el tiempo en construir o refutar adversarios. De entre sus votantes, es difícil precisar cuántos son los creyentes y cuantos los que prefieren no arriesgarse al cambio. Igualmente Cristina va por el bronce en vida.

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