CulturaMarcelo Scalona: “La literatura me enseñó a entender la vida”

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(*) Por Facundo Petrocelli

El reconocido narrador que imparte clases de escritura creativa habla de su extensa carrera, el impacto de la pandemia en el mundo del libro y la preocupante situación de la industria editorial. Aquí un relato íntimo de un hombre dedicado a las palabras.

¿Cuál es el puente fascinante que conduce a la literatura? ¿Por qué escribir habiendo tantas cosas menos dolorosas y más rentables para hacer? ¿Por qué ser poeta y no abogado? ¿Por qué un oficio –¿oficio? – inexplicable a un título universitario explicable? ¿Por qué los porqués que aturden, molestan, zumban como mosquitos invencibles? Quizás las respuestas se hallan en los muchos libros que rodean la figura del narrador rosarino del otro lado de la pantalla. La imagen revela un hombre de pelo entrecano, anteojos, un café humeante que dura toda la entrevista, un velador que aporta una luz tenue en la habitación. Y tras su espalda torres interminables de libros, algunos cuadros, afiches y portarretratos. No hay duda que Marcelo Scalona es escritor. Además de periodista, profesor de escritura creativa, coordinador de un taller literario, editor. Y abogado, claro.

Dice Scalona sobre su condición de Dr. Jekyll and Mr. Hyde entre la ley y las letras: “No te niego que siempre estoy como dividido, pero hoy me siento hace rato escritor solamente. La abogacía se ha ido cada vez más retirando de mi vida, pero es un título que socialmente es valioso y, sin ser cínico, en determinadas circunstancias me legitima también y pertenezco. De hecho, sigo recibiendo consultas y haciendo trabajos, pero la verdad que no tengo ninguna pasión. Y la mayor parte de mi día pasa por leer y escribir. Ya profesionalmente”.

Es lunes, afuera hace un frío esquimal y la voz de Scalona desde su cueva libresca desafía las limitaciones de la virtualidad. Hay un tono de proximidad, de afable compañía, pese a las odiosas interferencias que el Zoom, cada tanto, dispara, a modo de recordatorio que no estamos en un bar, ni en un encuentro real. O presencial, esta nueva palabra que trajo la pandemia, como un roce incierto y potencialmente peligroso.

Juguete de la infancia

Para rastrear los pasos del escritor y su temprana vocación por las palabras, es necesario retroceder en el tiempo a un día lluvioso en un lugar ignoto de la ciudad. Quizás en el sur de Rosario, en alguna calle del barrio Tablada, donde nació y pasó su infancia. Allí, ocurrió la siguiente escena: en medio del diluvio, el niño Marcelo Scalona vio a su padre mojarse, mientras cedía el lado de la pared y los aleros a los transeúntes, incluso aquellos que tenían paraguas e impermeables. El padre empapado por el aguacero dando el paso a los demás fue la imagen cinematográfica que alumbró un deseo irremediable: escribir.

Justamente en el relato “El Nacimiento” (“El Altillo de los oficios”, Editorial Corregidor, 1998) se puede leer la frase reveladora que cifra este asombroso descubrimiento de la niñez: “La escritura es el único juguete de la infancia que me dura”. Scalona fija su mirada en un punto lejano como si estuviera pescando en un río de recuerdos y, al recoger la caña, evoca: “La escritura tiene mucho de lúdico. De libertad, de experimento. Es un juego. Y es un juguete que te sigue acompañando aun cuando uno ya madura. También te permite usar la imaginación. Tiene esa cosa de juego y libertad que es invencible. En mi caso empecé a escribir a los siete u ocho años. A esa edad escribí un relato dedicado a la Virgen María. Iba a una escuela católica. Tenía un primo mayor que estaba estudiando para sacerdote. Y nos daba una especie de arenga religiosa. Fue lo primero que recuerdo haber escrito, que por supuesto ya no lo tengo. Pero sí me acuerdo de esa poesía porque era una forma de expresar amor a un objeto amoroso, que podía ser la virgen o una mujer. Toda la poesía religiosa del misticismo, del Renacimiento, ha sido muy útil a toda la poesía en general, más allá de que podía ser escrita a un objeto religioso. Pero si uno le quita ese objeto, lo puede reemplazar por una mujer, un varón o una idea. El relato ‘El nacimiento’ surgió de muy niño viendo a mi padre mojado en un día de lluvia. Una persona muy cordial, amorosa. Recuerdo esa imagen que vi de él, dándoles el lugar de la pared a todos, incluso a los que tenían paraguas, y él poniéndose en la lluvia. Me resultó una alegoría de lo que podía ser la vida, que la gente buena siempre está dando y los que tienen paraguas incluso también quieren el lado de la pared. Y me acuerdo que lloré. Sentí una gran congoja. Una gran tristeza siendo niño. Me parece que tuve el presentimiento de que la vida iba a ser así. Inequitativa, injusta”.

