CulturaDiálogos clínicos: Bertholet, y el deseo de saber qué nos pasa

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El psicoanalista Roberto Bertholet volvió a trabajar la crisis de subjetividad en la sociedad actual.

 Lejos de la habitualmente cerrada retórica lacaniana, Bertholet logra retomar los principales conceptos de la lectura del maestro francés sobre Freud para desarrollar un modelo interpretativo sobre el acontecer actual del sujeto, tanto para el público general como para el especializado.

Por eso ayer volvió a convocar a un gran auditorio en el salón de actos del Normal –un espacio que se carga de simbolismo trágico frente a la actual crisis del sujeto actual-. El clínico y docente rosarino, de habitual presencia en la ciudad, volvió a trabajar la relación entre deseo, ideal y goce.

Deseo por saber

Antes, el docente y colega local, Mario Zimotti, explicó durante la presentación “la disciplina que requiere la improvisación”, trazando un implícito paralelo entre el deseo que subyace en quien valora reflexionar, pensar, y no reproducir –justamente la “actividad educativa” de quien no desea saber-. Hoy no se sabe lo que se desea, y por eso la actividad educativa es letra muerta (y lo mismo pasa con todo aquello por lo que solía valer la pena esforzarse). Lo de Bertholet es algo que va por otro lado, justamente al lugar del deseo.

Comenzó hablando de una "crisis del ideal", de cómo la temprana relación con el otro (y el Otro) es fundamental para construir un deseo que nos hace seres sociales, que nos permite valorar el espacio social, y desde allí construirnos como sujetos. Precisamente lo que el individualismo, livianamente imperante, pone en crisis.  Citando a Lacan, Bertholet sintetizó en algún momento de la charla: “el respeto por el otro es considerar su falta”, algo que hoy está perdido. En otras palabras, perdimos la capacidad de ponernos en el lugar del otro, porque ni siquiera tenemos una identidad propia que valorar.

Retomó en ese punto la compleja noción lacaniana de goce, y desde ejemplos concretos logró hacerla clara. El goce, explicó, es aquello que apunta a la satisfacción, aún a costa del yo, y por supuesto, del otro.  Hoy vivimos en una sociedad en la que hay un exceso de goce, y una debilidad del deseo. La (no) sociedad actual ordena gozar, y esta aparente liberación es la clave de la reproducción de este orden cuyo magistral poder es parecer desordenada y liberadora.

Esto pone en crisis todas las identidades. No hay otro, y por ende no tenemos con quién identificarnos. Ahí está el mercado, ofreciendo identidades blandas mediante el consumo permanente de cosas para completarnos, pero que finalmente no nos sacian, porque nada tiene verdadero valor. Vivimos en una sociedad en la que el sujeto no cambia, pero a la vez parece necesitar cambiar en forma permanente… nada le alcanza para llenarse, y por ende todo consumo desembozado, por más que altere la forma del objeto ofrecido, es una permanente reproducción de lo mismo. Todo lleva a la ansiedad, más que a la felicidad.

El mandato hacia el goce permanente lleva a la manía autodestructiva. "Celebra hasta morir, celebra aunque no tengas ganas".

Para Berhtolet, los efectos son más devastadores aún sobre la mujer. Ese sujeto, que de acuerdo a Lacan, podía unir amor y deseo, y hoy parece “parodiar” al hombre, a quien siempre le costó más compatibilizar los dos planos. Bajo una postulación de "una supuesta igualdad en el derecho al deseo", el mandato actual lleva a la mujer a la soledad por su parodia de lo peor de la masculinidad. “La diferencia en el deseo, no implica desigualdad de derechos”, se encargó de aclarar Bertholet.  Pero es ahí, en la diferencia en la sexualidad, desde donde la mujer se hace (¿hacía?)  un sujeto más rico y sabio en el plano del deseo: la mujer sabe desde un comienzo lo que es la falta, y eso es lo que hoy se va disolviendo, ya que se supone que la falta no existe, justamente aquello que nos impulsaba al encuentro con lo valioso en el otro.

 

 

 

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