Alarcón juega con las polaridades. Reivindica su paso por un Página 12 en donde la mística del oficio compensaban las carencias tecnológicas (de la época, pero también del medio para la época) pero no duda en afirmar que las “lógicas de la cultura digital” nos hacen más libres.
Elogia la ambición como factor fundamental para construir una carrera –“ambición” y “carrera”, dos palabras malditas en boca de alguien que es abiertamente de izquierdas– pero no deja de referirse también a las puertas que abre o cierra el azar: “estaba en Dolores justo cuando mataron a Cabezas… me tocó quedarme cuatro meses”.
Es un periodista que pasó años en la villa miseria (el haber estado, haber vivido) para escribir el libro que lo proyectó hacia el reconocimiento como uno de los mejores escritores de no-ficción de habla hispana ,pero no deja de reivindicarse como un intelectual: afirma que logró interpretar y reconstruir la historia de Frente Vital –y todos esos personajes que moran en su literatura después de habitar en los rincones y situaciones extremas a los que los expone la desigualdad social– a partir de la dialéctica del reconocimiento de Lacan, o de la lectura de los grandes clásicos: “en ese momento no sabía que mis personajes podían ser personajes de Dostoievski o de la gauchesca, o de Faulkner”, explica a un auditorio colmado en el que lo escuchan cautivados estudiantes de los terciarios y secundarios venadenses. Aunque no intenta dar una lección, sino exponer partes (¿útiles, fascinantes?) de su propia biografía, la lección es clara: para escribir Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, para darle sentido a una historia desgarrada como esa, además de haber convivido con el mundo de los pibes chorros y la bonaerense del gatillo fácil, le resultó necesario leer, y leer mucho.
Este cronista, profesor de periodismo en el Instituto Dante Alighieri, se regocija con el guiño de un expositor que había comenzado ponderando las herramientas y entornos digitales (es, después de todo el director de Anfibia y Cosecha Roja y lidera la conversión web de El Ciudadano). Se define, después de todo, como un escritor de crónicas, el más literario de los géneros periodísticos. El único género periodístico que juega justamente con lo informativo o lo noticioso pero para transformarlo en algo universal y atemporal: “(los cronistas) queremos ser el leídos por ustedes, pero también por sus nietos… y por sus tataranietos. La crónica tiene afán de trascendencia”.
Ante un periodismo local en el que hay talento y ambición, pero que a veces se deja fascinar con los fetiches digitales y el impacto fácil que ofrece la inmediatez web, podemos decir que la lección que deja quien no intenta darla, es clara. A tomarla o a dejarla.
La charla de Cristian Alarcón se realizó ayer al cierre de la tarde en un Restó del Galpón del Arte repleto y fue organizada por el Instituto Superior Dante Alighieri (carrera Técnico Superior en Periodismo) , ARTRAP (Asociación de Trabajadores de Prensa) y Transmedia Venado.