Libros en cuarentena

Escribir requiere no sólo de talento y deseo, sino también de paciencia, dedicación y silencio, todo lo cual se puede sintetizar, en una palabra: tiempo. Hoy inmóvil, estancado, detenido, Scalona afirma que la cuarentena no afectó su rutina de escritor, ni alteró su proceso creativo. Escribe en días programados con una disciplina samurái. Arranca a las ocho de la mañana. Sus únicas interrupciones son al mediodía para almorzar y dar un breve paseo en bicicleta durante la tarde. Vive solo y una señora lo ayuda con los quehaceres domésticos. Aclara que el tiempo que le demanda la escritura “depende de lo que esté escribiendo”.

Cuando escribí la novela larga de ‘El hotel…’ –‘El hotel donde soñaba Perón’, Editorial Homo Sapiens, 2017- estuve cuatro años dedicado a escribir todos los días casi como un oficinista. El estado de novela no se puede dejar pasar. Se escribe todo el tiempo. Es un proceso muy exigente. No se puede escribir en forma discontinua”. Y pese a la quietud y encierro provocado por la pandemia, el narrador y poeta siguió con lo suyo: respirando versos y prolongando las fronteras de sus mundos imaginarios.

La verdad es que la pandemia no me afectó la escritura. De hecho, el año pasado terminé de escribir un libro de poemas –‘El revés’, Editorial Libros de la calle inclinada, 2020- y empecé lo que podría ser un primer capítulo de la saga de ‘El hotel…’. Este un libro que integra una trilogía, junto a ‘El camino del otoño’ –Editorial Corregidor, 1995-  y ‘El portador’ –Editorial Homo Sapiens, 2011-. Y ahora me gustaría continuar la historia del personaje de la hermana pequeña, Andrea, luego de que en ‘El portador’ el protagonista fuera el hermano mayor y en ‘El hotel…’, el hermano del medio. Los poemas que subo a las redes, en cambio, me salen como anotaciones, no significa que sean valiosos, pero hay una respiración que me resulta natural”.

Sin embargo, advierte que las medidas de aislamiento y confinamiento han afectado su escritura en punto a “la falta de interrelación real y social”. Porque “ahí hay un flujo de energía: en el amor, en la amistad, en el abrazo, en las reuniones” que decanta a la hora de escribir. “A mí hay una energía que me viene mucho por estar con los demás. Esto nos pasa a todos, pero al artista más. Nosotros somos tomadores de energía real”, asegura el escritor.

Mercado digital

La pandemia además de postergar encuentros ha generado una revolución digital, cambiando hábitos de consumo en todos los rubros. Se han cerrado las puertas de las ferias y las presentaciones de libros, quedando el circuito literario suspendido por tiempo indefinido, hasta nuevo aviso. Mientras tanto, los artistas han debido reinventarse en sus diversas ocupaciones y actividades.

La imposibilidad de organizar eventos presenciales y la suspensión consecutiva de la Feria de Libro, tanto la edición del corriente año como la de 2020, ha provocado un tsunami en la industria cultural. Scalona tiene su propia editorial (“Libros de la calle inclinada”) y dirige la colección de narrativa de “Rosario Ciudad y Orilla” de la Editorial Homo Sapiens.

Con respecto a la crisis que atraviesa el sector manifiesta que “hay un montón de proyectos que están parados”. “El año pasado -prosigue- la editorial Edhasa de Buenos Aires me invitó, junto a otros autores muy conocidos, a participar en una antología sobre grandes escritores argentinos. Me tocó escribir sobre Saer. Ese proyecto no pudo salir por la pandemia y está suspendido al día de hoy”.

Y desliza números que demuestran la delicada situación: “Las editoriales comerciales que salían con ediciones de 3.000 ejemplares, están saliendo con mil. Salvo tanques como pueden ser Mariana Enríquez, Eduardo Sacheri o Samanta Schweblin, la gran mayoría de autores que también son muy conocidos, están empezando a salir con mil ejemplares. Que es casi una edición artesanal”.

Con este fuerte golpe al mundo del libro y una industria editorial que navega en aguas borrascosas por la tempestad desatada por el Covid-19, asoma en el horizonte el comercio del libro electrónico como una nueva forma de circulación para salir a flote. Scalona cree que este proceso de digitalización del mundo que avanza sobre el libro es inevitable y llegó para quedarse “tal como pasó con la música y el teatro”.

