Tomás Lüders12 de octubre: de autopercibidos que gritan y silenciados en los márgenes

Tomás Lüders12/10/2020
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Cada vez que llega un nuevo 12 de octubre uno no termina de cansarse de leer en redes posteos-denuncias de cientos de descendientes de inmigrantes europeos y criollos (o un poco de todo) autopercibiéndose como “nativos americanos”.

Argentina es una cosa rara, un país cuyo centro se pobló de inmigrantes trasplantados al supuesto de desierto para superar rápidamente en número a una población criolla (mestiza) bastante escasa y ocupar el centro y sur de las pampas ganado a las tolderías y malones.

En los términos eduardo-galenanistas que tanto nos gustan a los argentinos progres: la mayoría de nosotros desciende de lo que no sería otra cosa que una “avanzada imperial del capitalismo”, que necesitaba agricultores dóciles en lugar de gauchos (que más allá de ser producto del mestizaje entre españoles y “nativos”, poco se identificaba con unos y otros) difíciles de adaptar a los ritmos de la División Internacional del Trabajo.

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Afiche de 1947 conmemorativo al entonces llamado “Día de la Raza”

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Pero ahí están los Romano, Bianchi, Greco, Ferrari, Marino algún Kessler, algún Fernández o algún Filchenstein, con todos o casi todos sus abuelos o bisabuelos bajados de los barcos, volviendo a denunciar la Conquista sobre “su” Tierra y Cultura….

Y no es que aquí me proponga reivindicar al ya desplazado para bien “Día de la Raza”, regalo tardío de nuestras elites liberales primero, potenciado por el primer peronismo después (que por diferentes razones anduvieron en su momento con necesidad de hacer guiños hacia la vieja metrópoli). La conquista y colonización de América, su “descubrimiento” por parte de los europeos está regada de atrocidades bastante conocidas por casi todos.

Pero resulta llamativa la “autopercepción” de tanto “blanquito” como miembro de las civilizaciones exterminadas, fusionadas o desplazadas hace ya siglos por la vieja metrópoli conquistadora y a la División Internacional del Trabajo después. Un caso inédito en el mundo.

Es cierto que no somos tampoco la “nación blanca” que alguna vez nos arrogamos ser. Porque, entre otras cosas, nos hemos dado más a la mezcla que los países del norte y porque, entre otras cosas, salvo algún gringo del Piamonte, difícil resulta ubicar a un descendiente de italianos o andaluces en esa categoría. Pero no hablamos acá de fenotipos, sino de las percepciones y sus efectos. Por eso también es llamativa la autopercepción “indigenista” de quien detecta tener de pronto algún ancestro “originario” de estas tierras… o de quien ni por asomo lo tiene.

Dicho sea de paso, no hay palabreja más condescendiente que la de “originario” o “nativo” –como se dice alllá en el Norte, en donde el rifle tuvo prioridad sobre la cruz a la hora de “civilizar”-. La palabra “indio” al menos hablaba de la ignorancia de los conquistadores, que creían estar llegando justamente a la India. Decir “originario”, construcción del progresismo local o native, construcción del progresismo anglosajón, no es más que una actualización políticamente correcta del mito del “buen salvaje”, del “inocente” que habría vagado sin pecado pero también sin cultura por estos lares hasta la llegada de la Pinta, la Niña y la Santa María.

Pero dejando de lado los enredos del progresismo de allá arriba y “acá abajo” y las particularidades de la conquista al norte del hemisferio y la sur del mismo, Argentina tiene la particularidad de estar habitada por un ejército de bienpensantes dispuesto a ser tanto víctima como vocero de las poblaciones pre-hispánicas. Al menos allá arriba del mapa, el progre local no deja de lado el autoflagelo al hablar desde universidades, papers y redes en nombre de los que supuestamente no tienen voz.

Y todo pasa justo en un país en la que hace tiempo era llamada “cuestión indígena” jamás ocupó un renglón en la agenda pública –cuestión que en Canadá, Estados Unidos, pero también Australia y Nueva Zelanda es tema de estado hace muchas décadas–. Solo con el surgimiento de los reclamos mapuches –tema más complejo desde el punto de vista identitario y político-económico de lo que simplifican a un lado y otro de la grieta– nos acordamos de que, ¡la pucha!, no todos estábamos tan integrados a la argentinidad como parecía.

Pero así son las cosas en un país que a izquierda, derecha y centro padece un enorme complejo de inferioridad por no haber sido la potencia que se creyó llamada a ser. Como no fuimos eso que el supuesto destino manifiesto argentino nos habría tenido preparado, despotricamos contra la conquista española o la llamada “Campaña del Desierto” como si la mayoría de nosotros no estuviéramos ocupando el lugar que ocupamos justamente porque civilizaciones y tribus nómadas fueron desplazadas a los márgenes del territorio y de la historia.

 

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