Política y sociedadMi cuerpo, mi decisión: yo aborté

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El lugar era frio. Tuvo que recorrer un pasillo largo que tenía un escritorio al fondo. Una lámpara de luz tenue alumbraba. Después estaba el consultorio. Eso era todo. No había otra persona. Estaban solos, mano a mano. El médico y la paciente. La operación duró dos horas y no borró la imagen del momento. Pero durante 15 años ni se acordó de lo que hizo: había abortado.

Una amiga le dijo dónde ir y hacia allá fue. Un mes antes, nació su primer hijo. No le hicieron análisis previos. No le preguntaron cómo se llamaba ni donde vivía. Pagó algo de 30 mil pesos que le costó un año devolver. Y se retiró. Dice que fue un horror.

Cuando quedó embarazada, no lo buscaba. No quería tener un ser nuevamente dentro de su cuerpo. Eran épocas duras de neoliberalismo para las economías familiares. Aunque jura que el dinero no era una excusa. Tenía en ese momento 25 años.

Fue en la década del 90 y en forma clandestina. Entró de mañana y en ayunas a una casa. La acompañaron sus suegros porque su marido no estaba de acuerdo, aunque respetaba su elección. Nunca más volvió a ver al supuesto médico que la atendió. Dice que aún vive. Al doctor lo único que le importaba era que tuviese plata para pagarle. Lo demás era secundario.

GENERAL 3

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Ana tiene 53 años. Vive en Venado Tuerto y es Trabajadora Social. Tiene dos hijos, un varón y una mujer, pero no nietos. Aunque sí una hija del corazón que va a ser mamá próximamente. “Soy como la tercer abuela”, cuenta en una mezcla de llanto con emoción. Se casó por civil, pero no por iglesia. No cree en Dios.

A los 40 ya tenía dos hijos adolescentes y volvió a quedar embarazada. Estaba fascinada con tener otro bebé. Se habían ilusionado con la idea de agrandar la familia. Su instinto le decía que iba a ser mujer. Así funcionó con sus dos primeros hijos y no falló. Pero a los cuatro meses lo perdió. La criatura tenía una malformación genética severa.

Eso fue shokeante. Ahí le cayó la ficha y le vino a la memoria lo que le había sucedido 15 años antes. Se dio cuenta de la necesidad de hablar de todo lo que le había pasado. Y recurrió a un psicólogo.

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– ¿Todavía existe el lugar?

– Sí, aunque no sé si siguen haciendo lo mismo.

– ¿Crees qué era su casa?

– Si, para mí sí.

– ¿Tuviste miedo?

– Sí. De morirme y no despertarme.

– ¿Alguien te volvió a contactar después para ver cómo estabas?

– Nadie. Ni me preguntaron cómo me llamaba.

– ¿Lo volviste a ver? Digo, a la persona que te atendió…

– Nunca más.

-¿Médico o enfermero?

-Médico. Y estaba solo.

– ¿Vive?

– Creo que vive. Debe tener 80 años.

– ¿Te arrepentís?

– Para nada. Y aun así amo la vida

GENERAL 2

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La casa de Ana luce limpia y en perfecto orden. Desde que entré hasta que me fui, de fondo su marido siempre hizo sonar música. Se escuchaba bien fuerte “Sucio y desprolijo” de Pappo’s Blues.

Hay perros y gatos donde vueltas, pero ninguno repara en que hay un intruso adentro. Busca el termo. Me ofrece frutas disecadas y empieza a contar. Cada pregunta y cada respuesta, implican un quiebre. Un llanto. Todos los recuerdos, fueron momentos bisagra en su vida.

“Casi no me habló. Ni siquiera me decía que me quede tranquila. Yo era chiquita, menudita. No me hizo ningún estudio previo. Me podría haber pasado cualquier cosa. O muerto. Más allá de la clandestinidad, fue una denigración y una porquería”.

Se terminó Pappo y ahora se escuchan los acordes de “Aprendizaje”, de Sui Generis. Esa cuyo estribillo final dice: “Y el tiempo traerá alguna mujer / Una casa pobre, años de aprender / Como compartir un tiempo de paz / Nuestro hijo traerá todo lo demás / El traerá nuevas respuestas para dar.

Raro.

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Ana tiene recuerdos presentes de su papá. El primer es andando en bici los domingos a la mañana en el camino al cementerio, por la calle ancha. También en sus memorias aparece el playón del ferrocarril, la laguna “El Hinojo” y su hermano. Dice que su infancia fue buena. O normal. De familia trabajadora, eso sí.