Y que el libro digital ganará la batalla sobre el libro papel: “Hay una cuestión de costos que hace inviable la competencia entre ambos formatos. Por ejemplo, autores muy importantes, pero no tan conocidos, como Néstor Sánchez, Juan Manauta o Marco Denevi. ¿Podrán vender los 3.000 libros de una edición que tiene un costo aproximado de un millón de pesos? En cambio, con una edición digital el costo es mucho menor. Hoy un libro en una librería puede costar 2 mil pesos y el mismo libro original, auténtico en formato e-book se puede conseguir mediante Amazon a cinco o seis dólares, o sea, hoy con el tipo de cambio oficial a 900 pesos”.

La obra y los lectores 

Poesía, ensayos, crónicas, cuentos, novelas, relatos. Como un poliedro, la obra de Scalona se presenta con varias caras, atravesada por diversos géneros literarios: tres libros de poemas (“Mapa”, “El Mar” y “El revés”), cuatro novelas (“El camino del otoño”, “Enrarecido”, “El portador” y “El hotel donde soñaba Perón”) y dos libros de relatos (“El altillo de mis oficios” y “Compostura de muñecas”). De este vasto y prolífero universo narrativo y poético, Scalona manifiesta que si tuviera que optar un género “de mayor libertad y comodidad para escribir” elegiría la novela “porque es un viaje que no tiene límites”.

Asevera como una cuestión de principios: “A mí me gusta narrar como una deriva”. Aunque considera que “la poesía es el alimento de la prosa”. Como una brújula en la inmensidad, la poesía parece ser la clave secreta que abre todas las puertas e ilumina los caminos creativos del autor.

Porque el gran lenguaje concentrado, perfectamente articulado, está en el verso. Por eso los grandes escritores han sido poetas y narradores. Eso no significa que deban ser buenos poetas. Ni Cortázar, ni Bolaño fueron buenos poetas, aunque hayan escrito y publicado poesía. Y lo mismo se puede decir de muchos escritores: Raymond Carver y Margaret Atwood. Te sorprendería la cantidad de libros de poesía que tiene Margaret Atwood, pero a ella se la conoce solo como la novelista de El cuento de la criada. Y sin embargo tiene una vastísima obra poética, más de diez libros de poemas. Son poemas maravillosos. Es el caso de Borges, con Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923. Y cuando uno lo lee, hasta él mismo lo reconoce, ahí está la síntesis, la cifra, el meollo de lo que va a ser toda su obra. Para eso nos sirven los poemas a los narradores: para trazarnos un mapa. Yo por eso, modestamente, a mi primer libro de poesía, le puse Mapa. Porque ahí se puede ver una cartografía de lo que soy yo, de lo que quiero decir y de lo que voy a escribir”.

Si bien la escritura entraña un acto solitario, tal como un náufrago que habita una isla, hay en la conciencia del narrador un lector del otro lado de la orilla que espera por sus textos. ¿Para quién escribe entonces un escritor? “No hay una cosa premeditada, nunca, en absoluto”, responde Scalona ante el interrogante que queda por un instante flotando en el aire virtual del Zoom.

Uno escribe lo que tiene necesidad de decir. Después de mi primera novela me di cuenta que no quería escribir para quedar bien con nadie. O para algún público”, reafirma. Cuenta una anécdota de una de sus novelas para graficar su pensamiento: “Cuando escribí ‘El hotel…’, mucha gente pensó que, porque estaba Perón en el título, era un libro peronista. Tuve también la mala experiencia de que un periodista me dijera que había escrito un libro sobre el peronismo. Por supuesto que no lo había leído, pero a mí no me preocupó. Está muy lejos de ser un manual peronista, incluso es un libro crítico con tres personajes que poseen miradas distintas de ese monstruo de mil cabezas que es el peronismo. Entonces desde ese lugar abordé la realidad política argentina en clave de ficción. No lo escribí para los peronistas ni para los antiperonistas. Sino con la necesidad de expresar una realidad política de nuestro país, pero sobre todo, una utopía de país: de lo que podría haber sido, de lo que fue y de lo que no”.

Hace una pausa y concluye: “Por supuesto que pienso en un lector parecido a mí, eso es inevitable. Y creo, modestamente, que mis libros son para lectores críticos, con biblioteca, lectores de literatura. Cuando escribo uso mucha intertextualidad, como corresponde a un escritor moderno, libresco. Todo el tiempo apelo a otros libros. Tenemos un modelo canónico que es Borges o Cortázar. En ese sentido somos un poco hijos o nietos de ellos. Por eso mi literatura pide un lector de libros”.

