Arte y espectáculosCiudadCulturaPoliticaMe dijo que iba a la Santa Cumbia

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Los memoriosos que lean esta crónica, van a apuntar en su almanaque el recital de la Mona Jiménez en una fiesta de carnaval allá por el 2000 en la Plaza Colón. Cuentan que había una cantidad de público similar, pero el marco –afirman- era otro. ¿Será qué desde ahora nos tendremos que acostumbrar a bailar cumbia? Si así fuese, parece que a nadie va a molestarle.

Pues bien. Los culpables fueron tres pibes, tres sub 35. Hijos de las redes sociales y del fenómeno millenial. Ese que creció rodeado de pantallas y con la mente inundada de imágenes. Esos mismos tres, cumplieron el sueño de todo organizador de eventos en la ciudad: explotar la capacidad de un predio al aire libre y poner a 10 mil personas de la nuca, dándosela en la pera.

Pero no cualquier evento. Sino uno de cumbia. Ese raro fenómeno que en los últimos tiempos llena boliches, detona los playlists en Spotify y que trenza fuerte las manos del bailarín rocho con la cheta. Ese que no distingue el outfit del glitter y que el sábado 16 de febrero se puede decir que dejó una histórica postal en la memoria de la ciudad, de Venado Tuerto.

Venado. Si Venado. Lugar en el que cuestión de eventos y fiestas, siempre sobresale una definición: “Es muy puto”. Puto porque podés tener al mejor DJ, la mejor banda, el mejor actor o la reunión más bizarra, que las boleterías no van a explotar. Pero el finde se rompió con esa etiqueta. Tres pendejos armaron la mejor fiesta en años en la ciudad, al aire libre y casi sin un mango.

Esto no es ser condescendiente. Es haber estado ahí. No digo en las primeras, pero sí en las últimas tres o cuatro. Donde los lugares fueron mutando, los espacios agrandándose y el público creciendo. Mezclándose, uniéndose. Con la única excusa de bailar cumbia.

Si te ponías a preguntar el sábado en el Newbery, “por qué” habían ido, estaba el pibito que te decía fue por las bandas (tres buenas: PACHECO; Homero y sus Alegres; y Los Totora), otros porque el chupe era barato; y algunos más porque les habían dicho que se ponían tremendas.

Eso. El “me dijo, me contaron, me mostraron”. Resulta fundamental si se trata de buscarle una explicación a tanta gente junta por un reventón cumbiero.  O sea, no hubo grandes movidas publicitarias en la calle ni grandes anuncios pagos en Facebook. Solo crearon un evento, tiraron un buen video y le sacaron todo el jugo a Instagram.

Historias, sobre todo eso. Regalar remeras, entradas, gorras. Y hasta poner vendedores. Hasta ahí llegó todo el “aparato” marketinero del ñeri. Si, ñeri. ATR. Dos palabritas de moda que hoy venden lo que sea. Y la gente compra.

Lo cierto es que la “Fiesta más grande de Santa Fe”, ahora no puede bajar la vara. Ellos mismos deben estar pensando “¿Y ahora qué hacemos?”. Porque detrás hubo un proceso de crecimiento, de evolución, donde nada –al menos lo que se vio- quedó librado a la suerte.

Hay para repasar, lindas paredes decoradas en su momento, techitos finamente adornados con lonas y bandas no muy conocidas en la zona, pero que ponen a bailar a cualquiera. Estaban atrás de eso. De ponerle un verdadero sello a la fiesta.

Las cosas entran por los ojos, por los sentidos, por los oídos y el estómago. Y en el Newbery el sonido te calaba fuerte los poros, más que en la anterior al aire libre. Te tomabas una birra en la barra “La Nueva Luna” y te ponías un toque más arriba.

Pasaba mi tía, tu hermana, tu vecina. Tu vieja y la del que está leyendo esto desde el celular en la cama. De los pueblos de alrededor, de provincias vecinas. Todos estaban ahí. Desde el pibito y la pibita, al Don y la Doña grande. Fueron a bailar cumbia.

Desde la organización prometen tres misas más para este año. Seguro un par serán a capacidad limitada y a reparo del frío (bajo techo, señora). Y una final para fines del 2019, otra vez al aire libre. Por otra parte, cuenta la leyenda que barajan la posibilidad de hacerla itinerante y salir con el fiestón a otros puntos del país.

Quizás para ese entonces haya detrás grandes sponsors, aunque no creemos que deban vender la disponibilidad de globos aerostáticos para atraer más fiesteros. Puede que se sumen más nombres de peso al line up, pero eso está por cranearse.

¿Críticas? Si hay. Por ejemplo para estacionar, hubo que dar vueltas y vueltas por todo el barrio para encontrar un lugar. Y en ese “girar y girar” se podía ver como cualquier vereda se convertía en un improvisado estacionamiento. También los terrenos baldíos, fueron aprovechados con ese fin.

El tema de los baños fue otra. Y no porque había pocos. Sino porque todos (si, todos, literal), quedaron en manos de las mujeres. Los del cartelito con el nenito y los del letrero con las nenitas. Todos fueron de ellas. Pero ningún soldado quiso hacer Patria e ir por lo suyo y así funcionó durante gran parte de la noche.

Los santacumbiero bailaron hasta que amaneció. Hasta casi las seis hubo fiesta. También hubo olor a porro. Y muchos pogueros viejos, de recitales sin marca, que fueron a ver qué onda.

En fin. Fueron casi seis horas de cumbia. Más de 300 personas trabajando y tres tipos conectados por handy que entendieron todo. Que armaron una joda como en el patio de sus casas, pero para 10 mil invitados.

Nota: Pablo Rodríguez

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