Tomás LüdersReflexiones: engranajes y malos vecinos

Tomás Lüders02/11/2014
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Si hay algo que no estaría autorizado a hacer un venadense con otro es exigirle muestras de civismo. Aunque pareciera que nos dedicamos a eso la mayor parte del tiempo. Y es que el otro siempre hace las cosas peor. Por eso todo funciona tan mal.

Pero quien reniega porque un vecino saca la basura a la mañana, es el que sube el auto a la vereda, y quien protesta porque el de en frente aún no pone las baldosas de la suya es quien hace un año no paga la tasa municipal.

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Hace tiempo que los sociólogos definen a nuestras sociedades como impersonales e individualistas. Vivimos en la fría interdependencia: cada quien es parte algo más grande que no conoce en su totalidad, cada uno sobrevive haciendo una actividad muy específica, que no le daría de comer si otro no hiciera z, otro x, y a la inversa. Y sin embargo nada sabemos ni de z ni de y.

Solemos imaginar desde aquí que la cosa funciona aceitadamente en países bien rubios, como Alemania o Suecia. Allí la gente no se saluda nunca, si te ven en la calle herido ni te miran, pero cada quien cumple rigurosamente con su cuota del gran todo…

Nosotros, nos sabemos más cálidos, más afectuosos. Dueños de una pasión desmedida por la vida, no calzamos demasiado bien entre los engranajes. ¡Y así funcionan! Eso sí, por fuera del engranaje, somos capaces de hacer lo que sea por el otro. Culto a la amistad le decimos a eso.

Estoy seguro que Hans lo quiere mucho a Otto, a quien invita seguido a comer bratwurst con chucrut. Y uno rara vez está decidido a jugarse la piel por aquel que ayer comió nuestro matambre.

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machine

Algo parece patente en la Argentina de hoy, y por extensión en este barrio suyo que es Venado Tuerto: ya no somos ni fríos ni cálidos con el otro.

Entre nosotros y el otro lo que prima no es ni el afecto ni la indiferencia, sino la bronca. A veces uno tiene la impresión que el conductor de esa camioneta, o el de esa motocicleta conduce con un cuchillo entre los dientes.

Otra cosa que señalan los sociólogos es que esto de ser parte de un todo impersonal hace que cada cual solo conozca y se haga cargo de una partecita muy específica del todo, y solo en el marco de un horario. “Trabajar” le solemos llamar a eso.

Los sociólogos prefieren hablar de hoy de labores sin horarios, y de células y órganos en lugar de partes mecánicas. A mí me parece que la metáfora que nos sigue explicando mejor es la de la máquina, sus tuercas, sus cintas y sus perillas.

Aquí, como en los países rubios, hay quienes se responsabilizan de la interrelación entre las partes. Dirigentes les decimos. A algunos los podemos elegir, otros están ahí porque son dueños de muchas partecitas juntas. Pero ninguno es capaz de controlar el todo, aunque a veces lo intentan.

Solemos pensar que la maquinaria gigante funciona mejor entre los de pelo claro. En algunas cosas, hay que admitirlo, es así. En muchas otras, no.

Sea como sea, ni aquí, ni acá las partes se ocupan del gran todo. La máquina puede estar funcionando espantosamente, pero la dejaremos colapsar con tal de no soltar la perillita que nos toca mover.

Habrá muchas quejas, pero mayormente cumpliremos con las tareas y los horarios asignados. Y es que lo impersonal del sistema tiene sus ventajas, porque en definitiva, siendo así la cosa, uno solo es responsable de la parte que le toca.

Y si incluso fallamos en lo nuestro, frente a nuestra casa ya está el vecino sacando la basura a las 12 am. Y ese, eso es seguro, tiene la culpa de todo.

(TL)

rusty

 

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