Cruzar el río

Scalona no solo dedica su vida a la escritura, sino que también enseña el proceso de cómo hacerlo a través de un taller que se encuentra en la calle Laprida en el bajo de la ciudad, cerca del río. Este espacio se ha convertido en un lugar de paso obligado para los amantes de la lectura con ansias de escribir. Lleva más de veinte años ininterrumpidos de existencia y han asistido más de 1.500 alumnos, muchos de ellos a la postre devenidos en poetas y narradores reconocidos.

Hoy el taller continúa su actividad habitual por plataforma virtual en el contexto sanitario que impone la pandemia. El guía que despierta los saberes y forma las nuevas camadas de escritores de la ciudad revela cuál es la fórmula sagrada que aplica en el taller: “Predico que la escritura es un proceso de lectura. El único secreto que puede servir para escribir es leer mucho”.

En ese sentido la escritura es una práctica. Y es lo mismo a cualquier otra actividad”, agrega el profesor y lo compara con nadar o remar porque escribir un libro es una aventura similar a cruzar un río. “Es lo mismo que subirse a un kayak por primera vez. O aprender a nadar. Recuerdo que tuve que empezar a nadar por una cuestión de salud física. El primer día para hacer seis piletas casi me ahogo. Un año y medio después crucé el río Paraná asistido con bote y guardavida. Y llegué a nadar 90 piletas en una hora. Lo que quiero decir es que una práctica, con constancia y voluntad, funciona. Y hay que leer mucho. Ahora si creés que sin leer vas a poder escribir, es lo mismo que pensar que vas a ser un buen kayakista sin remar o sin ver a otros cómo lo hacen. Es como cualquier arte que sigue una tradición. Cuando ves cuadros de Dalí o Miró parecen cuadros de Rafael. Imitaban a Rafael, a Velázquez. No hay manera de que seas un buen pintor como Dalí si no sabés hacer una mano como la pintaban en el Renacimiento. Y en la escritura es igual. Esto lo terminó de decir una gran teoría literaria del siglo XX que fue la de los formalistas rusos: Jakobson y Todorov, entre otros. La mejor manera de entender un texto es volver a escribirlo. Esto también lo dicen Onetti y Piglia. Si leés cien cuentos de Cortázar, luego te va a salir un buen cuentito fantástico. Capaz que los primeros se van a parecer mucho a Cortázar. Pero en algún momento vas a quebrar y vas a hacer otra cosa más propia. Que es lo mismo que hicieron grandes escritores como Abelardo Castillo y Liliana Heker, que fueron la generación siguiente a Cortázar. Hay cosas que se ven en sus textos que son identificables con Bestiario de Cortázar. Pero después vos ves a Castillo cómo va mutando hacia algo más podrido, expresivo, existencialista, cínico, duro. Es el Castillo último y brillante con su propio estilo”.

Escribir para vivir y viceversa

El Zoom se aproxima a la hora de grabación, la taza del café desapareció de la escena y se observa una iluminación más clara, menos penumbrosa en el cuarto colmado de libros que ocupa el escritor. Algunas nubes se han corrido en el cielo plomizo de invierno, permitiendo que asomen tímidos rayos de sol.

Del otro lado, Marcelo Scalona sigue delante de su frondosa biblioteca, como en una fortaleza inexpugnable donde parece no llegar el frío, ni la pandemia.

Dice el escritor argentino Fabián Casas que “una técnica que sirve para escribir debe servir también para vivir”. Scalona, el poeta, novelista, periodista, profesor tallerista, editor y abogado, aprueba enfáticamente: “Hay una coincidencia total entre vida y literatura: es un pasaje permanente. A mí la literatura me enseñó a entender la vida. Desde lo más cotidiano hasta lo más sofisticado. Yo creo que en la literatura está todo. Como nos enseñó Saer, en el libro de ficción esta lo más complejo, que es la imaginación, lo que se vislumbra, el porvenir, la utopía y la distopía. El libro es la expansión de un mundo personal. En ese sentido prefiero escritores ilustrados pero realistas, a otros tan abstractos como Borges, que me gusta mucho pero siempre falta la vida en sus textos. Los escritores universales y abstractos son muy virtuosos, pero son como barquitos adentro de una botella. En cambio, leés a Fogwill, Arlt o Saer y el barquito está dándose vuelta en el medio del río”.

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