Cualquier retorno a la unidad con el mundo se hace desde el más puro subjetivismo. Una vez que el “bacilo de la Ilustración nos ha infectado”, la unidad entre hechos y sentido, la disolución del sujeto en un “Gran Todo que nos trasciende”, es imposible.
Y el bacilo contaminó todo hace rato. Casi cuatro siglos y contando.
Por eso hay que desconfiar de los que pregonan un retorno a “la Pacha”, a la “Sabiduría Oriental” (i.e, declamación de “izquierda”) o a las “viejas buenas costumbres” y la “comunidad nacional” (i.e. declamación de “derecha”)… no estaremos frente a revolucionario alguno: o se trata de un loco reaccionario o, casi que peor, se trata de alguien que pretende vendernos algún libro lleno recetas sobre el “buen vivir”, el “buen comer” o el “buen coger” (cosas todas que suelen ir de la mano). Se lee a la noche el posteo del arrebatado del día o el libro del influencer de moda para después, como el tonto automatizado que es uno, volver a tener que levantarse a las 6.30 am para ir trabajar (previo consumo de yogurt sin azúcar ni sabor y cereal o tostada de palta).
Si se quiere “cambiar algo realmente”, actitud que no abunda, hay que aprender que “hechos” y “sentidos” están ya irreversiblemente separados hace tiempo.
Así por ejemplo, el verdadero ecologista es el que acepta que ya no hay, porque nunca lo hubo en-sí, un todo natural orgánico al que volver: acepta entonces las herramientas que la tecnología nos da para resolver la catástrofe ecológica de la época. Y buen activista político es el que no milita nada. No se enamora de retornos a tiempo gloriosos (1880, 1910, 1945, 2003… y contando nuevas utopías regresivas) para ocultar luego las contradicciones y complejidades del presente que están frente a sus ojos. Busca, con más o menos radicalidad, pensar algo nuevo y tratar de concretarlo. Pero jamás volver quién sabe a dónde.