Decidió que sus hijos debían saber lo que había pasado cuando ella tenía 25 años. Y recién se animó 25 años después. Primero se lo dijo al mayor y luego a la más chica. El primero se sorprendió y la entendió. A la segunda se lo dijo al mes. La chica la abrazó, le dijo que militaba por los derechos de las mujeres a abortar y lloraron las dos. Le dijo que la amaba.

“Fui re mamá. Por eso tengo muy buena relación con mis hijos. Somos de conversar mucho y hacer cosas juntos. Tenía miedo que me juzguen pero fue todo lo contrario. Sentí que me liberé. Que me saqué un peso de encima. Fue sanador”.

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Según la Sociedad Argentina de Medicina (SAM), el aborto inseguro es la principal causa de muerte de mujeres embarazadas. Por otra parte, la mayoría de los integrantes de la Comisión Directiva están a favor de la “despenalización/legalización de la práctica y respeto de la autonomía de la mujer, con argumentaciones adecuadas”.

Los profesionales de la salud resaltaron que la mortalidad materna constituye un importante problema sanitario en la Argentina y que hay 50 mil internaciones al año que derivan de los abortos clandestinos. En esto, hacen foco en las complicaciones de intervenciones, de omisiones, de tratamientos incorrectos o de una cadena de acontecimientos originada en cualquiera de las circunstancias anteriores.

Entre otros datos, señalan que la principal causa directa de muerte de las mujeres que cursan un embarazo, hoy es un aborto inseguro. Se estima que en nuestro país se realizan entre 400 y 500 mil abortos al año (más de 1 aborto cada 2 nacimientos). Y ponen énfasis en que la despenalización del aborto no pronosticaría un mayor número de abortos.

Con respecto al reclamo de Aborto Seguro, Legal y Gratuito, una de las iniciativas que se debaten en el Congreso, presentada por la Campaña Nacional, la SAM expresa: “La legalización puede tener el efecto de evitar las consecuencias letales de muchos abortos hechos en malas condiciones, e implica reconocer la autonomía de las mujeres y la libertad para decidir sobre sus cuerpos, apoyando la noción de que las decisiones personales de los ciudadanos solo conciernen a ellos y al legalizar (y por supuesto regular) las situaciones que de hecho ya existen, ampliándose el margen de lo aceptado, se contribuye a modelar una sociedad más sana, inclusiva, tolerante y democrática”.

INFOGRAFIA

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Cuando Ana se enteró que iba a ser mamá otra vez, lo primero que dijo era que no quería. Nunca pensó en reaccionar así. Ni siquiera lo había charlado con otra persona. Sentía que no estaba preparada para otro bebé, que se le acababa el mundo. No lo deseaba. Se preguntaba que iba a pasar con ese ser que estaba dentro de su vientre. Y no encontraba respuesta.

Corrió a su médico a contarle. Le dijo que no lo quería tener, que le recomendara un profesional para que la ayude a interrumpir la gestación. Su médico la echó. Le dejó en claro que nunca más quería volver a atenderla. Admite que es insegura en todo, que tarda en decidir. Pero este no fue el caso. Se asombró.

En el medio, supo que tanto en su familia como en la de su marido, hubo historias de abortos. Lo habló con dos amigas y resulta que también habían abortado. Fue todo muy loco. No lo podía creer. Entiende que destapó una olla. Y que no estaba sola.

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Hoy apoya y hace fuerza para que salga la ley. Más que nada porque piensa en ese momento, cuando tenía 25 años, si hubiese existido respaldo del Estado, las cosas se hubiesen dado de otra manera. “Se escuchan muchas barbaridades. Estamos hablando que pueden pasar montones de situaciones. Hay que pensar en la gente que no tiene ningún tipo de posibilidades y termina en lugares terribles donde se muere”.

Ana afirma una y otra vez que antes de ser mamá, es mujer. Y no desear en su momento traer un hijo al mundo, era un tema de respeto. Un derecho que nadie le reconocía: “No soy una asesina en lo absoluto. Amo la vida y el tema va más allá del ‘aborto si’ o ‘aborto no’. Debe ser seguro, libre y gratuito. No hay otra chance”.

Para ella, la iglesia tiene mucho ver con que haya gente que se pronuncie en contra de la legalización. “El poder en nuestro país fue terrible. A lo largo de la historia se mató y se torturó en nombre de Dios, violando todo tipo de derechos humanos. Lavan cerebros”.

Así y todo, no se arrepiente de la decisión que tomó. Suena fuerte. Pero como dice, las cosas suceden porque tiene que ser así. Para Ana, nada en la vida es casual. “Las cosas de alguna manera se presentan ante uno y nos ayudan a crecer. No nos pasan porque sí. Si tengo que pensar en un hijo que no fue, es en la que perdí a los 40. Se hubiese llamado Matilda”.

Nota de Pablo Rodríguez/ Transmedia VT

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