Tomás LüdersArgentina: ¿de la ira a la melancolía?

Tomás Lüders27/07/2022
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La llamada grieta se definió por una parte de la sociedad considerando arbitraria la forma de gobernar del kirchnerismo, sosteniendo que forzaba las leyes al máximo o directamente las rompía –habría vulnerado derechos civiles y políticos básicos e incurrido en actos de corrupción sin parangón–; mientras la otra la sentía más creíble cuanto más parecía romper esos mismos moldes de una legitimidad-legalidad considerada arbitraria por poco democrática.

En este marco vale la pena traer a colación algo que afirmaba politólogo alemán Albert Hirschman allá por 1991. Lo que afirmaba puede parecer sorprendente y hasta escandaloso al principio, pero se vuelve palpable después de meditarlo un tiempo: “curiosamente, la propia estabilidad y el funcionamiento correcto de una sociedad democrática bien ordenada depende de que sus ciudadanos se organicen en unos pocos grupos fundamentales (de manera ideal, dos) bien definidos, con opiniones diferentes en asuntos políticos básicos. Es fácil entonces que estos grupos construyan un muro entre uno y otro. En este sentido, la democracia genera de forma continua sus propios muros. Como el proceso se retroalimenta, cada grupo en un momento dado se preguntará por el otro, con suma perplejidad, muchas veces mutua revulsión: ‘¿Cómo llegaron a ser de esa manera?’”. Quizá en las últimos años hayamos llevado este supuesto al límite, pero lo mantuvimos andando de manera funcional al sistema político legal que nos rige (en sus fundamentos al menos), porque los marcos democráticos básicos no se volvieron a romper a pesar del tenor de los odios.

Si se me permite la ironía, hay que asumir que el enfrentamiento nos mantuvo “entretenidos” en periodos de relativa abundancia, y más aún cuando la escasez empezaba a asomar. Pero ahora que chocamos de frente con la inviabilidad autogenerada de la propia economía, es decir, generada internamente por la elección sucedánea de formas claramente fracasadas de “administrar las cosas” mientras se “cebaba a los hombres”, este antagonismo imaginario parece dejar asomar más melancolía y resignación antes que fortalecerse a sí mismo (cuando digo imaginario no lo digo porque no haya habido agentes concretos de los descalabros socioeconómicos, sino porque, así no hubiera sido tan gravoso el desmanejo de las cosas, fueron las formas con las que se representó lo que nos sostuvo ahí más que la efectiva frustración de demandas, derechos y proyectos).

Así, hoy que la pobreza, o el temor de caer de bruces en su saco vacío, nos alcanza a casi todos, una parte de la sociedad, la primera, tiene todavía a quien culpar. Pero esta frustración, que decíamos es más imaginaria que real en algún punto (el de que no ponía en riesgo la propia subsistencia) y por eso supera al morbo del antagonismo. La otra parte, mayormente, calla.

Sin agentes a la vista para llevar el temor y odio de una parte hacia algo nuevo, siquiera el retorno del viejo corte del sistema democrático en el que solíamos “caer” (las declaraciones de un desmejorado y añejado ex militar golpista no son más que la ironía de una historia que por suerte se niega a repetirse a sí misma, más allá de los deseos de algunos) los argentinos parecemos entrar ya en una suerte de melancólica resignación. Ni siquiera asoma en el horizonte el mínimo común denominador de orden legal que supuso el menemismo, porque quienes ensayaron recetas alternativas al kirchnerismo fracasaron también estrepitosamente. Para peor (o mejor), los bufones radicalizados que en otras latitudes llegaron al gobierno insisten en morderse su propia cola.

Entonces esperamos, miramos hacia adelante, vemos subir el dólar a niveles que pulverizan exponencialmente nuestros ingresos día a día, pero mientras nos acercamos a ese horizonte solo vislumbramos una cada vez más aguda incertidumbre.

Dollar origami paper airplane fall down. Crack on the ground. The concept of financial crisis. Moneygami.
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